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Evidalia, de 64 años, y su hija María Isabel, madre e hija entregadas a la costura a mano en La Aguja de María, su local en Valencia. Iván Arlandis
Los oficios tradicionales que resisten en Valencia
Día del Trabajador

Los oficios tradicionales que resisten en Valencia

Costurero, luthier, sombrerero, taxidermista o portero, ejemplos de tradiciones laborales que aguantan a los cambios, las modas o el auge de la automatización

Miércoles, 1 de mayo 2024, 00:47

Ya no hay mujeres ni hombres encaramados en lo alto de un faro del litoral valenciano. En la Comunitat hay 14 y todos están automatizados. En los cines, las máquinas de venta de entradas o internet sustituyen a los taquilleros. Y lo mismo sucede con los proyeccionistas. Las castañeras y vendedores de mazorcas cada vez se ven menos. Por no hablar de aquel señor sentado que cortaba trozos de regaliz o limpiaba los zapatos.

El paso de los años es un tornado que lo cambia todo. Inexorablemente. Y, de manera muy perceptible, los oficios. Con una robotización que lleva dos décadas acelerándose y un auge de la inteligencia artificial que se agudizará en los próximos años. «Hay debate desde hace una década sobre la destrucción de empleo derivado de la implantación de nuevas tecnologías. Las estimaciones varían entre el 10 y el 40%» de los puestos de trabajo.

Lo afirma José María Peiró, investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) y catedrático emérito de la UV. «Pero el gran cambio no se va a producir tanto en la destrucción como en la transformación de puestos», destaca. «Las personas tendrán que aprender nuevas tareas y procesos y desaprender los actuales», agrega.

Según Peiró, la implantación de la IA «no sólo afecta a profesiones de cualificación media o baja que acaban siendo automatizables. También a ocupaciones más intelectuales como el derecho, la medicina o la cirugía se están transformando tremendamente».

Pero en medio de esta gran revolución hay una serie de oficios humanos con siglos de arraigo que sobreviven a modas y cambios. O se adaptan y aguantan contra todo pronóstico. Y en ellos ponemos el foco en este 1 de mayo, Día del Trabajo.

Rafael Albero y su hijo, en el mostrador de una de sus tiendas del centro de Valencia Rosa García
  1. Rafael Albero Sombrerero

    «El sombrero es más práctico que llevar una crema protectora»

Basta fijarse en las cabezas para comprobar que las que lucen sombrero, gorra o boina están en clara minoría. Nada que ver con hace un par de siglos. Sin embargo, ahí están un padre y su hijo al frente de Sombreros Albero, en el corazón de la Valencia histórica. Su negocio familiar data de 1820. Tienen tres tiendas en Valencia y otras en más de siete ciudades de España.

Así ve el futuro Rafael Albero: «Es cierto que el sombrero se ha convertido en prenda ocasional y no hace tanto frío en invierno, pero casi todo el mundo tiene en su casa uno o varios. Nuestros clientes se han dado cuenta de que llevar la cabeza protegida es importante, es más cómodo y además favorece».

También se han sumado a la venta online y lidian con «competencia desleal de productos de muy baja calidad y dudosa procedencia, así como falta de ayuda para los negocios emblemáticos». En la mitad del siglo pasado triunfaban boinas, gorras y sombreros, pero hoy todo se ha diversificado, hay más modelos y materiales «y las redes sociales muestran muchas diferencias». Y el aumento de altas temperaturas ha influido en la demanda. «El sombrero es más práctico que llevar una crema», destaca la familia de comerciantes.

En cuanto al futuro, «la sombrerería aguantará mientras las personas sigamos haciendo vida al aire libre», estiman. Muchos clientes guardan el recuerdo de comprarse un sombrero o boina con su abuelo «y regresan» a la tienda. El tocado, de algún modo, une generaciones.

Sergi Martí trabaja en su taller de luthería de Valencia Violins. Jesús Signes
  1. Sergi Martí Luthier

    «Crear un violín requiere 200 horas de trabajo. Dudo que alguna IA lo logre»

Mientras los Albero venden sombreros, un hombre gesta violines. Es un luthier. Uno de los pocos que domina una artesanía musical que se remonta a los tiempos de Stradivarius. Se trata de Sergi Martí Gozalbo, un alzireño de 54 años y profesor de viola cuya vida cambió cuando conoció a un maestro luthier en la Seu d'Urgell y otro alemán en Altea.

«De ellos lo aprendí casi todo» y antes del milenio fundó el taller y tienda Valencia Violins. «Con capacidad de crear y restaurar el instrumento seremos poco más de una decena» en la región. No revela ingresos, «pero esto da para vivir dignamente y llevamos 25 años sin dejar de crecer». La razón es el fomento de los instrumentos de cuerda en las sociedades musicales valencianas. «Cada vez hay más padres que se toman la educación musical muy en serio y apuestan por el instrumento de cuerda», asegura.

Crear un violín profesional requiere unas 200 horas de trabajo: selección de maderas, colocación de más de cien piezas, pruebas, reajustes... «Dudo que alguna IA pueda sustituir esta artesanía», cuestiona. Martí está ahora enseñando a otros a formarse como luthiers. Ha creado la primera escuela de este tipo en su local, con cerca de una veintena de alumnos que ya confeccionan su propio instrumento.

Los Guerrero, padre e hijo al frente de una portería de la avenida Blasco Ibáñez de Valencia. Iván Arlandis
  1. Pepe Guerrero Portero

    «He atendido intentos de suicidio, caídas en casas o avisos de bomba»

¿Qué hubiera pasado en el incendio de Campanar si en lugar de un portero hubiera habido un videoportero? Julián García, elevado a categoría de héroe, ha puesto de relieve la profesión. Y en ella lleva 40 años Pepe Guerrero, hijo y padre de portero a las puertas de un edificio de Blasco Ibáñez, en Valencia. «Mi padre trabajaba en la constructora y cuando se jubió tomé el relevo a propuesta de la comunidad».

Pese a la apariencia tranquila de este empleo, hay muchas batallas que librar. Y son los primeros a los que el vecindario busca ante cualquier tipo de emergencias: «Gente ajena que quiere entrar, mayores que se caen en su casa, averías, fugas de agua, atrapados en el ascensor, intentos de suicidio, infartos... Hasta tuve que atender un aviso de bomba en el edificio», recuerda Guerrero.

En la provincia de Valencia hay 1.500 porteros y conserjes «y el mayor problema no son los videoporteros, sino las empresas multiservicios, por la precariedad e intrusismo laboral que existe». El trabajador cree que aún quedan años para este oficio: « Se tiende a edificar residenciales grandes donde la figura del conserje es indispensable».

El taxidermista José Miguel Izquierdo manipula la cabeza de un ciervo en su taller de Manises. Iván Arlandis
  1. José Miguel Izquierdo Taxidermista

    «Quedaremos tres, los jóvenes ya no cazan»

Taxidermistas ya quedan muy pocos. José Miguel Izquierdo es uno de ellos. Lleva ya 16 años entre pieles de ciervos, jabalíes, aves... «Me lo ofreció un conocido, me gustó y aquí sigo». Tiene su taller en Manises y allí perpetúa un oficio en horas bajas. «Tal vez quedemos ya sólo tres» en la Comunitat. «Las nuevas generaciones no practican la caza. Se demanda muy poco trabajo artístico, pero sí mucho trofeo en hueso», describe.

A su entender «la caza es un medio de equilibrio medioambiental y se está discriminando». Y como la taxidermia va estrechamente relacionada con el mundo cinegético, «esta actividad está en peligro de extinción», lamenta Izquierdo.

Evidalia y su hija María Isabel, dedicadas a la confección manual en Valencia. Jesús Signes
  1. María Isabel Fernández Modista y costurera

    «Todavía quedan dos tiendas de compostura por cada barrio»

Unir telas y pieles para crear ropa se remonta a la prehistoria. Hoy, en buena medida, son las máquinas de grandes firmas textiles las que ejecutan los diseños de los humanos. Sin embargo, hay aún tradición de sastrería, moda y confección o arreglos de costura en unos pocos locales.

Como La Aguja de María, en Algirós. Allí trabajan María Isabel Fernández, de 34 años, y su madre Evidalia, de 64. «Mantenemos una clientela que confía mucho en nosotras y en la calidad del resultado, ya sea para acortar una cremallera o elaborar un vestido a medida».

En tiempos de precios disparados «cada vez más personas se interesan en reciclar sus prendas y ofrecemos opciones que puedan alargar su vida útil», detallan. Eso sí, «el salario es el mínimo, pese a que damos muchas puntadas». Según estiman, en Valencia «hay una media de dos tiendas de composturas de ropa por cada barrio.

Evidalia y María Isabel están seguras de que la IA aún no les va a quitar el trabajo: «Los avances tecnológicos no remplazan nuestra labor artesana. Aquí hace falta un trato humano y personalizado, creatividad y saber hacer».

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