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V. LLADRÓ
VALENCIA.
Domingo, 8 de octubre 2023, 23:51
El campo valenciano se está quedando sin especialistas para realizar trabajos esenciales. Ya no es sólo que se vea recortada sin cesar la nómina de agricultores profesionales, sino que se agudizan las graves carencias de podadores, injertadores, plantadores de hortalizas y un sinfín de especialistas en tareas esenciales para llevar a buen fin los cultivos. Lo cual retroalimenta a la vez el problema de la deserción de titulares de explotaciones y el abandono de campos.
Uno de los casos más significativos es el de los viveros de producción de plantones de cítricos, donde ha desaparecido prácticamente el personal local especializado, de modo que algo tan preciso como injertar depende ya casi por entero de mujeres de países del Este, mayoritariamente de Rumanía. Hasta tal punto que, de no contar con su concurso, la producción de plantones de naranjos quedaría seriamente comprometida en España, primer país exportador de fruta en fresco.
La situación que se vive en los viveros es buen ejemplo de lo que ocurre en general en el sector agrario. Si la labor de injertar los plantones ha variado tantísimo, desde las manos especializadas de agricultores que encumbraron con justicia la buena fama de la zona Alcanar-Vinaroz, a las de personas de países lejanos que al llegar tuvieron que aprender la técnica desde cero, es buena muestra de que nuestra transformación socioeconómica ha sido muy radical, mucho más de lo esperado.
Los viveros de cítricos se asentaron en su mayoría en aquella zona del norte de Castellón y sur de Tarragona, a ambos lados del fronterizo río Sénia, al confluir allí circunstancias que favorecieron el proceso: terrenos gravosos que facilitan el buen crecimiento y abundante enraizamiento de los plantones para su posterior arranque y transplante, un clima muy adecuado y, sobre todo, la abundancia de habilidosos agricultores que supieron especializarse en las artesanales tareas de hacer planteles, después injertarlos con altísimos grados de eficacia y finalmente mimarlos para alcanzar rápidos desarrollos, a satisfacción de los clientes citricultores de todas las zonas naranjeras.
Aquellas ventajas de partida hicieron surgir muchos pequeños viveros de corte individual y familiar entre Alcanar, Vinaroz, Benicarló, Peñíscola..., y posteriormente, cuando estalló la enfermedad de la 'Tristeza' y el Estado puso en marcha un ambicioso plan para sustituir los árboles muertos y enfermos por plantones de pies tolerantes, las nuevas empresas que se constituyeron como viveros 'autorizados' se asentaron también allí, en buena medida a base de agruparse muchos de los existentes, aprovechando el 'saber hacer' colectivo que ya existía.
Pasado el tiempo, siguen la mayoría de aquellos viveros; alguno cerró y también surgieron otros; pero apenas quedan ya injertadores 'del terreno'. Las plantillas de especialistas no se renuevan desde hace tiempo. Como ocurre en casi todo el ámbito agrario, los padres les dicen a los hijos que estudien, pero no para seguir mejor su estela, sino para dedicarse a otras cosas bien distintas, y así viene ocurriendo: no hay renovación generacional, ni entre agricultores ni con injertadores, podadores... Los viveros de cítricos tienen buena demanda, acorde con la calidad de lo que producen y su acreditación internacional, pero esa calidad descansa hoy en algunos aspectos menos sólidos que antaño.
Los plantones nacen de semillas de clases no comerciales: son los llamados plantones bordes; después hay que injertarlos de la variedad deseada, y ésta es una operación artesanal y delicada para la que se precisan manos habilidosas, con dosis de paciencia y efectividad, sin perder el ritmo, para que el ratio de eficacia no merme la marcha general. Y esto, ahora descansa en trabajadores del Este, sobre todo mujeres rumanas, que en su mayoría repiten campaña tras campaña, pero también se dan casos en que se van a otras ocupaciones, como la hostelería, o regresan a su país, y toca buscar nuevas manos, enseñar de nuevo y esperar a que adquieran el nivel requerido.
Lo mismo pasa en toda la citricultura. Faltan podadores e injertadores. Apenas hay jóvenes que se integren en cuadrillas para formarse con expertos antes de que se retiren. Tampoco hay cursos de formación como proliferaban antaño sobre cuestiones técnicas y aspectos prácticos de interés cotidiano.
Las estrategias formativas oficiales se fijan hoy sobre todo en asuntos relacionados con la digitalización a ultranza, el empleo de drones, el despliegue de tecnologías plagadas de electrónica y robótica, el adiestramiento en tareas burocráticas... pero se ha descuidado por entero que es preciso saber cultivar bien. Eso incluye dominar la poda, disponer de suficientes podadores bien adiestrados, así como injertadores, y no sólo para producir plantones en los viveros, sino también para las frecuentes labores de injertar plantaciones adultas, cuando las cambiantes condiciones del mercado aconsejan cambiar también de variedad.
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