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Reto

Nadar para llamar la atención sobre los mares

El aventurero Nacho Dean une los cinco continentes a nado para poner el foco sobre la enorme contaminación que sufren los océanos

Rafa Honrubia.

Jueves, 27 de junio 2019, 01:54

Nacho Dean se descuelga del barco y se sumerge en las casi congeladas aguas oscuras del estrecho de Bering, la fría zona que separa Asia de América. Espera que el frío lo atenace, pero no lo hace, el neopreno aguanta. Comienza a nadar con el pulso acelerado. Es lo que tiene hacerse unas brazadas en el fin del mundo, entre Diómedes Menor, una isla estadounidense habitada por esquimales, y Diómedes Mayor, su reflejo en el lado ruso, deshabitada tras la Guerra Fría. Entre las dos islas pasa la línea internacional de cambio de fecha, es decir, que hay un día de diferencia horaria entre ambas. «Nadando pasé del ayer al mañana», explica este aventurero malagueño que acaba de unir los cinco continentes a brazadas para lanzar un mensaje de conservación de los océanos.

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La aventura se integra dentro de la iniciativa Expedición Nemo

La Expedición Nemo comenzó a gestarse en su aventura anterior, cuando Nacho se convirtió en el primer español en dar la vuelta al mundo a pie. Un reto que le llevó a recorrer más de 33.000 kilómetros en tres años, atravesar 31 países y gastar doce pares de zapatillas. «¿Por qué a pie, y no en moto, en bici o en furgoneta? Porque, como dijo alguien una vez, yo quería el pastel entero y no solo una porción, una aventura con mayúsculas, mi canto a la vida y a la libertad», señala en 'Libre y salvaje', el libro en el que relata la hazaña.

Su alma nómada y viajera está sellada en su ADN. Dean es hijo de marino con sangre irlandesa y griega. «Ser aventurero es contemplar el mundo como un lugar lleno de misterios, poner en duda los viejos esquemas, aceptar retos y adentrarse en territorios desconocidos, saber estar fuera de la comodidad y ser consciente de que el mayor riesgo es no arriesgar, apreciar la belleza del planeta en que vivimos», afirma el malagueño.

Deuda pendiente

Durante su particular vuelta al mundo, el español cruzó mares y océanos en diversas zonas. «Me quedaba una deuda pendiente con los océanos ya que caminar sobre el agua es imposible», apunta. Atravesar los estrechos continentales a nado es una gesta simbólica, una forma de vincular una aventura con un mensaje medioambiental que sensibilice a la población sobre la contaminación por plásticos, la subida del nivel del mar por el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. «El planeta nos necesita y hay que actuar», resalta.

Así que, culminada la vuelta al mundo y el libro, comenzó a organizar la Expedición Nemo, a formar un equipo, conseguir patrocinadores, tramitar los permisos con las embajadas y autoridades locales, gestionar las embarcaciones de apoyo, los vuelos y aprender a nadar largas distancias en el mar. «Efectivamente, apenas sabía nadar unos largos en la piscina», reconoce. Después de unos meses perfeccionando la técnica, se apuntó a eventos de natación en aguas abiertas para entrenar el nado de avistamiento, la resistencia al agua fría, nadar con oleaje y contracorriente y mantener la calma en situaciones adversas. De enero a mayo de 2018 diseñó una gira por el litoral español de travesías a nado involucrando a nadadores y piragüistas locales para promover la expedición y sus valores deportivos y medioambientales.

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La Expedición Nemo comenzó en el estrecho de Gibraltar, donde el español nadó 15 kilómetros para unir Europa y África en menos de cuatro horas. En la siguiente etapa, completó los siete kilómetros que separan la isla griega Kastelórizo de la población turca Kas para unir Europa y Asia. A continuación nadó cuatro kilómetros en el estrecho de Bering en algo más de una hora para cruzar de América a Asia. En la cuarta etapa, nadó 22 kilómetros en seis horas y media en el mar de Bismarck uniendo Asia y Oceanía. Y, por último, unió Asia y África nadando nueve kilómetros en el golfo de Áqaba en menos de dos horas. «En total, han sido 57,1 kilómetros en 15 horas 21 minutos y 38.828 brazadas. Sin embargo, lo más interesante es que para poder realizar con éxito la Expedición Nemo tuve que nadar 2.500 kilómetros y realizar 1.700.000 brazadas durante los dos años anteriores para entrenar», afirma.

Hay que estar muy motivado e ilusionado para enfrentarse a un reto de tales dimensiones. El aventurero español considera imprescindible «ser disciplinado y organizado, convivir con la incertidumbre y afrontar la adversidad, gestionar y controlar el riesgo, no perder la visión global, innovar, tener fortaleza física y mental, y un buen equipo de personas detrás de ti».

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A punto del abandono

Todos estos rasgos los tuvo que poner sobre el tablero durante la cuarta etapa, cuando nadó desde Skow Mabo (Papúa) a Wutung (Papúa Nueva-Guinea). Una auténtica odisea. El agotamiento físico, el agua a 30 grados, la humedad, la distancia y una fauna marina con presencia de tiburones, cocodrilos de agua salada y medusas irukandji casi pueden con él. «Tardé seis horas y media en cubrir 22 kilómetros y estuve a punto de abandonar. Tuve que atravesar la desembocadura del río Muara Tami lleno de barro y troncos, y las autoridades se equivocaron al indicarme dónde estaba la frontera: cuando por fin llegué, tras casi tres horas nadando, me dicen que se han equivocado, que la frontera está todavía doce kilómetros más lejos», relata.

«Los océanos están muy castigados por la acción humana», denuncia Dean. En Oceanía le llamó la atención la contaminación por plásticos y el blanqueamiento de los corales, un fenómeno provocado por el aumento de la temperatura del agua que debilita a estas colonias. Del Mediterráneo qué se puede decir que no salga todos los días en las noticias: litorales esquilmados por el turismo desenfrenado y la actividad industrial, sobreexplotación pesquera, vertido de hidrocarburos por el excesivo tráfico marítimo en el estrecho de Gibraltar y el del Bósforo, especies invasoras por el calentamiento global y cientos de animales en peligro de extinción. Deshielo y subida del nivel del mar en el estrecho de Bering. Y así podría continuar Dean durante horas. «No somos conscientes del daño que le estamos haciendo al planeta. A pesar de que parece que poco a poco hay más conciencia y compromiso, todavía queda mucho camino por recorrer», advierte el aventurero malagueño.

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Durante su última aventura, en el golfo de Áqaba, Dean nadó con fuertes corrientes a favor. En esa zona la mayor dificultad radicó en la obtención de permisos porque hay cuatro países implicados: Egipto, Israel, Jordania y Arabia Saudí. Mientras daba las últimas brazadas antes de culminar este apasionante recorrido y, por tanto, la Expedición Nemo, el malagueño sintió un hondo sentimiento de felicidad y satisfacción, la culminación a tantos meses de entrenamiento y trabajo duro. «Me costaba creer que ese momento hubiera llegado. Quién me lo iba a decir hacía un par de años cuando me tiraba a la piscina por primera vez y apenas nadaba unos largos. Y, sobre todo, saber que lo había hecho por una causa tan necesaria como concienciar de la importancia de cuidar los océanos», destaca orgulloso.

Un libro y un documental contarán la hazaña de la Expedición Nemo

Desde que acabó la Expedición Nemo, el pasado mes de marzo, Nacho Dean pasa sus días escribiendo un libro sobre esta aventura y montando un documental que, si todo va según lo esperado, verá la luz durante el año 2020. Ahora es el momento de inspirar y concienciar sobre el cuidado del planeta usando como base su increíble hazaña. «Es para mí un privilegio poder compartir la experiencia y los aprendizajes adquiridos en mis viajes y expediciones. La educación es la clave, por ello, junto a una labor de divulgación en redes sociales y medios de comunicación, imparto conferencias y escribo libros como parte de mi actividad profesional», asegura Dean, a la vez que lamenta lo poco conscientes que la sociedad en general es «de la gran influencia y dependencia que tenemos de los océanos en nuestra vida».

Todavía no sabe dónde le llevará su próximo sueño. Está seguro de que, después de dar la vuelta al mundo a pie y unir a nado los cinco continentes, habrá más retos. Es una pulsión, una forma de vivir. «Para mí, ser aventurero es ser único y valiente para abrir tu propia senda sin temor al fracaso ni a ser diferente porque es la única opción posible. Ser aventurero es mantener viva la llama de la curiosidad, escuchar el niño que llevamos dentro, vivir con pasión cada día como si fuera único, y ver amanecer cada mañana con el mismo asombro que la primera vez. Ser aventurero es preguntarse, explorar y querer saber, contemplar el mundo como un lugar lleno de misterios. Ser aventurero es soñar y actuar, apreciar la magia que se esconde en lo pequeño, la belleza del planeta en que vivimos y vivir con amor», destaca.

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