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El ecocentrismo pone a la vida en el centro, no solo a la vida humana. LP
Tierra

Cuando el ecologismo se confundió de relato

En 'Confesiones de un ecologista en rehabilitación' Paul Kingsnorth ofrece una perspectiva nueva del movimiento verde y del ecocidio

Rafa Honrubia.

Jueves, 28 de noviembre 2019, 02:19

¿Cuándo empezó a desmoronarse todo? Comenzar así un texto tiene ciertos riesgos, es un golpe seco, una declaración de intenciones oscuras, y habrá quien decida no leer más porque deja poco espacio para la esperanza. Es comprensible. El mundo ya es suficientemente complicado para seguir abogando por el pesimismo. Sin embargo, si esto fuera el colapso, el final de la civilización tal y como la entendemos actualmente, ¿no estaría bien saberlo? ¿nos podría ayudar de alguna manera? ¿causaría alarmismo saber que ya no se puede salvar nuestro mundo? No. Que un autor y divulgador brillante como Paul Kingsnorth hable sin pelos en la lengua del ecocidio no va a provocar que una mayoría de gente se eche las manos a la cabeza. A corto plazo esto no va a pasar porque estamos sedados contra la catástrofe. Cuanta más entidad mayor es la dosis.

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«Mientras el colapso económico y ecológico va tomando forma ante nuestros ojos, sólo somos capaces de admitir que se trata de una inconveniencia pasajera, un problema técnico. Siglos de soberbia nos han bloqueado los oídos con ingentes tapones de cera; la realidad nos está gritando y nosotros no podemos oírla», dice el que fuera uno de los líderes del movimiento ecologista. «A pesar de todas las dudas y del descontento, seguimos anclados en una concepción de la historia en la que el futuro será siempre una versión mejorada del presente, perspectiva desde la cual sólo podemos suponer que las cosas deben continuar como hasta ahora. (…) Nadie sabe a dónde mirar, sólo sabemos que no podemos mirar hacia abajo. En secreto, todos sabemos que estamos condenados: incluso los políticos; incluso los ecologistas», admite.

El ensayo 'Confesiones de un ecologista en rehabilitación', recién editado por el sello Errata Naturae dentro de su inspiradora colección Libros Salvajes, habla de muchas cosas pero sobre todo de mirar hacia abajo y pretende demostrar que un gesto tan sencillo como variar la perspectiva puede devenir en un cambio de paradigma. Ya lo dicen en las terapias sobre adicciones: hay que tocar fondo para que la rehabilitación sea efectiva, es la única forma de darse cuenta de la enfermedad. Una enfermedad que nace de un error de concepto, en realidad, el error es una cuestión de narrativa, según Kingsnorth.

Suena raro precisamente porque nunca antes nadie lo había planteado de esta manera. Decían -dicen- que vivimos inmersos en una crisis ecológica, económica, de valores… y seguramente tienen razón. Pero, ¿no podríamos estar, asimismo, ante una crisis narrativa? Que es, más o menos, como decir que no hemos entendido nada. «Todas las culturas se construyen a partir de historias. Nos contamos historias sobre lo que es el mundo para darle sentido. Pero si las historias están equivocadas, pueden causar un gran daño. La sociedad industrializada cuenta la historia de que los humanos están en el centro de la Tierra, que la Tierra es un recurso para ser manipulado a voluntad, y que la vida es una historia de progreso en la que los beneficios materiales aumentan continuamente en un camino hacia la utopía. Estas historias nos han permitido destrozar el mundo vivo para nuestro propio beneficio», dice el escritor en una entrevista a distancia.

Actualmente, Kingsnorth vive conforme a lo que predica: en una casa remota al oeste de Irlanda junto a su mujer y sus dos hijas. Emigraron en busca de libertad, autonomía y la presencia cotidiana de la naturaleza. Allí ha plantado más de 500 fresnos y abedules. Descubrió que no podía hablar ni escribir del medio ambiente sin conocerlo, sin ensuciarse las manos hasta tener las uñas negras. «Cualquiera que quiera hablar o hacer campaña sobre el medio ambiente debe pasar mucho tiempo cavando en su jardín, sentado bajo los árboles y escuchando el canto de los pájaros. Por lo menos, esto mostrará que el mundo no gira a nuestro alrededor», dice el ex-activista inglés.

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revolucionario

¿Podría este posicionamiento ser el punto desencadenante de un cambio? Aunque Paul asegura que no quiere ser ejemplo de nada, este acercamiento a la naturaleza, a lo salvaje, a sentir su latido, a conocer sus sonidos y olores, es profundamente revolucionario. Basta con buscar en un diccionario de antónimos la palabra salvaje: su opuesto es civilizado. Así entendemos el mundo, así lo hemos narrado desde hace algún tiempo, aunque no todo el tiempo ni todas las culturas agregaron esta dicotomía a su idiosincrasia. La cultura dominante, la occidental, sí lo hizo. Ahora no se puede cambiar el concepto y seguir por el mismo camino, la dicotomía salvaje-civilizado es la base sobre la que se ha construido este mundo, es la que nos permite exprimir los recursos del planeta o estar provocando una extinción masiva de especies.

La crítica de Kingsnorth al movimiento verde es que se ha separado de la naturaleza, que ha dejado de ser ecocéntrico y se ha convertido en una confección puramente humana. «No proviene principalmente de personas que escuchan atentamente al mundo natural y tratan de vivir como parte de él. Deriva del temor de que el cambio climático derrocará a nuestra brillante civilización moderna. Cualquier ética verde debe ser ecocéntrica, es decir, pondrá los intereses de la vida misma, no solo la vida humana, en el centro. El ambientalismo moderno es un subconjunto del liberalismo progresista y humanista. No creo que tenga mucho que ver con la realidad del mundo no humano, o que tenga mucho interés real en él», afirma.

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El debate que ocupa al ecologismo actual es si son mejores los molinos de viento o la energía nuclear, es decir, si es mejor usar energías renovables o no, si somos sostenibles o no, si debemos usar transgénicos o no. Es un planteamiento reduccionista, basado en los arquetipos antagónicos de los cuentos infantiles. Otra vez la crisis narrativa. Es el mismo relato, la misma historia. «No me importa mucho si este tipo de economía funciona con carbón o viento. El viento sería mejor, pero seguiría siendo la misma dirección de viaje. ¿Y cuánta tierra deberá cubrirse con energías renovables? ¿Cuánto de los océanos, los ríos, las montañas salvajes, los desiertos, necesitarán ser industrializados para que podamos mantener Netflix y Twitter en línea para diez mil millones de personas? Las preguntas sobre tecnología no se acercan al meollo del asunto», señala.

Paul Kingsnorth ha sido editor de la prestigiosa revista The Ecologist, de las publicaciones de Greenpeace y de la web OpenDemocracy. Rememora el movimiento ecologista de la década de los noventa con añoranza: «era ecologismo en toda su crudeza, y la gente que vino a formar parte de aquello amaba la tierra con el corazón tanto como con la cabeza». Según explica, en los años siguientes este movimiento se diluyó porque el concepto guía, el ecocentrismo, desapareció del catecismo ecologista. «Me di cuenta de que estaba lidiando con unos ecologistas y un ecologismo que carecían de vínculos con cualquier ecosistema real», lamenta.

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Actualmente, el multipremiado ensayista y novelista se dedica a sentir el pálpito de la tierra, a estudiarla, y a escribir como parte de ella. Esto le llevo a cofundar el proyecto Dark Mountain, una red mundial de escritores, artistas y pensadores dedicados a confrontar las historias que a nuestra sociedad le gusta contarse a sí misma, las historias que nos impiden ver claramente el alcance del cataclismo ecológico, social y cultural que ya está en marcha. «La falsa esperanza es peor que ninguna esperanza, y la falsa esperanza es lo que los verdes y los políticos de la corriente principal tratan a diario. No tenemos esperanza de detener el cambio climático, y debemos ser honestos al respecto, o simplemente estamos mintiéndole a la gente por razones políticas. En cuanto a resistir el modelo económico, no es una cuestión de esperanza, sino de trabajo. Si quieres cambiar algo, cámbialo. La esperanza y la desesperación son distracciones», añade.

ecología oscura

Ante tal tesitura, el escritor y pensador inglés ha decidido adoptar una perspectiva radicalmente opuesta, una «ecología oscura» que recupere el amor entre la naturaleza -lo salvaje- y el ser humano -la civilización-, pero también que ajuste el desequilibrio narrativo y vuelva a reescribir el relato del ecocidio, y sobre todo, que recupere las historias protagonizadas por la tierra, que defiendan lo salvaje como parte de nosotros. «La creatividad sigue siendo la más ingobernable de nuestras fuerzas: el proyecto civilizatorio no puede concebirse sin ella y, a la vez, no hay otra parcela de la vida que se mantenga igual de salvaje, de indómita ante su propia hambre. Las palabras y las imágenes pueden cambiar las mentes, los corazones e incluso el curso mismo de la historia».

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