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Fernando junto a su hijo Ferrán, con parálisis cerebral, y los amigos del niño, Sergio y Rodrigo. Jesús Signes

Cuando Ferrán sonrió a la Virgen

Un padre que pide por su hijo, el sueño de Vanessa de ser madre, la primera vez de un bebé ...Un sinfín de emoción a los pies de la Mare de Déu

Lunes, 18 de marzo 2024, 00:42

Un niño de ojos vivaces empuja la sillita de ruedas de Ferran Escrivà. En las llantas resplandece el logo de la falla Humanista Mariner. El ... fallerito de diez años tiene parálisis cerebral. Pero no ha sido ningún obstáculo para que el pequeño acudiera a la Ofrenda desde que llegó al mundo. Su padre, Fernando, mira embelesado a su niño. Su mirada se empaña de lágrimas de emoción cuando ve cómo Sergio, el pequeño de los ojos vivaces, recoge clavelitos que se han caído de los ramos de las falleras. Casi de manera automática, los recoge y se los pone a Ferrán en las piernas. Amor expresado desde la inocencia infantil.

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Esta es una de las historias que desfiló por la Ofrenda este sábado. Una de las vidas que se aferran a seguir adelante por encima de las adversidades. Ferrán no necesita pronunciar palabras. Los gigantescos ojos azules que heredó de su padre (aunque con una tonalidad más intensa) hablan por sí solos. Para él, la Ofrenda es el momento más mágico de todo el año.

Cuando llegan las Fallas, Ferrán disfruta como cualquier niño de su edad. «Sus amigos se pelean por llevar su silla de ruedas. No le miran diferente. Al contrario. Siempre se lo llevan con ellos a jugar y a tirar petardos», cuenta Fernando emocionado. A pesar de que todos se presten a ser los que lleven a Ferrán, Sergio no suelta las asas de la sillita en ningún momento. «Es mi mejor amigo», dice con ternura. Y lo siente. Sus diminutas manos le acarician el pelo, cerciorándose de que su colega esté perfectamente peinado. Con una complicidad que haría pensar a cualquier espectador que son familia. Porque lo son, aunque no compartan la misma sangre.

La familia Escrivà tiene una gran tradición fallera. El padre del pequeño también pertenece a la comisión desde que nació. Y también su abuelo. Fue en la falla donde Fernando conoció a Nuria, su mujer. Las Fallas corren por sus venas.

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Llega el momento más esperado. Ferrán llega a la plaza y observa a la Virgen de cerca. Su padre lo mira a él. La calidez de la ternura que esboza sería capaz de derretir los polos. «Mi deseo siempre es el mismo cada año, que mi hijo esté bien».

La Plaza de la Virgen se inunda de deseos de los valencianos, postrados ante la Mare de Déu solicitando su protección. Pero no todo va a ser pedir. También es momento de dar las gracias.

A Álex y María les cambió la vida hace poco más de un año, cuando Martín llegó a sus vidas. Ahora, corretea por la casa un monstruito de pelo negro (tiene más que su padre) y ojos oscuros (los tiene más bonitos que su madre). Sus padres, falleros de Matías Perelló-Luis Santángel, son tan fieles a la comisión que el año pasado no porque Martín acababa de nacer, pero este año sí han salido juntos en la Ofrenda. Un momento inolvidable para la joven familia. Esperan repetirlo muchas más veces. Martín es uno de los miles de niños que este domingo desfilaron ante la mirada impertérrita de la Virgen, que acoge nuevos hijos año tras año. La llama fallera arde, inmortal, dentro del hogar Oviaño Gurrea, todo sonrisas en una larga tarde hasta que, ya comenzada la noche, Martín posa sus ojos por primera vez en el cadafal de la patrona.

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«Nunca habríamos imaginado que ser tres nos haría tan fuertes como equipo», comenta Álex. «Ser tres es lo mejor que nos ha pasado en esta vida y poder vivir este momento, como valencianos fieles a sus tradiciones, con Martín es una de las mejores cosas que nos han pasado», asegura el padre orgulloso.

De padres a hijos

Las Fallas son una fiesta muy familiar. Tal como Martín, cientos de niños de todas las edades desfilan junto a sus padres. Algunos en carrito, otros a brazos y los que son un poquito más mayores, enseñan a la ciudad de Valencia cómo dan sus primeros pasos. Entre la multitud, un niño de unos dos años desfila junto a su padre. Él toca el tambor en una de las orquestas. Quiere que su niño sea partícipe de un sentimiento tan especial. El pequeño tiene su propia baqueta. Divertido, da golpes tenues al instrumento. La música corre por sus venas. La Ofrenda es un momento en el que los niños, en mitad de la multitud, se sienten únicos.

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Las falleritas saludan y lanzan besos a la gente que ha ido a verlas desfilar. Lloran de emoción mientras alzan sus ramos de claveles a la Virgen. Con pasos lentos, calculados. En un intento desesperado de conseguir que su momento junto a la Mare de Déu dure para siempre. O al menos, un poco más.

Álex y María desfilan por primera vez con su bebé. J.L .Bort

Se sienten especiales. Y lo son. Aunque no saben que los espectadores no son los únicos que no les quitan los ojos de encima. Vanessa Estellés y Cristóbal Monreal miran con ternura a los pequeños. El matrimonio busca desesperadamente un bebé al que poder llevar con ellos a la Ofrenda. Con suerte, el deseo que le han pedido a la Virgen se haga realidad y el año que viene desfilen con el pequeño en brazos.

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«Ojalá dentro de poco seamos tres y podamos hacer crecer la familia», dice Vanessa entusiasmada. La mujer se aferra a la esperanza de convertirse en mamá. A sus 44 años, tiene más ganas de vivir que nunca. Es el rostro de la ilusión materializado.

Cristóbal y Vanessa piden a la Virgen que les conceda su sueño de ser padres. J.L .Bort

«Este año ha sido muy duro por muchos motivos por eso la idea de tener un hijo es muy emocionante», reconoce con ternura la fallera de Quart Turia. Pero no olvida su suerte. Tiene una familia que la adora y a la que ama con locura. Así que no sólo ruega a la Mare de Déu ser uno más. También le pide que no «falte nadie en casa». Que en la mesa todas las sillas estén ocupadas.

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Quien sabe si en poco tiempo pueden desfilar como Álex y María, con un bebé a cuestas y gratitud a raudales. El sol se pone y Valencia oscurece, pero los falleros siguen brillando a la luz de las farolas en una plaza que resplandece. Las procesiones continúan. La vida sigue. Y la noche en Valencia es eterna en época de Fallas.

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