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VICENTE LLADRÓ
VALENCIA.
Lunes, 20 de agosto 2018, 00:29
Casi siempre que vemos fotografías ilustrando informaciones o alegatos sobre los supuestos peligros del herbicida glifosato, o respecto a los diversos avatares que se tejen en las mil polémicas a su alrededor, resultan imágenes equívocas, a veces claramente falsas: no puede ser que esas enormes máquinas que aparecen pulverizando extensos cultivos hortícolas estén echando sobre ellos el demonizado herbicida, ni ningún otro; matarían de inmediato el cultivo, y no es eso lo que pretende el agricultor, desde luego. Seguro que ese voluminoso aparato de sulfatar está aplicando algún insecticida contra pulgones u orugas que han campado a sus anchas entre el intenso verdor de esas lechugas o espinacas, entre las cuales, por cierto, no asoma ni una mala hierba. ¿A cuento de qué, pues, lo de relacionar esas fotos con el uso agrícola del glifosato? ¿Es para completar la estrategia de asustar al gran público con imágenes impactantes? ¿Se preguntará alguien si realmente están echando glifosato o qué? ¿No caen en la cuenta de que un herbicida es para eliminar malas hierbas, no las plantas que se cultivan?
Como al glifosato le han puesto la proa, todo vale, casi nadie sale a defender con fuerza su causa. Todos bien cautos y discretos, incluidas las grandes compañías fabricantes, no sea que por decir algo rotundo se contribuyera a escandalizar más sobre el asunto. Y como nada se dice ni argumenta, acaba progresando más y más el equívoco y se va generalizando.
Un jurado popular ha fallado en California en contra de Monsanto y a favor de un jardinero enfermo de cáncer que acusó a la compañía de ser la causante de su grave dolencia, por no haberle advertido bien de las posibles consecuencias por utilizar herbicidas de sus marcas con glifosato. El juez ha condenado a dicha firma a indemnizar al demandante con 300 millones de dólares (261 millones de euros). Como Monsanto fue adquirida finalmente por Bayer en junio pasado, es esta empresa alemana la que resulta responsable en última instancia de indemnizar, aunque la sentencia no es firme, la compañía germana ha anunciado recursos y además ha dicho que este fallo no se basa en razones científicas. Lo que también es verdad, porque se da por cierto lo que no queda demostrado de ninguna manera, ni seguramente lo podrá estar.
Si los grupos ecologistas radicales que vienen planteando largas y duras batallas contra Monsanto/transgénicos/Roundup/glifosato se acogen constantemente a una decisión de la OMS que catalogó este herbicida como potencialmente cancerígeno, existen muchos otros informes, estudios y declaraciones de organismos científicos internacionales que dicen lo contrario, empezando por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria. Por otra parte, la citada catalogación de la OMS equivale a dar la misma categoría que a infinidad de productos de uso doméstico cotidiano, todo depende del modo de utilizar cada sustancia y de la cantidad. ¿Acaso es muy saludable la lejía, los detergentes o los mil potingues que tenemos en nuestras casas y que nos resultan imprescindibles e insustituibles?
El Gobierno de Francia ha decidido por su cuenta acortar la vigencia del glifosato (la UE alargó hasta 2022 su autorización), al igual que hará con otros fitosanitarios. Pero el ministro galo de Agricultura, que está muy por la ecología, también ha dejado clara está importante condición: siempre que haya alternativas.
Porque este es el problema, la alternativa. A nadie le gusta gastar en algo porque sí, si puede evitarlo. Pero ¿se puede en el caso del glifosato? ¿Con qué eliminar las malas hierbas de un cultivo leñoso? ¿Volver a labrar y hacer escardas a mano? Inviable. Subiría de golpe y sin remedio el coste de la cesta de la compra. La alimentación dejaría de costar el modestísimo 13% de la renta media europea y eso eso sería además a costa de otros sectores de gran consumo.
Si fuera peligrosísimo el glifosato, cualquier cosa, por supuesto, pero no lo es. La pugna viene más de la cuestión de los transgénicos, donde los grandes grupos ecologistas pusieron su diana para cobrar protagonismo y cuotas de adeptos. Y Monsanto, líder en transgénicos, los hizo resistentes a su herbicida Roundup, de glifosato, que ahora es ya una materia libre de patente y la fabrican y envasan decenas de marcas.
Si los transgénicos son 'malos', el herbicida que los hace posible, también, dijeron los ecologistas. Pero esa argumentación beligerante funcionaría, en todo caso, para los grandes cultivos extensivos de cereales y proteaginosas (soja y demás), que es donde están las variedades transgénicas y el consiguiente uso masivo de glifosato a toda superficie.
Sin embargo hay otros usos modestos y muy limitados de este herbicida que pasan desapercibidos, no se les cita, a pesar de que están muy entre nosotros. Nos referimos a las plantaciones arbóreas: cítricos, frutales, viña, olivar, almendros... Ahí es aún más esencial e insustituible el empleo de glifosato para el control de las malas hierbas. Y aquí no se aplica con esas grandes máquinas que aparecen en las fotos de extensos cultivos herbáceos, sino, en su mayoría, con humildes sulfatadoras manuales y, sobre todo, esas ingeniosas máquinas que funcionan a pilas y sirven tan bien para aplicar el caldo herbicida exclusivamente donde están los focos de matas a eliminar, sin tocar del árbol cultivado. ¿Dónde queda aquí el mínimo peligro residual?
Pero, aún siendo todo este asunto contra el glifosato un despropósito colosal, tampoco se alzan voces autorizadas que separen unas cosas de otras y hagan ver que la citricultura valenciana, por ejemplo, (y el olivar, y los caquis, y...) necesitan el concurso de este herbicida para cultivar. Al menos mientras no haya alternativa mejor.
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