Está a punto de extinguirse la última generación que sabe mover los pies como corresponde al ritmo del pasodoble. Dentro de un parpadeo, las ... bandas de música atacarán 'Amparito Roca' y otras cimas de su repertorio y se encontrarán con un público tipo formado por gentes como yo, que disimulan mal su inepcia como bailarines. Todos esos iconos musicales, patrimonio de la humanidad sentimental y festiva, se perderán como en el final de 'Blade Runner': como lágrimas en la lluvia.
Es un fenómeno que puede observarse estos días en las calles de Valencia: suena el bombardino que todo valenciano lleva dentro, ataca la banda 'El Fallero' o 'Paquito el Chocolatero' y hay quien mueve la cintura, quien cimbrea el trasero o quien acepta (me ofrezco de nuevo como ejemplo) que la diosa de la danza no le adornó con sus dones. Porque bailar un pasodoble como manda el canon es otra cosa: el privilegio de unos cuantos habitantes del ala senior de las Fallas.
Una pena. Me confiesa una compañera de redacción que no puede entender las Fallas sin música. Yo le respondo que tampoco tiene sentido la vida para mí sin banda sonora, o sin mover mis torpes pies si suena 'En el mundo', mi pasodoble favorito. Me emociona la sección de viento de la charanga más humilde, coqueteo con el llanto si suena el himno de Valencia y envidio a todo músico amateur que pregona sus sones por Fallas, capturando la atención del público con una invitación a la danza que todos ignoramos. Todos, menos los mayores de la tribu, a quienes también envidio. Sobre todo, ese momento cumbre: cuando ellas bailan solas. Dos señoras desafiando los rigores de la edad mientras ejecutan un agarrado es el símbolo que la Junta Central Fallera ya está tardando en registrar.
Continuará.
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