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Inna Bilorusova y sus hijos pasan ante la Virgen. Irene Marsilla
Flores por la paz para la Mare de Déu

Flores por la paz para la Mare de Déu

Los claveles de Inna llevan consigo un mensaje de paz. La ucraniana y sus hijos desfilan ante la patrona de Valencia con la mente puesta en el frente en el que combaten sus familiares

Sábado, 18 de marzo 2023, 01:23

El hogar de Inna Bilorusova amanece a las 9 de la mañana el día de la Ofrenda. Está nerviosa. Todavía siente la emoción que experimentó cuando llegó a Valencia desde su tierra natal, Ucrania. De eso hace ya 23 años. Ahora tiene 49, igual que su marido Valeri Chmykh. Se conocieron en el colegio al que asistían en la ciudad ucraniana de Gaivoron. Tuvieron allí a su primera hija, Olga. Ya en Valencia nacieron Anna y Daniel. Su relación con la ciudad fue amor a primera vista. Inna recuerda cómo se sintió cuando escuchó resonar por primera vez el himno de Valencia: «Se me puso la piel de gallina y se me saltaron las lágrimas de emoción», cuenta mientras recorre con el dedo su antebrazo. Revive la sensación.

La pasión por Valencia se coló en sus venas y se hizo parte de su identidad. En cuanto vio a las falleras con sus trajes, supo que quería ser indumentarista. Tenía experiencia cosiendo y también la valentía de adentrarse en una cultura que todavía no conocía y que ya ha hecho suya. Antes de que estallara la guerra, iban casi cada año a Ucrania a ver a sus familiares. Valeri recuerda que en uno de ellos, su mujer exclamó «ya estamos en casa» al oler el aroma a naranja. El matrimonio ha creado su hogar lejos de la tierra que los vio crecer. La ucraniana ha conseguido hacer realidad los sueños de los que le embriagó Valencia nada más pisar sus calles: que cientos de falleras luzcan sus confecciones. «Mis clientas me dicen que tienen trajes valencianos con acento ucraniano», dice entre risas.

El amor es contagioso. Sus hijas también se han enamorado de la tradición fallera tal y como lo hicieron ella y su marido Valeri cuando pisaron por primera vez Valencia con la intención de labrarse un futuro. Ni siquiera conocían el idioma, se acercaron a la gente a través de dibujos para transmitir lo que querían decir y con la ayuda del traductor. Pasaron los años y su pasión por las costumbres valencianas crecía. En la Falla han encontrado su lugar. Olga, la hija del matrimonio, fue la fallera mayor en 2022. Un año agridulce para la familia. Orgullosos por lo lejos que había llegado su hija. Pero toda la felicidad del mundo no impide que continúen con la mirada en el frente. Allí combaten el hermano y la cuñada de Inna. Parte de su corazón late al ritmo al que estallan las bombas.

Irene Marsilla

Unas fallas agridulces

Inna y Valeri revisan constantemente el móvil, buscando cualquier indicio de que sus seres queridos siguen con vida. Pero tanto ella como Valeri se comunican con sus familias con conversaciones cortas. Llamadas esporádicas y con simples emoticonos que se convierten en pruebas de vida. Esta es la rutina que llevan desde que vieron que las tropas de Putin destrozaban su país a pedazos. Aun en el día de la Ofrenda, la pareja de ucranianos continúa con sus hábitos. Antes de que el sol salga e ilumine la habitación, sus manos ya buscan a tientas el teléfono. Se meten en internet con el pulso tembloroso y la esperanza de que cada día se reduzcan las víctimas del conflicto armado. Nunca se separan de ese dispositivo. Un zumbido ya calma sus nervios. El silencio depara lo peor.

Por fin ha conseguido reunir todas sus fuerzas para poder salir en la Ofrenda y ponerse a los pies de la Mare de Déu: «Le pediré a la Virgen que acabe la guerra en mi país». Cuando pronuncia esta frase, sus profundos ojos azules se tiñen por las lágrimas. Mientras su hija Olga fue fallera mayor en 2022, también quisieron homenajear a su tierra natal en la Ofrenda. Todos los falleros de la Falla Huerto de San Valero lucían un ramo de margaritas azules y de rosas amarillas para representar la bandera de Ucrania. Un grito de ayuda a los pies de la Virgen para rogarle que medie en un conflicto armado que se está llevando consigo tantas vidas inocentes.

Cuando estalló la guerra, Inna sólo podía llorar. Enseguida, llamó a su madre para que se viniera a vivir a Valencia con ellos. Tuvo que venir en autobús desde Polonia porque habían bombardeado todos los pueblos de Ucrania. Aunque su madre estuviera sana y salva a su lado, la preocupación por la masacre de su tierra se convirtió en una losa que le oprimía el pecho. Si hay un mensaje que la ucraniana de 49 años quiera dejar claro es: «La guerra todavía no ha terminado». Pero Inna sabe que no puede quedarse en casa a llorar. Una madre coraje que lucha por sacar a su familia adelante y mandar toda la ayuda posible a Ucrania. «Mi taller de costura ha estado muchas veces lleno de alimentos, medicamentos y ropa que mandamos a mí país. Hay mucha gente que se ha quedado sin nada. Lo han perdido todo», dice desolada.

Irene Marsilla

Nervios antes de la Ofrenda

A unas horas de que comience la Ofrenda, Inna confiesa que ni ella ni su familia han podido desayunar. «Estábamos muy nerviosos de volver a ver a la Virgen y sólo hemos tomado un café. No sé si nos dará tiempo a comer algo», comenta la mujer. La ilusión de estas fallas es lo que le mantiene en pie. En la víspera del acto, ella estaba en el casal de la Falla Huerto de San Valero cortando rodajas de tomate para todos sus amigos. Después, le tocaba el turno a Valeri de cocinar 55 hamburguesas. Ambos lucen una sonrisa, pero la inquietud que sienten no les permite disfrutar por completo.

Antes de que el conflicto bélico les robara la paz, la familia no se perdía ninguno de los actos que se celebraban en el casal. Ahora, se van reincorporando a su vida en Valencia poco a poco. Disfrutando pero con el alma partida. Rezando porque el resto del mundo no se olvide de la situación que asedia a Ucrania. «Ahora necesitan más ayuda incluso que el año pasado. Lo han perdido todo. Todas las casas están destrozadas», comenta Valeri. Su ceño se frunce de pensar que los suyos están viviendo constantemente en peligro, y que el frío les estará calando los huesos a sus familiares en el frente.

Tratan de despejar de su mente las imágenes de la guerra y de concentrarse en el aroma de los claveles blancos que le van a llevar a la patrona de Valencia. En la música de las orquestas que desfilan e inundan la ciudad de una alegría sin igual. Desfilan con la esperanza de que la próxima vez que vayan a la Ofrenda, la situación de Ucrania sea diferente y las lágrimas que broten de sus ojos sean sólo de emoción.

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