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fernando miñana
Martes, 17 de marzo 2015, 13:18
El sol despunta y Valencia se convierte en una ciudad de contrastes. Unos salen de casa frescos y recién duchados y otros regresan agotados y con los ojos vidriosos. En las puertas de las discotecas aún quedan los últimos rezagados. Se resisten a marchar. Vocean excitados con un vaso inclinado en la mano. Son las siete de la mañana y Valencia se prepara para el siguiente volantín. Muere un día y arranca otro. Pero la fiesta nunca se detiene. Mientras unos se rinden en la cama, otros preparan los petardos para participar en la despertà, un pasacalle a golpe de explosivos con el que las comisiones falleras inician cada jornada.
fallas 2015
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No se entiende la fiesta sin la pólvora. Así son los valencianos. Y las Fallas giran alrededor de los monumentos de cartón piedra que se levantan en el cruce de algunas calles, casi 400, y de la pirotecnia que todo lo invade. Es la guerra. Los petardos suenan durante todo el día. Mañana, tarde y noche. Y la prueba es la despertà de la calle Albacete, junto a la céntrica plaza de España, donde María José Paúl se reúne con un centenar de aficionados a los petardos para estallar contra el suelo cajas y más cajas de trons de bac.
Los falleros dirigen el cotarro con dos elementos que han convertido en emblema: el forro polar y las vallas. Porque durante más de diez días, aunque las Fallas oficialmente se celebran del 15 al 19 de marzo, no se quitan esa prenda y utilizan la valla como arma de destrucción masiva. Cortan calles, dirigen a la gente, acotan el espacio que más les apetece... Son los amos durante una semana.
Una traca anuncia el inicio de la despertà y María José, vestida con botas, tejanos, el infalible forro polar (una evolución del más clásico blusón fallero), un pañuelo que le cubre la boca y unas gafas de soldador, bombardea el asfalto en diez minutos de frenesí. "Llevo participando en la despertà desde niña. Me gustan los petardos en general, incluidos los más grandes. Somos los porculeros de las Fallas, aunque todos los falleros sentimos el amor por la pólvora", explica esta profesora de 31 años.
María José prende "todo lo que cae" en sus manos, pero la despertà le encanta porque ahí se puede explayar. Son diez o quince minutos donde decenas de falleros explotan los petardos por la calle acompañados de una banda de música. Por si no hicieran suficiente ruido y quedara algún vecino por despertar. La mayoría se acaba de levantar, aunque haya dormido poco, y luego se van en busca de los genuinos buñuelos, los de calabaza, para bañarlos en chocolate caliente. Aunque también hay quien empalma la noche con la despertà. "Yo siempre intento dormir algo", aclara María José.
Bautizado el día con pólvora, la ciudad se despereza poco a poco. A medida que pasan las horas, el ruido sin compás resuena por toda la ciudad. Niños que apenas saben caminar lanzan las bombetas (unos petardos inofensivos que se tiran contra el suelo) desde el carrito. El resto elige entre la enorme oferta que llega desde China y que arruina a las viejas pirotecnias locales.
El beso de Rita Barberá
La culminación se produce a las dos en punto en la plaza del Ayuntamiento. Desde el balcón, las falleras mayores dan la orden al lado de la alcaldesa: "Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà". Diez minutos de explosiones, ahora sí acompasadas, inundan Valencia de ruido. Unas 90.000 personas se apretujan alrededor en la plaza y las calles de alrededor. Es el éxtasis de la pólvora. El no va más.
Muy pocos saben que cada día, antes de la mascletà que se dispara del 1 al 19 de marzo, Rita Barberá lanza un beso a una de las personas que está al borde del perímetro de seguridad que se estableció desde hace unos años -en los 80 la gente aún se colgaba de la valla a dos metros de las carcasas-. El destinatario es Jairo Carrasco, un adicto a la pirotecnia. Lleva 25 años yendo a ver la mascletà al mediodía y el castillo por la noche. Siempre en primera fila. Y eso implica llegar varias horas antes, sentarse en una silla plegable y esperar a que empiece el espectáculo.
"Este año no me he perdido ninguna. ¡Y eso que soy de Puerto de Sagunto, a 25 kilómetros de Valencia! Vengo aquí (bajo el balcón del Ayuntamiento) porque es donde mejor se ve. Me cambio los turnos para poder asistir. En el trabajo ya me conocen y no hay ningún problema porque, además, yo les hago buenas ofertas: trabajar el día de Reyes, quedarme en los puentes... Nadie se resiste", comenta este matrón de 41 años, experto en traer niños al mundo y el disparode fuegos. "La mascletà es emoción, es una descarga de adrenalina. A mí me reactiva", detalla con un brillo en los ojos de pura felicidad.
Jairo acude al espectáculo junto a su amigo Carlos, del mismo modo que por la noche irá al viejo cauce del Turia a deleitarse con el castillo de fuegos artificiales. "Siempre se dice que un buen valenciano prefiere la mascletà al castillo, pero yo no estoy de acuerdo: creo que es mezclar dos cosas diferentes. El castillo no debe ser tan ruidoso como la mascletà, que también tiene sus tiempos: el fuego aéreo del principio, luego el terrestre con su ritmo y que empalma con el terremoto final y el bombardeo aéreo".
Este enamorado de la pirotecnia, que tiene como referente al gran Ricardo Caballer, el maestro que ha triunfado por medio mundo, mira el reloj. Aún faltan dos horas para el disparo. Un poco antes llegará su amiga Rita Barberá. "Me conoce de venir aquí, a la primera fila, todos los años. Cada día me manda un beso. Cuando pasa por aquí viene a saludarme y le dice al escolta: Tranquilo, es mi chico".
Después llega el complejo reto de encontrar dónde pegar un bocado. Todo está a rebosar. Los masclets explotan por aquí y por allá. El primer día todo el mundo da un respingo cuando estallan. El último, ya nadie pestañea. Son las Fallas y es lo que hay. Bien lo sabe Tino Bendicho, el petardero mayor de Convento Jerusalén, una de las fallas más conocidas de Valencia. "Llevo tirando petardos desde que tenía seis años. Yo creo que forma parte de la idiosincrasia de los valencianos".
Tino ha sido pelotari y ahora cuida de su negocio, Horchatas Mercader. Más valenciano, imposible. Apura las Fallas al máximo y ha transmitido esa pasión a su hijos. Ahora se adapta a los nuevos tiempos, a las zonas que acota cada comisión para el fuego. En sus buenos tiempos se gastaba 50 euros cada día en pólvora. Ahora ya no tanto, aunque siempre lleva la mecha encima. "Intentamos molestar lo menos posible y yo tiro los más gordos cuando hay menos gente, aunque nunca te puedes fiar. El otro día tiré un masclet del 5 y justo en ese momento aparecieron dos niños de la nada...". Y jamás olvidará el día que le dejaron entrar en la mascletà, al lado del pirotécnico. "Buah, fue la mejor experiencia".
Cae el sol y hierve Valencia. De vez en cuando se ilumina el cielo. A medianoche llega el castillo. Ruido y luz que dejan un profundo olor a azufre en el ambiente. Son las Fallas, la fiesta de la pólvora.
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