Pensiones que se quedan cortas: «¿Calefacción?, nada eléctrico, batín y manta»
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La mitad de los jubilados valencianos viven con menos de mil euros al mesEn la Comunitat Valenciana viven hoy algo más de un millón de pensionistas, sin distinguir condición de la prestación. Según datos de 2022, la pensión media general en la región es de 1.009 euros y la de jubilación, de 1.154 euros al mes. Mientras, el cobro medio de las prestaciones en España es de 1.095 euros y la pensión media de jubilación, de 1.248. Nuestra región está por debajo de los valores nacionales.
La mitad de los jubilados valencianos viven con menos de mil euros al mes y la subida de los precios en los últimos dos años ha ahogado la economía de muchos de ellos. Estos son algunos de sus testimonios.
Teresa Fuste, viuda pensionista
Teresa Fuste tiene 95 años y se reconoce «feliz y querida» en la residencia de Velluters, en el corazón de Valencia. «¿Con mi pensión de viudedad de 700 euros podría vivir fuera de la residencia tal como se ha puesto el gasto en las casas? Creo que lo tendría muy difícil», reflexiona. Nació en Tortosa y se estableció con 20 años en Valencia. «Empecé Enfermería, pero me casé, vinieron dos hijos y lo tuve que dejar para criar. Luego tres nietos y cinco biznietos». Siempre ama de casa. Siempre sin cotizar y sin oportunidad de obtener una pensión contributiva.Su marido ingresó primero en la residencia cuando el Alzheimer se cruzó en su camino. «Iba a cuidarlo, me gustó como lo trataban y me vine también». Y ya han pasado cuatro años. Después él falleció y ella acabó con una pensión con la que costea la residencia y algún pequeño capricho: un cine, una visita al balneario… Ante el auge de precios, «la vida se ha puesto más difícil para los mayores». En agosto «me caí y me rompí la muñeca. Aquí tengo rehabilitación, medicamentos... ¿Cuánto habría pagado fuera?», se pregunta. «Lo de las pensiones no lo arregla nadie», zanja.
Segundo y María, matrimonio
Segundo Cornejo tiene 82 años. Está jubilado y ha ejercido como maquinista de tren durante 51 años. Cobra una digna pensión de 2.000 euros. Pero su esposa, María Pérez, de 83, nada. Una de las muchas mujeres sin oportunidades laborales abocada a una vida como ama de casa. Se casaron en 1968 y son padres de dos hijas ya independizadas, abuelos de tres nietos.
Con el actual nivel de carestía «no ahorramos nada», detalla Segundo. «Por suerte, nuestra casa está pagada, pero todos los meses destinamos unos 500 euros ayudar a nuestras dos hijas. Siempre van apuradas y una está en el paro», explica.
El resto de su pensión vuela en «calefacción, luz, agua, alimentación, contribución, comunidad... No tenemos seguro médico privado. Tampoco una persona para limpiar la casa o cuidar a mi mujer con incapacidad por problemas de los huesos. Preferimos ayudar a las hijas».
La pareja ha renunciado a viajes organizados por culpa de «los precios disparados de la vida». A su vez, «hemos abaratado a tope la cesta de la compra. Comemos menos carne y pescado que antes».
José Emilio Esteve, Montaverner
Estuvo trabajando en una fábrica textil durante 42 años. Gracias al trabajo nocturno que aumentaba el salario en un 28%, la pensión que cobra llega a los 1.100 euros. «Si no es por la no contributiva que cobra mi mujer, no llegaríamos a fin de mes», asegura, algo a lo que también contribuye no tener ningún préstamo ni hipoteca, lo que supondría no llegar y menos con la inflación actual.
«Cada vez que vamos al mercado, la misma cesta de la compra vale más», señala y apunta que han tenido que dejar de comprar ciertos alimentos. Y es que los gastos de alimentación se llevan el 80% de la pensión.
No sabe aún lo que supondrá la subida del Gobierno, pero teme que en lugar de beneficiarle le termine por perjudicar. «Si al final, con la subida, tengo que realizar la declaración de la renta, de la que ahora estoy exento, perderé pensión porque me saldrá a pagar».
Otro 10% se le va a combustible: «Viviendo en un municipio pequeño necesitas el vehículo para todo, para ir a médicos, trámites e incluso para ocio, porque aquí no hay cines ni teatro, ni salas de fiesta». El otro 10% es para imprevistos y ocio.
Olga Betancour, pensionista con 400 euros
Su cabeza vuela a los días peligrosos en Colombia. «Vivíamos bien, pero llegaron las guerrillas, la extorsión… Mataron a mi hermana al confundirla conmigo. A otro hermano se lo llevaron». Con tanta angustia decidió poner un óceano de por medio y emigrar con su marido a España. Han pasado más de dos décadas. Ahora, en su vejez, el miedo llega con la factura. Dos exiguas pensiones contributivas, la suya y la de su marido, suman poco más de 800 euros. Y sólo añade una ayuda a la dependencia.
Olga tiene 72 años y José Ernesto, 76. Residen en Mislata. Son padres de dos hijos que viven en Francia. «Muchos ayudan a sus hijos, pero ahora son ellos los que nos echan una mano». Además, Cruz Roja les auxilia con alimentos o apoyo sanitario. Ambos son diabéticos, aunque la situación de José Ernesto es peor. Perdió su pierna y acude tres veces a la semana a diálisis. Precisa de silla de ruedas, pero no podía pagarla. «Cruz Roja me proporcionó dos. Como vivo en un edificio sin ascensor una la dejo en el patio», describe. «Sin su ayuda no podríamos salir adelante».
Olga muestra una lista con gastos: «85 euros de agua, 148 de préstamo, la hipoteca, la telefonía, la comida...». Tras huir de Colombia no fue fácil trabajar en España. «José estuvo empleado poco tiempo como bodeguero». Imposible aspirar a la pensión contributiva. Y llegó la inflación. La subida de alimentos o la energética «nos ha hecho mucho daño», lamenta». Tanto que la última factura de la luz «nos dejó la cuenta bancaria casi a cero». Por eso Cruz Roja les ha incorporado a un nuevo plan social para personas al límite.
Los dos últimos años han sido «muy difíciles y la pensión ha subido muy poquito». Llevan una vida espartana. «Carne y pescado fresco sólo podemos tomar una vez al mes. Tiro de arrocitos, patatas o las 'arepitas' de maíz que congelo aprovechando todas las sobras». ¿Calefacción? «Nada eléctrico. Batín y manta. He cogido miedo a encender la luz y voy apagándolo todo. Nos vino una factura de 150 de luz y otra de gas de 160 y voy con más cuidado que nunca», detalla la vecina de Mislata. Para ahorrar agua «pongo una botella dentro de la cisterna, hace peso y así no se llena toda».
Sus ojos se humedecen al hacer balance: «Pensé que la vida en España iba a ser mejor pero nunca volvería a Colombia. Aún con todo lo que estoy sufriendo, me siento agradecida».
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