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La emisora de los agentes de la Policía Local de Valencia rara vez está en silencio. Todavía no ha llegado la medianoche y los compañeros ya empiezan a avisar de casos de ebriedad. La mayoría de chavales jóvenes que no alcanzarán los 20 años. ... Comienza la patrulla nocturna del primer sábado fallero.
Llegan las 00 horas. Una columna de fuegos artificiales ilumina la ciudad. Cientos de personas se arremolinan para ver el espectáculo pirotécnico en la Plaza Europa. Bomberos, Policía Local y Policía Nacional crean un robusto dispositivo. La misión es que la noche transcurra con tranquilidad.
Cada paso que dan los efectivos está perfectamente calculado. El comisario de la Policía Local, Fernando Las Heras, asegura: «Contamos con una planificación previa de muchos años. Lo más importante es tener mecanizados todos los sistemas. Que cada policía sepa lo que tiene que hacer para conseguir que la fiesta sea mucho más amable».
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No son palabras pronunciadas al azar. Una hora antes de que comience el espectáculo pirotécnico, los efectivos se reúnen para el reparto de tareas. Forman un corro. Se dedican miradas cómplices y hacen un gesto afirmativo con la cabeza. La noche acaba de comenzar y saben cómo deben actuar.
Durante el castillo ha habido un pequeño susto. Desde la emisora un compañero ha avisado a los agentes de que un hombre se ha desvanecido. Ha requerido que le practicaran maniobras de reanimación cardiopulmonar. Durante unos segundos, silencio por la radio. La patrulla ha estado expectante esperando a confirmar el estado del paciente. Un poco de humor una vez acabado el drama. «Ha resucitado, está bien», actualiza el policía. Los compañeros suspiran aliviados.
Una estela dorada anuncia el final de los fuegos artificiales. En cuanto los efectivos abren las vallas de seguridad, cientos de personas se dirigen a las verbenas. Botella en mano. Todavía prácticamente intactas. La noche es joven. Ellos también. Aunque muchos creen que deben terminarse el litro de alcohol con el que cargan a cuestas para comerse el mundo. Como si la felicidad estuviera entre los posos de la bebida.
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Un coche patrulla de la Unidad de Seguridad, Apoyo y Prevención (USAP) de la Policía Local nos conduce a las zonas más conflictivas de la noche. La primera parada es Blasco Ibáñez. A alguien le ha parecido buena idea lanzar un petardo dentro de un contenedor.
Los bomberos consiguen apagar las llamas antes de que el fuego se propague y cause una explosión. Simultáneamente, otros jóvenes han creado una hoguera en la mediana de la avenida. Pronto consiguen controlarla.
Es la 1 de la mañana. Los chavales ríen. Se arremolinan en grupo para entrar a bailar en las verbenas. Sin importar si reciben (o propinan) algún codazo. En la misma avenida, dos pandillas han comenzado a pelearse. Pero los agentes consiguen calmar el ambiente y separarlos. Por suerte, no han ido más allá de las manos.
La verdadera oscuridad de las Fallas se esconde en el río, a la altura del Palau de la Música. Allí la Policía Local hace su hallazgo: cientos de petardos altamente peligrosos que sólo son aptos para profesionales. Propiedad de tres jóvenes holandeses que caminaban encapuchados. Se ocultan por algo. En una furgoneta que usan como almacén transportan una enorme y dañina carga de artefactos pirotécnicos ilegales.
«Esto es una bomba. Te da un petardo de estos y te arranca el brazo», comenta un agente a su compañero mientras descubren el arsenal que los jóvenes llevaban en el coche. La pirotecnia que transportaban es de las categorías de la F2 a la F4, esta la más destructiva. Pero todavía tienen más material. La patrulla descubre que en el vehículo portaban bengalas de grandes dimensiones, sopletes e incluso gafas de protección. En total, casi 400 artefactos. Todo confiscado. Al final, los tres jóvenes se van con una sanción administrativa que les costará miles de euros fácilmente.
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Diego Cintrano, el intendente de la USAP, explica que la multa «dependerá de la cantidad de pirotecnia que encontremos. La Policía tenemos que llevar a cabo funciones proactivas. Con nuestras patrullas de paisano conseguimos frenar que estas personas hagan uso del material que lógicamente esconderían al ver a las patrullas uniformadas».
Tras la operación, los agentes localizaron una furgoneta con más material pirotécnico ilegal que estaban usando como almacén. Se llegan a incautar casi 400 piezas grandes, la mayoría de ellas no aptas para la venta al público, de hasta 150 gramos de pólvora y sin etiquetado legal.
La jornada continúa. El intendente recibe un nuevo aviso. Un joven con un coma etílico está postrado en un banco. No tendrá más de 18 años y no puede ni abrir los ojos. Un reflejo de la cara más amarga de la vida nocturna. No hay ni rastro de los amigos del chico. Una decena de viandantes lo ayudan a esperar a la ambulancia. Entre ellos, un sanitario que lo coloca en posición de seguridad para que no se atragante con el vómito hasta que llega la ambulancia.
Por el estado en el que se encontraba el chico también ha padecido una hipotermia. Los sanitarios lo trasladan al Hospital La Fe mientras una policía habla con la familia del joven y les cuenta la situación para que vayan con él.
Vuelta al coche patrulla. La emisora repite constantemente el mismo mensaje: «Persona inconsciente por intoxicación etílica». El ocio y el alcohol se confunden como sinónimos en las noches de Fallas. Aquellos que aún se mantienen en pie, lo hacen a duras penas. Por la Gran Vía Marqués del Turia circula un hombre. Sin camiseta. Camina con el cuerpo desplazado hacia la izquierda y haciendo eses. Pero la gran mayoría van un poco perjudicados, así que pasa desapercibido.
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Los jóvenes se apelotonan al ver a un coche patrulla. Ya han acabado las verbenas. Son las 4 de la mañana. La noche no ha salido como esperaban. Llegan para comunicar a los agentes que les han robado el móvil o la cartera. Mañana les tocará presentar una denuncia en una de las comisarías de la Policía Nacional.
El sol comienza a asomar y el sábado de Fallas ha seguido la ruta de una fecha tan señalada: personas en grave estado de ebriedad y múltiples hurtos al descuido. Los carteristas aprovechan el sentimiento de impunidad que les generan las masas para llevarse su botín.
Termina el turno. Ninguna pelea grave. Ningún incidente reseñable. Al final, la noche de Fallas se salda con 31 intervenciones por ruido (11 con denuncia), tres agresiones aunque de poco alcance y 55 servicios humanitarios (29 de ellos por consumo de alcohol). Los agentes se han encargado de que los valencianos disfruten de unas fiestas seguras. El intendente Diego Cintrano se despide. Aún le quedan tareas administrativas que llevar a cabo. «Buen servicio».
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