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Cabeza de bombero

Cabeza de bombero

Dentro de unas horas se cierra de nuevo el círculo anual de las llamas, una simbología cargada de referencias sobre la purificación y la misma naturaleza efímera de nuestro paso por el mundo de los vivos

Txema Rodríguez

Valencia

Martes, 19 de marzo 2024, 01:28

En unas fugaces horas sólo habrá cenizas y se habrá cerrado el círculo imaginario de la vida y de la muerte. También estas palabras arderán en su último fuego para dejar paso a otras nuevas, siempre parecidas pero distintas, mientras por la cabeza del bombero pasan cientos de pensamientos aleatorios, imagina una y otra vez cómo controlar ese agente transformador de la naturaleza, encerrado en las fraguas de los volcanes, oculto en las cavernas donde gigantes y cíclopes trabajaban a las órdenes de temibles dioses, llamas eternas, protegidas por sacerdotes, lámparas que nunca se habían de apagar (aún hoy se mantiene esa simbología en múltiples monumentos). Por la cabeza del bombero desfila nuestra historia, que sería pobre sin el control del fuego, que nos dio calor y no trajo luz, que nos permite cocinar los alimentos igual que hizo posible someter a la vegetación y producir carbón. Poco seríamos sin él, tan poderoso y fuerte, tan hermoso en la distancia como letal en el abrazo. Por la cabeza del bombero discurre esa línea que separa los elementos, porque él tiene el poder, la némesis, posee el agua. Aunque sabe que no siempre puede vencer, que el enemigo tiene poderosos aliados, sustancias que le acompañan cuando se pone furioso y le animan en su afán destructor, y tiene al viento, que acelera su latido y guía su lengua en múltiples direcciones. Sin embargo, el bombero conoce sus puntos débiles y casi siempre transforma su ímpetu en un puñado húmedo y viscoso de pellejos negros que ensucian el aire con su última respiración grisácea.

A los valencianos les ha sido dado el amor a las llamas, una pasión visceral, combinada con la pólvora, el ruido y la euforia de la destrucción liberadora de lo viejo, fieles de la iglesia de la purificación por la vía de la pira, arquitectos de bellas u horrendas piezas efímeras que se alzan en las esquinas de las calles durante unos días y que miran con una mezcla de admiración y desapego, de un modo que es a la vez un hola y un adiós porque de esa visión sólo quedan después un recuerdo, tal vez una fotografía oculta en una perdida carpeta imaginaria, una mancha negra sobre el asfalto, rescoldos fríos apretados en el fondo de un contenedor, un momento oscuro que anuncia el nacimiento de una nueva luz al cabo de un año. Pero por la cabeza del bombero pasan también otras muchas imágenes, vehículos retorcidos por los impactos, gritos de seres humanos atrapados, objetos arrastrados por el agua, gatitos que no saben descender de un árbol, bolas de pólvora que encienden el cielo en las noches de fiesta, contenedores humeantes, puertas que alguien olvidó dejar abiertas, edificios abrazados por el fuego, vidas y muertes. Tantas cosas que nosotros no somos capaces ni de imaginar, aunque siempre seamos capaces de emitir juicios sobre las desgracias ajenas y de actuar sin responsabilidad en nuestras vidas, seguros de que alguien vendrá, una persona capaz de poner en riesgo su vida para devolvernos la nuestra, una persona bondadosa, capaz incluso de cometer errores y seguir caminando con ellos a cuestas. Alguien generoso en cuya visera brillante nos vemos como lo que somos, pequeños puntos indefensos, chispazos efímeros que necesitan ser salvados de una combustión segura.

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