La Valencia turística, ajena a la tragedia

Enclaves como el entorno de la Lonja, plaza de la Reina y de la Virgen están copadas de visitantes foráneos, aunque se nota la ausencia de viandantes locales y los hosteleros registran cancelación de reservas

E. Rodríguez

Domingo, 3 de noviembre 2024, 01:35

Caminar por el entorno de la Lonja y la plaza de la Reina es como atravesar un portal hacia otra dimensión o realidad paralela. Terrazas llenas, rostros relajados, conversaciones pausadas, paseos desprovistos de prisas, camareros entrando y saliendo con la bandeja repleta de tapas de calamares y bravas...Todo un oasis ajeno a la catástrofe que sucede a tan sólo unos kilómetros, al otro lado del nuevo cauce del río Turia.

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A mis oídos llegan palabras en otros idiomas. Algunos los identifico, como el italiano y el inglés, mientras que intento distinguir si lo que habla un grupo de jóvenes es ruso, ucraniano u otra lengua del este de Europa. En sólo dos ocasiones escuché hablar en valenciano y castellano, lo que dejaba constancia de que las zonas más turísticas de la capital estaban copadas por visitantes foráneos. Era lo esperable. También escucho el traqueteo de las maletas. Es la música de la otra Valencia, la turística, que sigue funcionando pese a la devastación de sus poblaciones vecinas.

Elisa Fernández, encargada del restaurante 'Escalones de la lonja', explica que la actividad del establecimiento apenas se ha visto afectada debido a que la mayoría de sus clientes son extranjeros. «Aunque a primera hora de la mañana estaba todo parado, algo que me ha sorprendido. Pero no ha tardado en aparecer el movimiento. Es una zona muy turística al fin y al cabo y muchos de los visitantes no tienen ni idea de lo que está pasando a unos kilómetros», señala.

Aunque Elisa no ha detectado una caída de la facturación estos días, la catástrofe sí que ha tenido un impacto en lo laboral. «Tenemos dos trabajadores en Torrent, por lo que están aislados, y otro empleados que, aunque vive en Valencia, tiene familia en Masanasa, por lo que se pidió el día para ir a ayudar», cuenta la encargada, que no esconde su pesar por la situación de emergencia que azota a los municipios del sur. «Es horrible. Nosotros trabajamos aquí y no nos queda otra que abrir, pero estamos destrozados», agrega.

También ha tenido consecuencias a nivel logístico. «Hemos tenido lío con proveedores que no podían llegar porque proceden de municipios devastados, como es el caso de unos que vienen de Utiel. Lo he solventado yendo al Mercado Central a comprar algunas cosas puntuales, como verduras y fruta», explica.

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En mi ruta por los principales puntos turísticos de la ciudad me detengo al escuchar a un grupo de españoles. Por el contexto se entiende que son valencianos. Y, sí, el tema de conversación giraba en torno a la tragedia que asola a sus vecinos. «Están Caminando dos horas para conseguir agua y leche. Y encima algunas donaciones se están revendiendo mientras otros aprovechan par a robar», cuenta un hombre, parado sobre su bici, a un par de parejas.

«Acaba anunciar Marlaska que mandan más militares», indica otro, a lo que le responde su compañero con ironía: «Mejor que los manden el lunes que en fin de semana no viene bien». Todos coinciden en que los refuerzos llegan tarde, muy tarde.

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También hablan de la gestión de las alertas y de la muralla que ha salvado a la capital de correr la misma suerte que hace 67 años. «Gracias al cauce nuevo del Turia se detuvo la riada. Se construyó tras la tragedia del 57», comenta una mujer, que también destaca «lo mal» que lo ha hecho el colegio donde estudian sus hijos. «Nosotros hemos ido a por nuestros hijos porque actuamos con sentido común aunque el colegio no dijera nada. Los que tienen responsabilidad lo han hecho fatal», añaden.

En la plaza de la Virgen se palpa un ambiente menos dinámico de lo habitual para ser festivo, aunque las terrazas están llenas y la fuente del Turia proyecta su típica estampa donde su bordillo se convierte en una especie de banco de parque donde sentarse para decenas de personas. La sensación es de normalidad, pero también sobrevuela una pequeña dosis de tristeza. Las conversaciones que me rodean, de nuevo, las escucho en otros idiomas.

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Camino a la plaza de la Reina giro la mirada a la derecha y veo el restaurante La Pappardella casi completo. Me acerco. Las conversaciones de los comensales me recuerdan que estoy en territorio de turismo internacional. «A nivel de ambiente aquí es como si no hubiera pasado nada. Pero nos han cancelado un montón de reservas gente del área metropolitana y valencianos en general», cuenta Mario Di Felice, encargado del restaurante.

Sin embargo, esas cancelaciones se han cubierto con las reservas de los turistas que se han visto obligados a permanecer más tiempo en Valencia ante la imposibilidad de coger sus vuelos de regreso. La cancelación de sus viajes de vuelta les ha llevado a saber qué está ocurriendo al otro lado del cauce. «Algunos turistas quieren saber qué pasa y me preguntan. Los turistas alucinan cuando les digo que a tan sólo cuatro kilómetros tenemos tal devastación, pero lo cierto es que la capital parece otro mundo», señala Di Felice, que también vive la catástrofe de cerca. «Yo vivo en Alaquàs, que no se ha visto tan afectada como Aldaia. Por lo menos puedo seguir con mi trabajo», explica.

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La gran plaza que abriga la entrada principal a la catedral está llena de luz y vida. Como decía Mario, parece surrealista que a tan poca distancia se encuentre la muerte y la destrucción. Es la otra cara de Valencia. Al otro extremo de la plaza, mirando hacia la calle de la Paz, un pianista deleita a decenas de turistas que le graban con el móvil. Una imagen de un día cualquiera en una de las zonas más turísticas de la capital.

Sin embargo, conforme uno se aleja de estos puntos tan visitados, el aire que se respira en Valencia comienza a cambiar. Terrazas a medio gas y una simbiosis entre la normalidad y la tristeza. «En toda la mañana hemos hecho seis mesas. En condiciones normales estaría todo lleno», cuenta un trabajador de El Puesto, un bar ubicado en calle de Ribera y que también echa en falta a dos de sus trabajadores, aislados en Torrent.

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