Román, en Valencia. Txema Rodríguez

Román navegó entre la gloria y la tragedia

Dos orejas, dos cogidas y una puerta grande para el valenciano que nunca se entregó, cuajó a un bravo fuenteymbro y se la jugó con el victorino en su tarde más trascendental

Lunes, 11 de marzo 2024, 08:37

La tarde fue un tobogán de emociones. De la sierra al valle del valle a la sierra, del disfrute al dolor, de la lucidez a la ofuscación. En realidad pasaba del día a la noche sin solución de continuidad. También hubo épica y sobredosis de ... ética, Román en su tarde más trascendental, no se dejó nada por intentar, atacó desde el principio, sin medirse, hasta donde lleguemos pareció decirse y tiró adelante, se olvidó de la serenidad que debe mandar en tarde de seis toros. Si lo hubiese hecho no sería él. Román, en eso se cumplieron los pronósticos, faltaría más, entregó alma, corazón y vida en tarde de tragos fuertes. Cortó la oreja a un toro imponente de Fuente Ymbro, bravo y poderoso, lidiado en segundo lugar y volvió a cortar otro apéndice al cierraplaza de Algarra que ponía un punto final a la tarde de lo más feliz, misión cumplida, puerta grande. Y entre uno y otro, desajustes, toros que no ayudaron, toros como el de Victorino que sacó las peores intenciones, dos cogidas en el toro quinto de Domingo Hernández que debía ser colaborador y se apuntó a perniciosa vulgaridad, dos cogidas, en una de ellas pudo partirle el cuello, una pérdida de conciencia, en síntesis un lío y un drama del que escapó por, por… no se me ocurre otra cosa que porque se lo merecía. La entrega y la sinceridad merecen premiarse.

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De celeste y azabache con el chaleco en oro tal y como Genaro Palau inmortalizó a Manuel Granero, con capote de lujo azabache muy tupido y perfectamente liado, compareció Román al frente de las tres cuadrillas que venían a sus órdenes. La sonrisa abierta, propia de Román, se transmutaba en esta ocasión en un gesto serio, tenso, se sentía, pesaba la responsabilidad, sonaron los clarines, se escuchó el 'Pan y toros' se cimbreó sobre las piernas, respondieron los músculos, toda la preparación previa se tensionaron en aquellos movimientos otras veces rutinarios y en esta ocasión imprescindibles.

La emoción a flor de piel se sentía. Le sacaron a saludar al romper el paseíllo lo que en el toreo es una forma de manifestar que se espera mucho. Román elevó la mirada a los cielos y comenzó la función, dicho en valenciano 'Açò va de bo'. Abrió la tarde un toro cinqueño de El Parralejo. Abanto de salida, soseó en los primeros tercios y embistió en la muleta. No tuvo grandes dificultades. Fue el toro ideal para romper el hielo. Tras el brindis al público, Román impuso mando sobre la derecha contra el viento y la marea de los nervios. Series tensas e importantes para ganar confianza. No fue la gran faena pero tuvo virtudes y oportunidad. Llegaba en su momento. Lo despachó de pinchazo y estocada y tuve la sensación de que publico anduvo contenido.

Sacacuartos se llamaba el segundo, de Fuente Ymbro. Con él llego lo mejor de la tarde. Un buen mozo al que Román recibió con dos largas y mucha decisión. Le picaron poco pero en el pico de la paletilla donde más que ahormar se quebranta a los toros y por si no tuvo bastante en el segundo encuentro le dieron trasero. Con todo pudo el toro. Soberbios con los palos Chacón y Fernando Sánchez. Sacacuartos exigente, pedía mando. Hay que llevarlo, hay que imponerse me dije. Era toro adulto y por tanto nada inocente y en esos casos le haces lo que debes, o te impones o la pagas, se trataba de todo un examen de estado. Puto viento tengo apuntado con perdón.

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En el arranque no hubo acople, Román salió toreando por arriba, con mucho riesgo y la posibilidad de que todo se fuese al traste. Lo recondujo a tiempo y ya metido en harina le llegó la clarividencia, le dio distancia le ofreció la derecha, se entendieron y se hizo la luz. También lució la zurda. Era el pulso de un bravo y un valiente. Bernardinas y excelente estocada. Román aplaudió al toro en su agónica muerte, bonito y generoso gesto, el presidente la concedió una oreja en realidad la concedió el público y la ganó el torero que para entonces había recuperado su perene sonrisa. Colorado, altón y muy en el tipo de Aldeanueva el toro tercero que lucía el hierro de Pedraza de Yeltes. Toro pasador y de poco humillar, lo que equivale a poca entrega.

La faena devolvió la tarde a una normalidad light que contrastó con la apasionada entrega del toro y torero anterior. Hubo corrección torera, mató de estocada y a esperar al Victorino. Ese lo desbarató todo. Cárdeno, agradable de pitones, de los que puestos a elegir en la finca de Las Tiesas no tienes dudas, mándame ese, bonito y muy largo dicho ahora que tanto se apunta a si es alto o bajo, este era largo. De todo. También de inteligencia. Un listo que le buscó los muslos a Román con aviesas intenciones. Giraba sobre las manos y buscaba. Una alhaja. Román quiso hacerle faena al uso cuando era de obligada aplicación lidia de aliño. Doblones, toreo de pitón a pitón y a matar que mañana será otro día y nos quedan dos en chiqueros.

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La parte que pudo ser trágica y afortunadamente no lo fue, llegó con el quinto. Penúltima declaración de intenciones. Tras el mal trago del victorino Román se fue a la puerta de chiqueros a recibir el toro de Domingo Hernández, un tren de toro si los toros pudiesen ser tren. En aquel momento se le fue el equilibrio. Pidió las banderillas cuando el toro ya llevaba dos pares, puso uno fatal, directamente en el codillo ¡quién le manda! no dejó que entrase Raúl Martí al que había colado en el orden natural y se fue a torearle a mismismos medio cuando el toro pedía lo contrario.

Cosas del querer. Se rajó el toro abiertamente y hubo que cambiar de guion. Al bravo en los medios y al manso donde quiera es axioma de siempre. Pero el toro tampoco quiso allí. Para entonces se había perdido la pasión y el frío pesaba tanto como los toros. Y lo que no puede ser no puede ser. Y en el momento de menos gloria, en un descuido lo atrapó y le pudo partir el cuello. Y cuando todavía no se había recuperado, con la conciencia perdida, lo volvió a coger de mala manera. Y me tuve que decir: '¡Hay Dios!'.

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El de Luis Algarra que cerraba la corrida tuvo presencia y categoría. Román arrancó toreando bien, como si hubiese recuperado el equilibrio perdido. Hasta se echó el viento en ese momento. Hay Dios insistí, cuando parecía haberse perdido la guerra llegó el valle, incluso se recuperó la conexión que parecía perdida. El toro más que bravura tuvo toreabilidad que no es poca cosa y Román le hizo faena de entrega y mérito, seguramente la más lúcida de la tarde. La estocada que le valió la oreja y a la postre la puerta grande entre claros gestos de dolor. Motivos tenía más que sobrados para quejarse. Nada que pudiese con la satisfacción del triunfo.

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