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Las dos iban de blanco, primaverales, luminosas y simbolizando algo nuevo a punto de empezar. El blanco es la pureza en las bodas pero, tratándose ... de la política, quizás resulta tan incómodo como en la mayor parte de los casorios. Así, pues, dejémoslo en el blanco de la gloria y la fiesta grande, como en las casullas eclesiásticas. Lo importante es que gracias a la ausencia de Ribó, las protagonistas fueron ellas. Dos mujeres disputándose la alcaldía de Valencia. Y dos madres defendiendo la ciudad en la que crecerán sus hijos. No es un recurso poético; es una perspectiva realista. No hace falta buscar, como hacían los teloneros masculinos, testimonios de un vecino que se quejaba de esto o de lo otro. Es suficiente con proyectar el escenario en el que quieren que se desarrolle la vida adulta de sus hijos.
Las dos, además, representaban a los partidos que han gobernado la ciudad en las últimas décadas de modo que su papel no consistía en lanzar promesas sino en señalar defectos ajenos y evidenciar aciertos propios. En su debate particular, Gómez buscaba una fuente de autoridad ajena. «No lo digo yo», repetía. Catalá, sí. Lo decía ella. Porque yo lo valgo. What else?
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