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Rafa Honrubia.
Miércoles, 21 de noviembre 2018, 00:31
Decía Calderón de la Barca que la vida es sueño. Y tenía razón, al menos en parte. El sueño es una de las funciones biológicas más importantes de nuestro organismo, como comer, beber o reproducirnos. El descanso es un mecanismo imprescindible para el equilibrio psíquico y físico de los individuos y, sin embargo, esta función esencial ha estado en el cajón de la comunidad científica durante muchos años. Este olvido quizá pueda explicarse debido al misterio que rodea al universo del sueño: ¿para qué sirve dormir? Antes de intentar responder a estas pregunta, vamos a considerar que pasamos un tercio de nuestra vida bajo las sábanas. Una persona con 80 años, habrá dormido 25. Ni comer ni reproducirnos nos ocupa tanto tiempo.
El médico valenciano José Haba-Rubio, junto con su colega suizo Raphaël Heinzer, han publicado recientemente en España el libro 'Sueño con dormir' (La Esfera de los Libros), donde abordan los entresijos del sueño, los trastornos y soluciones, con casos clínicos de primera mano y las últimas investigaciones en la materia. Haba-Rubio y Heinzer son especialistas en medicina del sueño del Centre d'Investigación et de Recherche sur le Sommeil (CIRS) de Lausana (Suiza) y nada más empezar el libro lo dejan claro: «Estamos viviendo el momento de la historia en el que dormimos menos». William Charles Dement, médico estadounidense y pionero en las investigaciones en medicina del sueño, lo decía de otra manera: «Vivimos una pandemia de fatiga».
Desde que se tienen datos científicos se ha constatado que en los países industrializados se duerme una hora y media menos que hace cien años. Esto ha generado lo que los estadounidenses llaman TAT, 'tired all the time' o cansados todo el tiempo, en sus siglas en inglés. Vivimos con una deuda de sueño constante y esta carencia nos perjudica en muchos aspectos de nuestra vida. Por tanto, si dormir tiene tantos beneficios, cuál su función última. «Todavía es un misterio», mantienen Haba-Rubio y Heinzer en su ensayo, aunque reconocen que dormir sirve para muchas cosas. «Es como los fines de semana», llegan a calificar.
El sueño tiene dos funciones esenciales: la restauradora y la consolidación de la memoria. La primera se refiere a la recuperación únicamente de un órgano. El cerebro necesita resetear, el resto de órganos no. Durante la vigilia, el espacio entre las células cerebrales es como un centro histórico de origen árabe, con calles estrechas. Ese espacio se convierte en avenidas de varios carriles en el momento de dormir. Esto permite al líquido cefalorraquídeo fluir con más libertad y arrastrar las sustancias tóxicas y residuos generados durante la vigilia.
La segunda función se refiere a la consolidación de la memoria. «Una vez que aprendemos alguna cosa -durante la vigilia-, vamos a memorizarla más eficazmente -es decir, reconstruir la información que hemos adquirido-, si después de codificarla hay un periodo de sueño», explican los facultativos. Por eso, los padres siempre insisten a sus hijos universitarios que les servirá de poco quedarse estudiando toda la noche sin dormir. Es probable que el cerebro no consiga fijar la información adquirida y esas horas de estudio acaben en la basura. «El sueño permite, de una forma activa, reorganizar los nuevos recuerdos e integrarlos en los ya existentes, favoreciendo la creación de nuevas asociaciones», explican.
Pero existen más funciones. Dormir poco disminuye la eficacia de nuestra respuesta inmunitaria. Aunque aún no se conocen los mecanismos moleculares que relacionan el sueño y el sistema inmunitario, sabemos que «el sueño permite reforzarlo», destacan los médicos. Quizá, por eso, cuando estamos enfermos tendemos a dormir más. Además el sueño está implicado en la secreción de determinadas hormonas, como la hormona del crecimiento, cuya segregación ocurre «casi exclusivamente durante la primera parte de la noche». No es un mito el que dormir ayuda a los niños a crecer.
Y seguimos para bingo. La falta de sueño está relacionada con la obesidad. Es decir, juega un papel muy importante en el metabolismo. Cuando dormimos poco disminuye la secreción de leptina -la hormona de la saciedad- y aumenta la de ghrelina -la hormona del hambre-. Y por si fuera poco, la falta de sueño acarrea una resistencia a la insulina y, por tanto, el riesgo de sufrir enfermedades como la diabetes de tipo dos.
De no ser por sus inumerables ventajas, el sueño parecería una de las peores soluciones adaptativas de la evolución. Nos convierte en presas fáciles durante la noche y nos hace perder un tiempo precioso para conseguir comida o reproducirnos. Imaginemos, por ejemplo, lo que esto suponía en las indefensas sociedades nómadas del Pleistoceno. Y no es exclusivo de nuestra especie. «Todos los animales duermen. Es un imperativo biológico. Incluso las plantas tienen ciertas características semejantes al comportamiento del sueño», señalan Haba-Rubio y Heinzer.
Aunque el sueño es un fenómeno universal, «todos somos diferentes a la hora de dormir». Cada uno tiene unas necesidades de sueño diferentes y peculiares. La media que suele manejarse para los adultos es el patrón de las siete u ocho horas diarias. Y lo hacemos del tirón, es lo que se conoce como sueño monofásico. Sin embargo, no siempre fue así. Cuando no había electricidad en los hogares, las familias se iban pronto a la cama, donde dormían dos, tres y hasta cuatro personas. Una estrategia perfecta para combatir el frío. De hecho, los especialistas aseguran que la cama «jugaba un auténtico papel de cohesión social» en esos momentos.
Pero lo más sorprendente es que en esa época dormían unas tres o cuatro horas, se despertaban un par de horas y volvían a dormirse tres horas más. «El sueño de noche era, de esta forma, dividido generalmente en dos, al menos hasta finales del siglo XVIII: el primer sueño, y después de un periodo de vigilia, un segundo sueño, el sueño de la mañana. No tenían, como nosotros, un sueño monofásico, sino un sueño fragmentado bifásico», escriben los autores.
Actualmente, despertarnos en medio de la noche nos pone nerviosos porque sabemos que en pocas horas sonará el despertador y la falta de descanso puede influir en nuestro rendimiento al día siguiente. Esto nos inquieta y hace que nos cueste más dormir. En general, dormimos menos por los imperativos de la vida moderna: la sensación constante de perder el tiempo, poder hacer más cosas, consumir más, trabajar más horas para ganar más dinero, etcétera. Nuestra sociedad ha acuñado la expresión 'vivir sin dormir' porque se ajusta más a la idiosincrasia del mundo del entretenimiento.
¿Y qué pasa cuando no dormimos? El Récord Guinness científicamente demostrado de privación del sueño de forma voluntaria sin el uso de drogas estimulantes lo ostenta Randy Gardner, un estadounidense que batió el registro en 1964, cuando contaba con 16 años de edad. La noticia fue anunciada por la radio local y llegó a oídos del pionero del estudio del sueño William Dement. Gracias a esta coincidencia el experimento fue monitorizado y tenemos un relato bastante preciso de las consecuencias de permanecer once días y 24 minutos sin dormir.
Los cambios en su estado de salud comenzaron a partir del segundo día. Randy experimentó dificultades para leer, debido a los problemas de fijación de la vista. Después siguieron los problemas de humor -estaba más irascible- y los problemas de equilibrio, que llegaron a partir del tercer día. En el cuarto se mostró aún más irritable y con la sensación de tener la cabeza dentro de un torno; veía las cosas como si estuvieran envueltas en bruma y comenzó a olvidar algunos hechos recientes. Curiosamente, el quinto día se encontró algo mejor. Sin embargo, a partir del sexto, los problemas reaparecieron y fueron de mal en peor. El undécimo día, cuando le pidieron que fuera restando siete a diferentes cantidades, comenzando desde el 100, se detuvo en el 65. Cuando le preguntaron, por qué se había detenido, en sus cálculos, solo pudo responder que se había olvidado de qué estaba haciendo.
El sueño está sometido a un ritmo: Es importante tener un horario regular y respetar las horas de acostarse y, sobre todo, de levantarse.
Limitar el tiempo de cama al sueño: Hay que disociar la cama de cualquier otra actividad no compatible con el sueño, como leer, ver la televisión, comer.
Despertares nocturnos: Si no se logra conciliar el sueño tras despertarse durante la noche, es mejor levantarse y buscar una ocupación relajante hasta que llegue el siguiente ciclo de sueño.
Las siestas: Si padeces problemas de sueño, evita las siestas. Así no se fragmenta el sueño durante el día y será continuo durante la noche.
Ejercicio físico: Hay que evitar practicar ejercicio físico a última hora de la tarde, ya que aumenta la temperatura del cuerpo y provoca una excitación.
Horarios de comidas: Hay que intentar mantener horarios de comidas regulares y evitar las comidas pesadas por la noche y antes de dormir.
Entorno: Hay buscar ambientes cómodos y relajantes, sin mucho ruido y con una temperatura equilibrada, ni demasiado calurosa ni demasiado fría.
Problemas: Hay que evitar llevarse los problemas a la cama porque generan ansiedad y tensión nerviosa, lo que dificultará la conciliación del sueño.
Somníferos: Hay que evitar automedicarse con somníferos. Hay que emplearlos bajo prescripción médica y con dosis bajas durante un periodo limitado.
Duración del sueño: Es preferible buscar un sueño bien organizado y continuo, más que un sueño prolongado y a tramos.
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