Vísperas de Fallas. El cronista deambula por Valencia entre los monumentos cuyas piezas, pendiente de llegar el día de ser encajadas, se arraciman aún por ... las calles donde les aguarda la curiosidad de indígenas y forasteros. Fisga entre las filigranas en poliespan, toma notas mentales y, mientras intenta familiarizarse con el argot fallero para descubrir qué cosa es el 'tro de bac' y otros hallazgos recientes, también se dedica a meditar, a imitación de la protagonista del monumento municipal: qué Falla debo elegir para hacerla mía y ascender hasta el estatus de militante, abandonando el de simple observador. Igual que me resulta imposible ver un partido de fútbol sin alinearme con algún equipo, allá penas si los dos rivales me importan entre poco y nada, también en esta hora de mi estreno fallero concluyo que debo identificarme con alguno de estos monumentos y afiliarme a sus colores para que las Fallas adquieran un sentido cósmico, sideral. Y yo, el sentido de pertenencia, según el manual de Sociología de primero de carrera.
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Veamos. En mi auxilio acude el suplemento especial de LAS PROVINCIAS, donde se detallan las entrañas de las fallas capitalinas. Como vivo al borde de la frontera con Xirivella, también sopeso incorporarme a esta falla periférica, que dispone para mí de un evocador aliciente: fue en este municipio donde se escenificó el romance entre Sánchez y Ábalos, aquel mitin inaugural que nos llevó hasta donde estamos. En manos de un guionista de la BBC (o de Homero), su idilio sería carne de Netflix, con su adecuada carga de grandeza y misterio, pero en suelo celtibérico, ya se sabe: todo acaba derivando en un sainete. Nos gusta la brocha gorda, de modo que descarto la vía Xirivella y busco una pista más fiable entre los barrios del entorno al bendito barrio de Vara de Quart. Y sin salir de Valencia, tropiezo con varias posibilidades cercanas.
Veamos (bis). Ceramista Ros es la Falla más próxima, aunque me alertan de un precedente de mosqueo a propósito de cierta deidad que me inquieta tanto que me aconseja seguir meditando. Por cercanía, podría decantarme como alternativa por la de Patraix, Jesús o Tres Forques-Conca-Pérez Galdós, puesto que no hay noticias este año de la Falla que se instalaba en la campa cercana al periódico y por lo tanto el vecindario se siente huérfano, desasistido. Así que sopeso elegir Falla según la misma lógica (o ausencia de ella) que me asiste cuando visito Siena y me llevo un souvenir de los barrios que compiten en el Palio: elijo de acuerdo con el color de los jinetes que más me gusta, como un indio engañado por los vaqueros.
Veamos (fin). Concluye el casting: me atrae la falla del Pilar porque encaja fetén en el magro espacio disponible, una prueba de ingenio adicional al buen ojo del artista que la manufactura. Dudo también sobre la de Convento Jerusalén, por razones (ya lo entiendo) de escaso fuste: la veo al fondo de la calle homónima encajonada entre cartelería china de comercios donde se repite mucho la palabra feliz y pienso por lo tanto en ella en esos términos. Una Falla feliz me llenaría de dicha. Pero como elegir es siempre defraudar y no quiero herir tanta susceptibilidad a flor de piel, opto por impulsar en el barrio nuestra propia falla. No faltarían manos ni potenciales seguidores que me nombraran Fallero Mayor: sumaría a la redacción de esta casa aportaciones limítrofes, que daría como improbable resultado una falla compuesta por miembros de la otra redacción vecina, trabajadores del bar de la Mutua, la plantilla de la comisaría de Policía, los ciudadanos que hacen fila a la puerta, los jugadores de pádel y los de criquet.
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Y como me parece una estupenda idea para perder mi virginidad fallera, hago lo que veo: medito. Que algo queda. Y mientras me decido, sigo meditando. Que es gerundio.
Continuará.
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