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CARLOS BONELL
Lunes, 16 de mayo 2022, 00:00
Vicent Andrés Estellés, que además de poeta era periodista y redactor jefe de LAS PROVINCIAS, viajó en septiembre de 1974 al Sáhara, invitado por el teniente general y gobernador de la que aún era provincia española, Federico Gómez de Salazar. Sus crónicas se publicaron en el periódico a partir del 24 de aquel mes y reflejan la situación sociopolítica, económica y militar que allí se vivía. Predominaba la tranquilidad, aunque se palpaba en el ambiente la amenazadora actitud de Marruecos y de su rey, Hassán II (padre de Mohamed V), lo que desembocaría un año después en la 'marcha verde' y en la cesión del territorio saharaui a las autoridades marroquíes y de Mauritania, aunque este país acabó renunciando a su parte en 1979.
Por lo que respecta a los intereses económicos y, especialmente, agrícolas, en el Sáhara disponía España de los que todavía hoy están entre los principales yacimientos de fosfatos del mundo: las minas de Fos Bucraa, cuya riqueza contribuía a generar muchos empleos entre la población saharaui, como muy bien contó Estellés en sus crónicas.
Empresarios e ingenieros españoles construyeron unas instalaciones que siguen siendo modélicas. Una cinta transportadora de más de cien kilómetros lleva los fosfatos hasta el mar, donde se introduce tres kilómetros en el agua para facilitar la carga de barcos.
«Marruecos sólo quiere el Sáhara por los fosfatos», le explicaban a Estellés los saharauis a quienes preguntó. Temían que estallara una guerra o que, en última instancia, España cediera -como así ocurrió-, lo que implicaría cambios sustanciales en el trato de los nuevos 'dueños' hacia la población local, como así pasó también, para infortunio de los afectados.
Las minas de fosfatos son la principalísima fuente de obtención de fósforo, uno de los nutrientes esenciales que se deben incorporar en el abonado de las plantas y los árboles cultivados, junto al nitrógeno y el potasio. No abundan estos yacimientos, y los del Sáhara son de los primeros, como hemos indicado, por lo que, al ceder aquel territorio, España perdió no sólo la riqueza en sí, sino la fuente de aprovisionamiento seguro de una materia prima indispensable para sus agricultores.
La histórica decisión de ceder el Sáhara a Marruecos, en noviembre de 1975, con una renuncia total y apresurada, supuso que España pasó a depender en fosfatos de la voluntad y los precios de otros y confirmó los temores que los saharuis mostraron un año antes a Estellés, aunque entonces no se podía sospechar aún el desenlace.
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