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V. LLADRÓ
VALENCIA.
Domingo, 26 de mayo 2024
Al sureste de la ciudad de Valencia pervive desde hace siglos una situación anacrónica que se ve agravada hoy al considerar lo que es, o debería ser, la Huerta protegida por ley. Porque hablamos de una enorme porción de la Huerta Valenciana -tan cantada y alabada- que no tiene derecho de agua. Literalmente no dispone de caudal de ninguna acequia, lo que le confiere una discriminación incomprensible, cuando se trata de Huerta tan protegida como la demás, y sabemos que una huerta lo es porque dispone de agua para regar.
Hablamos de una amplia zona denominada oficialmente como 'Francs, Marjals i Extremals' que abarca huertas desde El Forn d'Alcedo hasta Pinedo, La Punta, el mar y la Albufera. Oficialmente están al amparo de una institución con tal denominación que data del siglo XIV nada menos y bajo la tutela del Ayuntamiento de Valencia, incluso con ordenanzas propias. Pero en la práctica todo está obsoleto, y la prueba de ello es que los agricultores no tienen derecho de agua. ¿Una Huerta histórica, protegida y sin agua?
Junto al casco urbano del Forn d'Alcedo charlamos con Juan Alabau, que cultiva tomates valencianos; José Luis Rodrigo, veterano agricultor del pueblo que fue presidente de la Cámara Agraria de Valencia, y Miguel Arenas, ingeniero y agricultor con campos cercanos que dejó de cultivar por las crecientes dificultades para poder regarlos.
En síntesis, quienes son de 'Francs, Marjals i Extremals' no pertenecen a ninguna de las Acequias históricas que conforman la Huerta y el Tribunal de las Aguas. En este caso deberían abastecerse de la de Favara y, más cerca de Valencia, de la de Robella. Pero solo pueden usar «el agua que les sobre a otros». De tal manera que «si no sobra, nos quedamos en seco durante semanas o meses; como, al contrario, si llueve y las acequias van llenas, nos inundan. Estamos a falta de buenos, y nadie lo remedia».
Alabau reconoce que «para poder regar estas pocas hanegadas tengo que perder días y días detrás de unos y otros, a ver si puedo aprovechar alguna escorrentía». De tal modo que quienes son más mayores, o no tienen tiempo, o ven que detrás nadie les va a seguir, tiran la toalla; y así se ve la proliferación de huertas abandonadas por doquier. Huerta protegida, ¿eh? ¿Cómo va a haber renovación generacional, como se pregona, con tamaños obstáculos a las puertas de Valencia, con agua yendo al mar y sin poder usar ni un mínimo caudal de la depuradora de Pinedo, tan cercana?
Juan Alabau resiste a base de persistir en su esfuerzo y de combinar estrategias, pero no sabe hasta cuándo. Cubre el suelo de las tomateras con paja, para reducir la evaporación y alargar la exigencia de riego. En otros campos ha plantado higueras y calabazas, que necesitan menos agua.
Los tres agricultores apuntan un problema de fondo: las comunidades del Tribunal exigen que se les transfiera la propiedad de las acequias de la zona para integrarla en sus entidades. ¿Por qué? Seguramente por si en el futuro se amplíase la urbanización -hoy vetada por la ley de protección- y ese suelo valiera dinero. Y por lo mismo se niega el Ayuntamiento, claro. A la Administración no le gusta ceder lo que ya tiene.
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