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GÓMEZ ORTS
Domingo, 10 de agosto 2014, 00:31
Moros y Cristianos vivieron ayer uno de sus grandes días dentro de su participación en las fiestas patronales ilicitanas. Una jornada que se inició con las dianas desde cábilas y cuartelillos de las diferentes comparsas, que inundaron de música y animación las calles por las que transitaron durante la mañana.
Y es que esa es una de las características de esta celebración, la alegría que imprimen los comparsistas y sus bandas durante su transcurrir, creando ese ambiente festivo que se contagia a los espectadores y transeúntes.
El programa de actos de la asociación festera prosiguió por la tarde, con los más pequeños de protagonistas. La prueba evidente de que la fiesta de Moros y Cristianos tiene asegurada la continuidad, quedó bien patente en el animado Desfile Infantil que llenó de alegría y motivo las sonrisas y aplausos del numeroso público que se fue estacionando en las calles del itinerario para presenciarlo.
Partió de la calle Alfonso XII, hasta llegar a la Plaza del Congreso Eucarístico, encabezado por el Abanderado de la Asociación, al que seguían los estandartes del Bando Moro, con representaciones de las seis comparsas. Como siempre, las que más integrantes aportaron fueron Musulmanes Almorávides y Las Huestes del Califa, con cuatro bandas de música.
Seguía el Bando Cristiano, encabezado por los estandartes de las seis comparsas, rivalizando los niños y niñas en imitar a sus mayores, con las consiguientes filás y sus respectivos cabos, tanto en un bando como en otro. Acompañaban tres bandas de música.
Sobre unos trescientos niños y niñas, con marcada estilo festero, muchos de ellos acompañados de sus mamás y papás, que les iban realizando indicaciones, al tiempo que disfrutando del empaque de sus vástagos. Lo dicho, la continuidad está asegurada.
Poco después, pasados unos minutos de las nueve de la tarde, comenzó el estruendoso Alardo por la calle Vicente Blasco Ibáñez, desde la confluencia con Capitán Antonio Mena hasta al Puente de Altamira.
En esta ocasión la participación fue más numerosa que de costumbre por cuanto tomaron parte 18 arcabuceros de Jaca, de la expedición que ha venido para estas fiestas. Ellos encabezaban los disparos, con medio kilo de pólvora cada uno, mientras que los ilicitanos de las distintas comparsas moras y cristianas, sumaban unos sesenta, y disponían de un kilo de pólvora por cabeza.
El estruendo en la calle, realmente ensordecedor, y aparte de la vigilancia policial, se había dispuesto de un grupo de 16 personas de la Cruz Roja, por si las moscas, con la consiguiente dotación de vehículo.
Posteriormente, a las once, tenía lugar junto al Palacio de Altamira la Embajada del Moro, seguida de la Embajada Cristiana y consiguiente entrega de la ciudad al Rei En Jaume I. Una escenificación que constituye una de las mejores en su tipo en toda la geografía de ciudades que celebran estas fiestas.
Confraternidad
Como cada año al inicio de las fiestas, la gran familia de Moros y Cristianos se dio cita en la iglesia de El Salvador para asistir a la misa en memoria de los festeros fallecidos, con la consiguiente ofrenda floral y lazos con los nombres de aquellos que se fueron pero siguen en el recuerdo.
Con el templo a tope, ante la imagen del Cristo de la Fe, a cuyos pies se depositaron los presentes, presidió la ceremonia religiosa el párroco y vicario episcopal, Vicente Martínez, quien hizo referencia a los fallecidos en el último año: María Sempere, Manoli Alonso, Hipólito Roca, Pepe Agueda y Juan José Llopis. En su homilía resaltó lo beneficiosa de las fiestas, con el mensaje para los políticos de que observen una tregua en estas fechas y que reine la confraternidad entre todos.
Naturalmente con la obligada cita al Cristo de la Fe, como patrono de Moros y Cristianos, y la Virgen de la Asunción, en cuyo honor se llevan a cabo las fiestas.
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