Urgente Junqueras anuncia el pacto con el Gobierno para condonar a Cataluña el 22% de la deuda autonómica
u La falla de la Expo. Para conmemorar la Exposición Universal de Sevilla se plantó esta falla en la plaza del Ayuntamiento. lp

Las fallas necesitan su propia atmósfera, luz y espacio para poder lucir

Se han plantado muchos monumentos fuera de fecha, pero nunca se ha llegado a trasladar toda la fiesta

FRANCISCO PÉREZ PUCHE

Viernes, 13 de marzo 2020, 00:36

Me preguntan desde el periódico si alguna vez las Fallas, colectivamente, se han celebrado fuera de plazo. Y la respuesta es no. San José marca el momento, no san Lucas o San Vicente Mártir. Estamos hablando de un ritual de raíces paganas, el de los fuegos colectivos en honor de la salida del invierno y la llegada de la primavera...

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Otra cosa son las fallas extemporáneas. Cuando ha habido un gran congreso médico, cuando la ciudad ha celebrado algún evento especial, se han hecho muchas fallas, fallitas mejor, para que los invitados las conocieran. Pero eran poco más que entretenimientos de patio de colegio: con eso y una visita a la Albufera, quedábamos de maravilla.

También ha habido, no obstante, fallas extraordinarias. Fallas plantadas fuera de la ciudad, por ejemplo en las Olimpiadas, para que el mundo supiera que Valencia existe.

Mi primo Pepe, el gran artista fallero José Puche Hernández, construyó, plantó -y quemó- la falla especial de la Expo de Sevilla, encargada por la Generalitat. Me lo encuentro triste dando vueltas a los trozos cubiertos de plástico de la falla L'Antiga, de Campanar. Y me dice que aquella de 1992 fue una experiencia muy rara. «Era octubre y el escenario era distinto -me comenta-. No había ambiente, no estaban siquiera los 'frikis' que van a verte plantar para examinarte... Era otro mundo, muy raro».

Desde su prudencia, Pepe no habla de la rareza de un insiste en la necesidad de un clima festero. Un intangible compuesto por muchas cosas.

En el mundo genuinamente fallero, pienso yo, no se «ve claro» que unas fallas conservadas artificialmente en el congelador «resulten» en verano. Por eso entiendo que el primer impulso de los artistas, al conocer la suspensión, fuera pedir que se terminaran de plantar y se quemaran sin fiesta. Entre otras cosas porque la esencia de la fiesta, recordemos, es la falla -no la Ofrenda ni el guiso de paellas- y las fallas se construyen para un barrio. Para que ardan en la noche, nunca de día porque eso es incendiar. Arte efímero, construido para cuatro días de la vida de un barrio, la misión de una falla es consumirse con su crítica; para dar paso a un nuevo calendario festivo que siempre se inicia el 20 de marzo.

Mi tío Julián Puche tenía dibujado en el suelo de su taller, a escala real, el plano de la vieja plaza de Na Jordana. Hacía sus fallas a la medida. Y dijo siempre que la duda y el anhelo de un artista es ver su obra en la calle, plantada al fin. El artista necesita ver un conjunto concebido por piezas que solo cobra cuerpo real cuando está montado y se mira entre las proporciones de las casas que hay detrás. Pintar una falla a trozos, en invierno, bajo techo y con luz artificial, angustia hasta que se ve el conjunto completo a la luz intensa de marzo.

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Así las cosas, no es difícil concluir que unas Fallas, como monumentos de cartón pero también como conjunto cultural y festivo declarado Patrimonio de la Humanidad, requieren, como el teatro clásico, una «unidad de lugar, tiempo y acción».

Las fallas son un teatro en sí mismas. Y faltas de alguno de esos elementos, extraídas de su contexto, pueden resultar, como mínimo, extrañas y dislocadas; atractivas siempre, pero extemporáneas. Carentes, en suma, de la atmósfera que las caracteriza. Para empezar, seguramente, del clima social; porque en julio los intereses de la gente son muy otros y la ciudad -pasada ya la epidemia- tendrá otro rostro, andará con la vista puesta en otros alicientes o quién sabe si obligaciones. Más de uno, obligadamente, estará tomando ahora sus vacaciones de verano...

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