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Rafa Honrubia
Valencia
Miércoles, 18 de julio 2018, 18:23
Somos los mejores maratonianos del reino animal. Está mal decirlo de nosotros mismos, pero es así. Durante mucho tiempo los biólogos y antropólogos se han preguntado cuál es la virtud anatómica más sobresaliente del ser humano, la que nos hizo adaptarnos al entorno y sobrevivir durante nuestros primeros días sobre la Tierra cuando aún no contábamos con armas para cazar. Hay que tener en cuenta que los humanos incorporamos la carne en nuestra dieta hace 2,6 millones de años, mucho antes de disponer de armas sofisticadas para la caza, como el arco y la flecha, cuyos restos más antiguos, encontrados en la cueva de Sibudu (Sudáfrica) datan de hace 64.000 años. Sin colmillos grandes, ni garras, ni fuerza, ni velocidad en comparación con otros animales, y lejos de las copas de los árboles que nos dieron cobijo cuando todavía pertenecíamos al mundo de los simios, éramos carne de extinción.
Sin embargo, aquí estamos y no nos ha ido nada mal. Entonces, ¿cuál es nuestro superpoder? ¿Qué ventaja adaptativa nos permitió competir con leones, hienas y demás depredadores por la comida? La respuesta es tan bella como sorprendente: la capacidad de resistencia durante una carrera de muchos kilómetros. 'Nacidos para correr' es el libro del periodista Christopher McDougall, que cuenta la fascinante historia de una tribu de ultramaratonianos, los tarahumara, y profundiza en la razones científicas y sociales que explican por qué somos tan buenos corredores de largas distancias.
En la década de los 90, Dennis Bramble, un importante biólogo evolutivo de la Universidad de Utah (Estados Unidos), comenzó a estudiar este asunto después de que uno de sus estudiantes más brillantes, David Carrier, propusiera la conexión entre evolución, fisiología humana y correr. Y la primera conclusión a la que llegaron alumno y profesor debió de subirles las pulsaciones a mil. «Era tan simple y tan alucinante. Porque si David tenía razón, acababa de resolver el mayor misterio de la evolución humana. Nadie había descubierto por qué los primeros humanos se habían separado del resto de la creación levantando sus nudillos del suelo y poniéndose de pie. ¡Había sido para respirar! Para abrir sus gargantas, hinchar el pecho y aspirar aire mejor que cualquier otra criatura del planeta. Pero ese era solo el principio. Porque si eres mejor a la hora de respirar, eres mejor a la hora de correr», cuenta McDougall en el libro tras entrevistar a Carrier.
Es decir, los primeros homínidos se alzaron sobre sus piernas y empezaron a caminar de forma bípeda para expandir sus pulmones y respirar mejor. Esta hipótesis llevó a Bramble a asociarse con Daniel Lieberman, antropólogo evolutivo de la Universidad de Harvard, quien en ese momento estaba estudiando los peores corredores del reino animal. La cabeza del cerdo se desestabiliza cuando corre porque no tiene ligamento nucal. Solo los buenos corredores, como los caballos o los perros, lo tienen. Bueno… y nosotros también. Los humanos tenemos características de animales corredores y de caminantes. Echar un vistazo al chimpancé, animal caminante con el que compartimos un 95% de nuestra secuencia de ADN, fue el punto de partida del profesor de la Universidad de Utah.
Además de tener ligamento nucal, al contrario que los chimpancés, nosotros tenemos el tendón de Aquiles, que conecta las pantorrillas con los talones, los chimpancés no. Nuestros pies son arqueados, el de ellos es plano. Mientras nuestros dedos son cortos y están muy juntos, los suyos son largos y abiertos. Además, los humanos tenemos un buen trasero y los chimpancés apenas tienen. «El ligamento nucal es útil, únicamente, para estabilizar la cabeza del animal cuando está corriendo deprisa; así que si uno es un caminante, no le hace falta. Los traseros grandes son necesarios únicamente para correr. De la misma manera, el tendón de Aquiles no tiene utilidad alguna a la hora de caminar», explica McDougall.
Estos son algunos de los 26 rasgos morfológicos relacionados con correr que poseemos y que fueron publicados en un famoso artículo en la revista 'Nature' en 2004 por Bramble y Lieberman. «De la cabeza a los pies, todo funciona perfecto. Evolucionamos para correr», señala Lieberman. Somos máquinas de correr con piernas repletas de gomas elásticas para ganar en economía y resistencia de carrera, grandes glúteos para ejercer contrapeso y un sistema de termorregulación con millones de glándulas sudoríparas para eliminar el calor.
«Todas las criaturas cubiertas de pelo del mundo se ventilan, principalmente, mediante la respiración, lo que reduce todo su sistema de regulación térmica a sus pulmones. Pero los seres humanos, con nuestros millones de glándulas sudoríparas, somos el mejor sistema de ventilación por aire que la evolución ha puesto en el mercado», destaca McDougall. Y otro dato: los cuadrúpedos, cuando corren, solo pueden aspirar una vez por cada zancada, ya que cuando apoyan las piernas delanteras, las tripas se agolpan contra sus pulmones, y cuando se extiende para dar la siguiente zancada los pulmones se vuelven a abrir. Los humanos no tenemos este problema, podemos respirar más veces por cada paso.
Cuando un mamífero corre y no puede regular la temperatura corporal a través de la respiración tiene que parar o muere; excepto nosotros, los seres humanos, que podemos termorregularnos. Cuando un antílope o un ciervo tiene que correr es muy veloz al principio pero si tiene que acelerar y mantener se le complica la vida porque el costo extra es muy alto. El homo sapiens, en cambio, puede corre a un ritmo mantenido durante horas.
Lieberman le echó muchas horas a hacer cálculos. Al galope, un caballo alcanza los 7,7 metros por segundo y puede mantener este ritmo unos diez minutos, luego tiene que bajar a 5,8 metros por segundo. Un buen maratoniano puede correr a seis metros por segundo durante horas. Pero, ¿de qué nos sirvió ser los mejores corriendo decenas de kilómetros si la sabana africana, donde empezó todo, está diseñada para cazar en velocidad?
Esto no es del todo cierto. No todo en la sabana son guepardos cazando gacelas. Hay animales que practican la caza por persistencia. Nosotros somos los únicos primates que estamos preparados para correr, caminar y rastrear con el objetivo de perseguir a una presa hasta que cae agotada. Los lobos grises y las hienas moteadas también cazan con este eficaz método que todavía emplean algunos cazadores nómadas del Kalahari. El documental de David Attenborough, 'Mamíferos' muestra a un cazador bosquimano persiguiendo durante kilómetros a un kudú, un tipo de antílope africano, hasta que el animal colapsa por agotamiento.
La caza por persistencia es la estrategia de caza más temprana utilizada por humanos. Y volviendo al principio: es un método que no requiere armas. Este apunte es de suma importancia para todos aquellos investigadores que llevaban años preguntándose cómo pudimos cazar animales que nos triplicaban el peso con piedras y palos. Los registros y estimaciones de los especialistas hablan de un promedio de persecución de entre tres y cinco horas, lo que coincide con el tiempo que necesita la mayoría de las personas para finalizar la prueba estrella del 'running': la maratón. No puede ser casualidad.
Llegados a este punto, hay una pregunta que merodea en nuestras cabezas: ¿Por qué corremos?. Este es precisamente el título del libro escrito por Martín De Ambrosio y Alfredo Ves Losada, cuyo subtítulo ya abre la puerta a una respuesta: 'Las causas científicas del furor de las maratones'. Así es, corremos porque es parte de nuestra naturaleza: «El ser humano está preparado para correr, correr y correr. Preparado genéticamente. Los que están ahí son los genes a la espera de que se los despierte. Cuando un cachorro de hombre o mujer deja de gatear, se levanta, camina y luego corre. Vale para los bebés humanos, vale para toda la especie. Todos somos la gente que corre».
lesionesEl profesor de la Universidad de Harvard Daniel Lieberman fue uno de los pioneros en investigar si las zapatillas eran las verdaderas culpables de golpear con el talón en el suelo. En el gremio se conoce como talonar y suele ser el origen de múltiples lesiones. Las conclusiones del científico son abrumadoras. Según Lieberman, nuestro cuerpo está diseñado para correr apoyando primero las puntas de los pies. La gran mayoría de las zapatillas deportivas producen el efecto contrario y nos obligan a dar zancadas apoyando el peso con el talón. «Las zapatillas facilitan una forma de correr que parece ser diferente del modo en el que lo hacen los que van descalzos y esto podría tener ciertas implicaciones a la hora de ayudar a algunas personas a evitar lesiones», destaca.Correr descalzo todavía tiene muchos escépticos, aunque Lieberman no para de sacar investigaciones al respecto que demuestran las malas prácticas de las zapatillas y los beneficios de correr como siempre lo hemos hecho. El mercado ya hace caso de la nueva corriente y es común encontrar zapatillas minimalistas en cualquier tienda deportiva. Son muchos los corredores que han empezado a correr así por convicción, entre ellos Christopher McDougall, escritor del éxito de ventas 'Nacidos para correr'. «Desde que empecé a correr descalzo no he vuelto a lesionarme», señala.
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