El camino no tiene salida, es una especie de 'culo de saco' que transita entre los bancales de una decena de agricultores, quienes, como es ... habitual, se conocen desde siempre, se saludan y a menudo recelan. Recelar es un verbo costumbrista en ámbitos rurales. Recelar, desconfiar, pero guardando las apariencias. Lo aparente es coincidir con comentarios al uso y lugares comunes, repetir ideas recibidas, confluir en pesimismos atávicos. Persistir, llegado el caso, en eso de que la unión hace la fuerza, que queda tan bien. Pero prevalece el cinismo. Sonrisa de fachada, pensamiento inamovible. Unos y otros a la suya. Poco que hacer con tales mimbres. Ni siquiera en lo del camino.
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El camino sin salida es estrecho, como la mayoría de caminos agrícolas entre minifundios, pero el problema se venía resolviendo con el ensanchamiento que siempre hubo al final, adonde hay que llegar para dar la vuelta. Todavía lo puede hacer un coche, una furgoneta, también un tractor; un camión ya no, porque el dueño legítimo del pequeño apéndice de tal ensanchamiento decidió que lo suyo es suyo, y para que se enteren todos ha puesto piedras delimitadoras. No hay nada más: no ha plantado algo, tampoco hay nada de lo que sacar mejor provecho; solo piedras sobre el diminuto peñascal. Piedras suyas, desde luego, como el lugar.
Nadie discutió antes el asunto, ni siquiera los antecesores en la propiedad, sabedores de que era lógico que un camión llegar hasta el final del camino estrecho para poder dar la vuelta.
Todos necesitan que al menos algún día al año les llegue un camión grande para cargar la cosecha de cada campo. El dueño de las piedras también, pero ha dejado claro que le da igual. Ni valora la mínima generosidad que antes tuvieron otros que, aquí y allá, se avinieron a ceder algún metro para suavizar alguna curva muy cerrada y así facilitar el paso. Todos dependen de vías, acequias, tuberías, cables y demás conducciones que pasan por tantos sitios hasta llegar a lo de uno. No queda lugar para aislarse y salir airoso, salvo regresar a la cueva. Sin embargo, este tipo de situaciones de incomprensión cerrada son el pan nuestro de cada día por los campos valencianos. Y no caben milagros con en este clima decadente, hasta el hundimiento común. Con las piedras de lastre.
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