Campo de naranjos jóvenes donde la hierba crece entre filas para ser segada o triturada cuando alcanza volumen. v. LL.

El Gobierno abre la puerta a prohibir el glifosato

Crece la demonización del herbicida tras las sentencias que condenan a Bayer, que defiende que su uso es seguro | Los agricultores esgrimen que es una herramienta esencial para eliminar las malas hierbas de muchos cultivos y que no hay alternativas viables

Vicente Lladró

Valencia

Domingo, 19 de mayo 2019

Al igual que ya lo hizo Francia tiempo atrás, el Gobierno español ha abierto la puerta a una eventual prohibición del herbicida glifosato, independientemente del periodo de autorización que de manera general rija en la UE, que en este momento llega hasta el 31 de diciembre de 2022.

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Cuando la Comisión Europea decidió la última renovación vigente, en diciembre de 2017, ya señaló que la responsabilidad de la autorización final es de los países miembros de la UE, que pueden decidir libremente si permiten que los productos a base de esta sustancia circulen legalmente en sus territorios nacionales.

En esa línea, la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Rivera, ha dicho, según información del diario ABC, que, «a la vista de la documentación científica, hay que tomar una decisión con arreglo al principio de precaución y de protección de la salud de las personas y de los ecosistemas que sea la más recomendable».

Grandes productores estudian opciones de cultivo ante un futuro hipotético sin herbicidas

La ministra, que asistía en Berlín a un foro sobre 'protección del clima', reconoció que «hay cuestiones relativas a contaminación por químicos en las que se va avanzando probablemente más despacio de lo que corresponde», sugiriendo la conveniencia de «que el Gobierno se asesore técnicamente» al respecto y «tome medidas para proteger la salud de los ciudadanos».

Este endurecimiento de la posición de la ministra Ribera tiene un desencadenante inmediato que ha causado gran impacto en todo el mundo: la nueva sentencia multimillonaria que condena a Bayer/Monsanto en Estados Unidos. La compañía germana Bayer, que asumió las causas pendientes de la norteamericana Monsanto tras adquirir ésta por 63.000 millones de dólares (56.700 millones de euros), ha sido condenada a pagar más de dos mil millones a dos personas (matrimonio) de California que sufren cáncer y aseguran que el origen de sus dolencias está en el uso continuado de glifosato sin haber sido advertidos convenientemente de su peligrosidad.

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Un jurado de la ciudad de Oakland ha dado por cierto y probado que la causa directa del cáncer que sufren ambas personas se debe al uso del glifosato y además han tenido gran peso en su decisión ciertas revelaciones de grupos ambientalistas que durante el juicio acusaron a Monsanto de manipular investigaciones y condicionar en su favor normativas reguladoras y de control.

Bayer ha anunciado que recurrirá esta sentencia, como ha hecho con las anteriores que la condenan a indemnizar a quienes alegan que sus enfermedades se deben al glifosato, pero el futuro se presenta inquietante, porque hay otras 11.000 demandas judiciales que esperan sentencias, y según se han desenvuelto los procesos hasta ahora cabe pensar que se muchos se resuelvan en líneas parecidas y que, además, se produzca una cascada aún mayor de denuncias en términos similares.

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Bayer insiste en defender que el uso del glifosato es totalmente seguro para la salud humana; se apoya para ello en diversos estudios propios y mantiene que «no hay pruebas científicas» que basen las sentencias condenatorias.

Sin embargo hay una evidencia clara que va más allá del efecto financiero que puedan ocasionar las indemnizaciones y la depreciación de las acciones de la compañía germana: crece la tendencia mundial a demonizar los herbicidas con glifosato. Comienza a suceder que pronunciar su nombre, o el de Roundup, la marca de Monsanto más conocida (hay miles de marcas de glifosato en todo el mundo), es como nombrar lo más pavoroso y condenable, y en consecuencia parece que se van alineando en igual dirección pronunciamientos de organismos, entidades... y gobiernos, además de sentencias judiciales.

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El problema inducido puede ser brutal en la agricultura de todo el mundo. De seguir la actual dinámica -y parece inevitable, por tantos silencios- muchos dan por seguro que con el actual clima generalizado de condena global, el glifosato va a tener mal futuro; como mínimo su utilización sufrirá paulatinas restricciones. Y seguramente no parará ahí la cosa: las dianas se dirigirán hacia otros herbicidas y contra los plaguicidas en general, como ya viene sucediendo. Algunos grupos ecologistas radicales ya cuestionan todos los herbicidas en general, sin que nadie con autoridad científica y moral salga a la palestra para informar a la población de que el actual sistema de producción de alimentos nos proporciona comida abundante, buena, diversa y barata -muy barata, buena y abundante, como nunca sucedió igual- gracias a los plaguicidas que nos libran con cierta facilidad de los organismos competidores que aspiran a zamparse nuestros alimentos, y por supuesto gracias a los herbicidas.

Los políticos no lo dirán así, porque no lo ven políticamente correcto, al igual que los técnicos que prefieren escudarse en el lugar común de los conceptos de sostenibilidad al uso, pero en estos momentos una agricultura sin herbicidas no sería económicamente sostenible. No hay alternativas al glifosato en cítricos, olivar, frutales... Las anuncian a veces, pero no las hay. La escarda manual, como antiguamente, resulta prohibitiva.

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No obstante es de destacar que grandes empresas agrarias y de maquinaria empiezan a estudiar y preparar opciones de cultivo ante un hipotético futuro sin herbicidas. La maquinaria de desbroce está teniendo un desarrollo espectacular en infinidad de modelos y versiones, al tiempo que la innovación lleva, por ejemplo, a nuevos sistemas para eliminar vegetación no deseada por medio de su electrocución con tractores y máquinas manuales. Pero de momento no está todo ello al alcance con la necesaria eficacia y los herbicidas siguen siendo insustituibles para producir alimentos con costes contenidos que permitan comprarlos baratos.

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