JEFE DEL DEPARTAMENTO DE GPS DEL SERVICIO GEODÉSICO DE EEUU
Sábado, 8 de agosto 2015, 12:24
Hay un pasaje en la representación de la Festa dElx que solo se relata brevemente en las consuetas y que, sin embargo, es uno de los más icónicos y atrevidos en la escenografía teatral que se desarrolla en el mundo terrenal del cadafal. Nos referimos al episodio del enterramiento de la Virgen en su sepultura, un acontecimiento que en francés se denomina mise au tombeau. La consueta del año 1625 dice escuetamente cuando se alude a esta escena: «La posen los apòstols en lo sepulcre, fent demostraçions com qui plora, y tancas lo sepulcre». Lo primero que sorprende es que se escriba «y cierran el sepulcro» cuando es bien sabido que la sepultura, representada simbólicamente por una abertura cuadrangular en el centro del tablado, al contrario de lo que ocurre con la puerta del cielo, ni se abre, ni se cierra. Por otro lado, fíjense que aquí no se dan tampoco detalles de la forma en que los apóstoles efectúan el enterramiento.
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Las fuentes literarias de los textos del Misteri, se sabe muy bien, son los Evangelios Apócrifos, primordialmente, la más tardía Leyenda Dorada del dominico Jacobo de Vorágine (c.1229-1298). En ella se mencionan los últimos días de la vida de María, y en lo que respecta a su enterramiento dice textualmente: «Al llegar los apóstoles al huerto de Gethsemaní hallaron en él un sepulcro igual al que sirvió para la gloriosa sepultura del Señor y colocaron en él con exquisita reverencia el cuerpo de la Virgen valiéndose de una sábana previamente interpuesta entre el sagrado cadáver y el féretro, a fin de no tener que tocar con sus manos el vaso santísimo en que se había alojado la majestad de Dios». Esta narración es más concreta y taxativa: «valiéndose de una sábana».
Basados en estos rasgos descritos en los apócrifos la imaginación de los artistas plásticos interpretaron estos eventos con sus peculiares variantes personales. Hay escasos vestigios iconográficos tratando este momento tan transcendental en que el cuerpo de la Madre de Dios es depositado en su tumba por los apóstoles; un hecho que todos los veranos se recrea con gran solemnidad dramática en el escenario instalado en el crucero de la Basílica de Santa María.
Si nos atenemos estrictamente a los pintores más reconocidos, pioneros en la exegesis de este singular trance, sobresalen dos: Duccio di Buoninsegna (c.1260-1318), que incluyó un cuadro con esta temática en su célebre políptico La Maestà expuesto en la catedral de Siena (Italia), una ciudad con reconocido espíritu marianista y Fra Angélico (1387-1455) que pintó al temple una pequeña predela que se conserva en el Philadelphia Museum of Art en EE.UU. En ambos casos se trata específicamente del enterramiento de la Virgen por los apóstoles, todo plasmado en un contexto muy alejado de una dormición ya que Jesucristo sosteniendo el alma de María no aparece entre los personajes que circundan la tumba.
No obstante, existe un conjunto escultórico en la abadía de San Pedro en el pequeño pueblo de Solesmes, cerca de Le Mans, en Francia, que capta fielmente el instante en que los apóstoles del Misteri colocan el cuerpo de la Mare de Déu en su sepultura (ver foto adjunta). Habría que especular si alguno de los mestres de capella o personas influyentes en la dirección escenográfica de la representación anual de La Festa pudiera haber visto personalmente o recibir información de la existencia de este grupo de figuras de autor anónimo, en esta abadía francesa, de gran realismo y perfección manierista, que fue realizado hacia 1540. En la parte inferior derecha del apostolado está esculpida la imagen del prior benedictino de la abadía, Dom Jean Bougles, bajo cuyo mandato se realizaron las esculturas. En el centro del grupo está San Pedro (patrón de la abadía) y al fondo aparecen las dos Marías. No cabe la menor duda de que la iconografía centrada en la Muerte, Asunción y Coronación de la Virgen aportaría un germen importante de ideas a los dirigentes ancestrales del Misteri, siempre buscando incorporar un dinamismo equilibrado entre los seductores cantos que protagonizan la obra y los adecuados movimientos escénicos de los actores, que ataviados con ropajes fidedignos inspiran al ceremonioso acto un ambiente piadoso de gran dramatismo religioso. El resultado final: ¡Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad! ¡Justo y merecido premio a la devoción y a la originalidad de nuestros antepasados!
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