En la Comunitat Valenciana hay más de un millar de startups. Negocios de todo tipo que han buscado un hueco en el mercado con una idea novedosa y que tienen como base la tecnología. Pero, por definición, una empresa de estas características es una ... apuesta de riesgo y son también muchas, la mayoría, las que se han quedado por el camino. La realidad es que lo más habitual es que la vida de una startup sea corta, pero esto no quiere decir que su paso no haya servido para nada.
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El hecho de estar en una incubadora ayuda a que un proyecto pueda llegar a buen puerto. Iniciativas referentes como StartUPV aumentan el índice de supervivencia hasta rozar el 60%, aunque no evitan que algunos se queden por el camino. Por ello, desde la plataforma de la universidad valenciana han recopilado con motivo de su décimo aniversario una serie de pequeñas historias que, aunque no tuvieron un final feliz, pueden ayudar a otros emprendedores.
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Biond era una startup que se presentaba como una empresa de comunicación científica especializada en realizar animaciones e ilustraciones a medida para sus clientes. Pero esta extrema especialidad fue también su problema. Sus responsables necesitaban muchos recursos y dedicación para hacerse un hueco en un mercado en el que los contactos eran más importantes de lo que imaginaban y tras cinco años decidieron tirar la toalla. Era necesaria una inversión que no tenían y el éxito tampoco estaba asegurado.
Otro error que puede significar el fin es no tener claro los límites del mercado, pese a que el proyecto sea muy prometedor. Esto es justo lo que le pasó a Stratollon, que diseñó un sistema de aterrizaje para globos estratosféricos que se quería utilizar para comunicaciones en el espacio. La firma fue galardonada y pasó de ser incubada en la UPV a otros programas internacionales, pero terminó chocando con la legislación, que no les permitía seguir avanzando para comercializar su producto.
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El equipo formado por Jorge Sancho, Alejandro Caballero y Miguel Ferrand terminó disolviéndose, aunque los tres han acabado en otras startups y llevan con ellos un bagaje y un conocimiento que multiplicará el índice de supervivencia de sus nuevas iniciativas. Entre otras cosas, son conscientes que un punto importante es involucrar a los clientes desde el principio.
La idea inicial de una startup es clave, pero si se descuida la parte más comercial todo puede irse a pique. Esto lo aprendieron las responsables de Mufubufu, una plataforma para regalar vídeos de dibujos personalizados. Comercializaron docenas de animaciones que llamaban la atención por su novedad, aunque en el camino descuidaron las ventas y el marketing. Algo que, unido al hecho de que tenían recursos limitados, terminó con esta startup.
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La financiación es una pata fundamental para que cualquier startup crezca, pero nunca hay que perder de vista la necesidad de salir a vender tu producto. Eso es lo que ya tienen claro los fundadores de School Mars, una plataforma educativa con una base de datos de más de un millón de colegios de todo el mundo. Además, los clientes que sí tenían les pedían cambios tecnológicos que no estaban a su alcance. Ahora saben que para lanzarse a una aventura así se necesita un socio con un perfil más tecnológico
Una red social con realidad aumentada, procesamiento de imágenes y capacidad para interactuar con el entorno. No es algo del tan comentado metaverso sino Mybrama, la startup valenciana que vio una oportunidad de negocio y que se encontró con barreras tecnológicas.
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Su impulsor admite que la tecnología de la época no estaba preparada para algo tan ambicioso. Además, esa creencia del 'cuanto más mejor' les llevó a que la fase inicial se dilatara demasiado. Lo bueno de este fracaso es que los conocimientos sirvieron para asentar las bases de otra empresa, Tyris Software, centrada en el desarrollo de proyectos tecnológicos y con una base mucho más prometedora.
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