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La última (en llegar) fue la primera… en subir al estrado y también en intervenir: Sandra Gómez adaptó a su estilo la profecía bíblica y compareció en LAS PROVINCIAS cuando el resto de contendientes ya compartían café y confidencias con sus anfitriones. Su llegada, acompañada ... de un séquito digno de Cleopatra, rivalizaba según todo análisis semiótico con la aparición de su querida enemiga, María José Catalá, quien convocaba a su alrededor a una comitiva semejante en número y fervor. Esa clase de calorcillo que todo dirigente reclama para dotarse de una seguridad adicional y emitir el tipo de mensaje que sus dos rivales descartaron: Giner y Badenas eligieron una cordada discreta en el fallido intento de hacer cumbre, con la clase de sabia resignación propia de quienes aspiran a ser decisivos pero aceptan que están condenados a ser esquivados por el votante. La cima que escalan es una diana móvil.
De ahí que mientras Catalá y Gómez se ignorasen educadamente en los corrillos previos, el candidato de Ciudadanos saludara a todo el mundo (servidor incluido) y el de Vox se comportara como esos invitados a una boda que no saben si acuden por el novio o por la novia. Un cinturón (¿sanitario?) le rodeaba, convertido como sus pares en planetas orbitando sobre sí mismos, a cuya estela se adhieren como polvo (estelar, en efecto) los miembros de su equipo. Badenas eligió para la ocasión una americana entallada según el outfit de su jefe Abascal y un pantalón que aspiraba a ser blanco pero que no alcanzó el tono resplandeciente que sí lucían las dos damas que le escoltaban: de blanco Mestalla irrumpieron Gómez y Catalá, quien se hidrataba con puntualidad ferroviaria y se felicitaba por la comodidad de la silla dispuesta por la organización. Mientras, Giner ejercía de sí mismo. Es el hombre del traje gris, uniforme que encierra algún simbolismo que no terminaba de pillar una audiencia donde unas estudiantes de Periodismo en el CEU no perdían detalle. Una de ellas toma su portátil y se dispone a teclear su propia crónica. ¿Quiere compartir su punto de vista con LAS PROVINCIAS? Sonríe. Se llama Paloma y recién concluido el debate levantará el brazo de Giner como triunfador.
Para entonces, los aspirantes a gobernar Valencia (incluida esa pareja que se conforma con influir en quienes gobiernen Valencia) han liquidado hora y media de discusiones en ausencia del candidato Joan Ribó, la presencia invisible que mereció de sus rivales la indiferencia que se endosa a ese pariente pelmazo cuya ausencia se agradece por la vía del desdén: ninguneando, que es gerundio. Gómez aprovechó ese carril vacío para rodear su discurso de la aureola propia de quien pretende ocupar el trono municipal y marcó el terreno desde la primera intervención: gol en la portería fantasma que ocupan quienes denuncian racismo en Mestalla (el Mestalla del blanco de su traje) y regreso al centro del debate, ese lugar mágico (y clave) que sólo le compite Catalá. También la aspirante del PP se decantó por un tono moderado pero firme: transversalidad al poder. La Catalá pirotécnica se quedó en la plaza de toros; en su lugar compareció otra Catalá, la que se ve devolviendo el Ayuntamiento a sus siglas y necesita exprimir su perfil institucional para obrar ese milagro que le daría la alcaldía: que le voten no solo los suyos sino también los indecisos. Y los ajenos. Esa franja que incluye a los antiguos fans de Ciudadanos y a quienes en Vox se sientan tentados por el viejo truco: el voto útil. El voto contra Sánchez, el otro ausente muy presente.
Moraleja: regreso a Mestalla. Con la portería a cero como estrategia, Catalá y Gómez rivalizaron en seguir una táctica semejante. Evitar errores, sobre todo el maldito autogol, era la consigna mientras con una sutileza análoga lanzaban sus redes hacia todos los caladeros. La conquista del centro, ese espacio que en realidad es una actitud según la ingeniosa definición de Giner, exigió un perfil poco afilado en sus palabras donde acabó por aflorar el esperado cara a cara: fue cuando la líder del PSPV pronunció la palabra fetiche de su campaña (pufo) y cuando Catalá enarboló esa promesa que también reitera estos días como un amuleto: el anuncio de bajada de impuestos, lanzado mientras miraba de reojo a Gómez… quien en respuesta optó por evitar mencionar a la líder del PP por su nombre.
Otro viejo truco, por si la aludida cometía ese error tan temible, el del tenis: el no forzado. Pero no hubo tal: Catalá siguió acampada en el carril central, extremó el aire institucional de quien huye del papel de candidata para ejercer como alcaldesa y reservó a Gómez el rol de aspirante. ¿Tuvo éxito? ¿Triunfó? ¿O se conformaron ambas con el empate? Paloma, mientras reflexiona qué titular enmarcará la pieza que tiene que rematar, lo tiene claro: entre Gómez y Catalá, el voto de su crónica va para el PP.
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