«Aunque me duela el alma / me borraré tu nombre / aunque me duela mucho / me olvidaré de ti». 'Aunque me duela el alma', ranchera de Vicente Fernández.
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Conforme avanza el actual mandato municipal es más palmario el cambio de formas y modos en el consistorio, algo que el alcalde siempre gusta de resaltar como epítome de los nuevos tiempos tripartitarios. No solo por mor de la transparencia, la participación y la confraternidad ciudadana entre razas, credos, orientación sexual y prefencias futbolísticas. También se aprecia en el comportamiento de los integrantes de la corporación y en sus intervenciones, que aún manteniendo sus posturas, encontradas muchas veces, han bajado el tono de sus diatribas en los plenos. Lejos queda aquella tensión de los dos mandatos anteriores, presididos por Alejandro Soler y Mercedes Alonso, en los que solo les faltaba a algunos lanzar rayos desintegradores con los ojos (hubo quien lo intentó, no crean). Valga el Pleno de esta semana como ejemplo. Hubo bronca, porque la hubo, pero al final todos acabaron votando por unanimidad las mociones presentadas por los distintos grupos, en el gobierno y la oposición. Comunión total por el bien del pueblo. Es un fenómeno que ya se dio en sesiones anteriores. La oposición -menos C's, por supuesto- sigue machacando cuando puede al tripartito con lo de la parálisis, la falta de gestión y que no llueve por su culpa, pero en general el tono es más comedido. Eso no quita para que unos y otros se den estopa cuando viene la ocasión. Por ejemplo, la popular Loli Serna tal vez no calculó las consecuencias cuando defendió -sin ánimo de confrontación, aseveró- la moción de su grupo reclamando medidas para mejorar la asistencia a los usuarios del geriátrico de Altabix, de titularidad pública pero gestión privada, ya que hay muchas quejas familiares y sindicales sobre el actual servicio. No tardó ni un segundo Mireia Mollà en saltar al terreno de juego (metafóricamente, claro) para disponerse a marcar a puerta vacía y de carambola con los tres palos. El pirómano reclama a los bomberos más diligencia para apagar el fuego que acaba de provocar, vino a decir, con su afilada labia habitual. Porque el anterior Consell popular fue el responsable de la adjudicación, a la baja, del servicio, le recordó la compromisaria, y por eso las cosas están como están. Así que más que pedir soluciones, lo que debía hacer es pedir perdón, apostilló, ante las protestas de la bancada popular. «Nosotros ya no podemos hacer nada, ahora gobiernan ustedes, así que el problema es suyo», replicó como pudo Serna, atrapada en su propia estratagema. Es ya algo tradicional la amnesia que padecen los partidos en cuanto dejan el poder y pasan a la oposición, reclamando a los recién llegados que arreglen 'ipso facto' los pufos que dejaron atrás. La reacción por parte de los nuevos gobernantes, de una y otra parte, es recurrir a la 'herencia recibida' y asunto zanjado. Siempre cuela.
Tuvimos también esta semana la repercusión local del terremoto socialista nacional. Ximo Puig, como es sabido, fue uno de los 17 dimisionarios de la ejecutiva federal. No tardó ni un días en salir públicamente Carlos González a respaldar la jugada de su jefe regional, no se sabe si por aquello de la obediencia y la lealtad debidas o por auténticos sentimientos profundos. La verdad es que el alcalde y secretario local socialista también había expresado con reiteración su lealtad a Pedro Sánchez, pero claro, 'in illo tempore', cuando las cosas no estaban tan enrevesadas. La cuestión es que ahora está con los barones críticos y, aparentemente, en contra de la mayoría de la militancia (se entiende que la de Elche también), según el maniqueo esquema que barajan estos días los observadores habituales del asunto. La cuestión es que este súbito alineamiento con la tesis contraria la dirección -o lo que queda de ella, si es que queda algo- ha causado sorpresa en el partido, incluso entre algunos de sus más directos colaboradores. Esperaban una postura más comedida del responsable local del partido, teniendo en cuenta lo incierta de la situación, y que no existe un pronunciamiento tácito de la ejecutiva ilicitana al respecto. Son muchos, según cuentan, los militantes que desaprueban el paso al frente de su secretario junto a los sediciosos orgánicos, y si no han montado ya una concentración frente a la sede con retratos del vilipendiado y denostado defensor del 'no es no', poco ha faltado. La estrategia de 'esperar y ver' no ha imperado en este caso en una persona habitualmente reflexiva y comedida en sus pasos y decisiones. Uno de los principios esenciales de todo manual del político que aspire a serlo durante mucho tiempo es apoyar incondicionalmente al líder, aunque en la sombra trabaje para derribarlo, y solo expresar adhesión pública e inquebrantable al advenedizo en el caso de que finalmente logre el poder. No antes, por si hay que retirarse sigilosamente del contubernio, si la 'operación derribo' fracasa. Pues eso. Atentos.
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