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Las Fallas llegan con sus rituales entre las huellas del barro. Irene Marsilla
Valencia viva

Entre el barro y las cenizas

Más que Fallas Valencia se adentra de lleno en sus fiestas que este año deben ser, más que una celebración, un revulsivo para intentar renacer en medio del dolor

Jesús Trelis

Valencia

Sábado, 15 de marzo 2025, 00:49

Mario Benedetti tiene un poema titulado 'Ceremonias'. En él, leemos versos desgarradores. A mí me lo parecen. «Hubo un tiempo en que nos fijábamos en ... las hojas secas / en el muro de cenizas y en la noche descalza / y en la luna pálida de tantas destrucciones / y así apostábamos a la melancolía / inconscientes de que ése no era aún nuestro percance...». Esa patina de nostalgia amarga y de grises plomizos nos acompaña en medio de esa otra ceremonia que ahora vivimos, por antojo del calendario. La ceremonia del fuego, de la purificación, del renacer. La tradición de unas fiestas, de unas Fallas, que llegan en medio de un tiempo de desolación que no amaina, de un letargo que no se acorta, de un cansancio que ya parece crónico y de una necesidad de levantarse para salir ya de un bucle en el que, a empujones, algunos nos quieren mantener. Sí, las Fallas llegan en un momento difícil. Cuando las secuelas de la dana siguen siendo lacerantes.

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Lo son en la parte emotiva, en un tiempo desgarrador porque, a través del auto de la jueza, conocemos las terribles historias que se esconden detrás de cada vida perdida. Lo son a nivel material y de destrucción del bienestar de tantos vecinos y localidades, que siguen viendo la reconstrucción como una Itaca inalcanzable. Y lo son en el controvertido plano político, donde alcanzamos los mayores niveles de hastío y decepción. Porque, lo que vivimos a diario, es ya una falta de respeto a una tierra herida. Esa que vemos cómo se le sigue machacando cada vez que juegan con la tragedia para mantenerse o acceder al poder.

Las Fallas llegan en medio de esos nubarrones. Pero llegan con esa vitalidad que tienen más allá del momento hiriente y desolador que vivimos. Porque, en realidad, estas fiestas son la mejor metáfora de lo que necesitamos ahora. Una enorme hoguera en la que poder convertir en cenizas tanto ultraje e incompetencia. Un fuego vivo con el que poder fundir el dolor para transformarlo en esperanza. Aunque el poso de la riada nos acompañe de por vida; aunque la impronta del barro permanezca para siempre en nuestra memoria.

Las Fallas deben ser una oportunidad, no tanto para gozar y disfrutar, sino para levantarse e intentar comprender que siempre podemos volver a comenzar. Dejando atrás a quien, más que contribuir, entorpezca; dejando en la hoguera aquello que resta. Y hacerlo para, unidos, como reza nuestro himno, volvernos a levantar. Volver a ser la Valencia Viva que añoramos y necesitamos. Esa que necesita hacer suyos los versos finales del poema de Benedetti: «vamos a abrir caminos a los sobrevivientes / sin guirnaldas pero con respuestas/ flamantes y accesibles / vamos a reponer lo mucho que perdimos /vamos a aprovechar lo poco que nos queda».

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