La visita por Valencia admirando el arte de los creadores de estas criaturas de apabullante envergadura diseminadas por la ciudad coincide con un recorrido por ... la exposición que el IVAM dedica a otro arte, el debido al matrimonio formado por Anni y Josef Albers, cumbres de la Bauhaus, lo cual equivale a decir que ejercen como memoria de los días felices de Weimar, aquel delicioso fracaso. Una estupenda visita que me recomendó una compañera de redacción, muy pertinente ahora, cuando los tambores de guerra suenan de nuevo por Europa.
En la primera estancia, un cartel guía nuestros pasos: habla de cómo los Albers se empeñaron en desdibujar la frontera entre la noción de artista y la de artesano. Les doy la razón retrospectiva. Una conclusión análoga puede alcanzar quien se maraville ante el ingenio que hoy despliegan los (también) llamados artistas falleros. Que lo son: no les vale la etiqueta de artesanos porque sus creaciones ambicionan una grandeza superior. Observo por ejemplo a este falso Putin que espera sonriente a ser izado de la Falla del Pilar (mi favorita, por cierto): yo también me reiría como él, con esa mueca irónica pintada en el rostro que lo hace más malévolo e inquietante que cuando lo vemos por televisión. Me parece que el autor capta muy bien su pérfido espíritu, igual que clava con idéntico genio y brillante exactitud a ese Pedro Sánchez que acecha detrás, con su cara de palo, mitad Ken, mitad Buster Keaton. Un Sánchez más auténtico (y preocupante) que el de verdad.
Última sala del IVAM. Otro cartel anota la pretensión central que distinguió la luminosa carrera de los Albers: equiparar el arte con la vida. La hazaña a que aspira el artista fallero, que vale como lema de la fiesta: las Fallas como arte y como vida.
Continuará.
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