Recuerden en la última vez que recibieron una llamada importante. Cuando vieron el número de la chica que les gustaba en la pantalla y sintieron ... un temblor que les nacía del centro del alma, o cuando reconocieron el prefijo y supieron que les iban a decir algo de la oferta de trabajo, o cuando vieron el nombre de su hermano tras años sin hablar con él. Recuérdenlo y ahora multiplíquenlo por 1.000. Se acercarán, entonces, al torrente de emoción que este lunes arrasará la vida de dos chicas, una mujer y una niña, para las que nada será otra vez lo mismo. Porque estas dos valencianas seguirán siendo ellas mismas, pero también serán otra cosa: una imagen, una atalaya, una llama que arde en lo más alto de la mejor fiesta del mundo. Porque ellas serán, a partir de que dentro de 24 horas reciban una llamada que les diga «bona vesprada, sóc l'alcaldessa», las falleras mayores de Valencia del año 2025. Y, entonces, bum.
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En un salón abarrotado, vestidas con sus mejores galas, la sonrisa prendida en sus labios como las flores en el cadafal de la Mare de Déu durante la Ofrenda, dos chicas de Valencia verán que el final del camino se ha convertido en un nuevo comienzo. Ellas sentirán que por fin han llegado a meta, que lo han conseguido. Quizá les caerá encima la responsabilidad, la tensión, de saberse embajadoras de una de las fiestas más internacionales del mundo. Quizá mientras contestan entre lágrimas a la alcaldesa («moltes gràcies, estic molt contenta») las imágenes se arremolinen en su cabeza como las chiribitas que danzan en el aire caliente y se pierden en la noche del 19 de marzo. Y si no pasa entonces pasará más tarde, cuando nos hayamos ido los periodistas y se hayan marchado sus compañeros de comisión y estén en casa con sus padres, o con su novio (o con su novia), o cuando abran las redes sociales y vean las solicitudes de seguimiento, o cuando se desmaquillen o se quiten los zapatos con ligeras cuñas. Pero en algún momento van a verse lanzadas como víctimas de un hechizo a un viaje por el futuro, por su futuro: se verán en la Crida, o en la mascletà, o en los homenajes en los casales, o en las cenas con la corte, o en los viajes a otras ciudades, o posando para el extra de LAS PROVINCIAS. Porque para ellas, el final del camino es, en realidad, el punto de salida para una nueva vida nueva.
Muchas son las llamadas, pero pocas son las elegidas. En concreto, unas 760 y solo dos, respectivamente. Luego la cifra se redujo a 73 y luego, a 26. Y ahora, a dos. A ellas dos, a las que aún no conocemos pero que dentro de 24 horas, en este ejercicio de ficción que estamos haciendo juntos, sabrán que tienen ante sí un año apasionante, maravilloso, exigente. Porque así son las Fallas. Y deberán decidir qué reinado quieren, cómo quieren que se las recuerde. La mayor sabe que tendrá que renunciar a tiempo con sus seres queridos, incluso a poner su carrera en pausa durante un año, y la pequeña sabe que tendrá que redoblar los esfuerzos para aprobar en el colegio mientras sus padres hacen malabares para llevarla a la peluquería, a las pruebas de espolines y a los actos de la falla, que una es fallera mayor pero sigue siendo, sobre todo, niña.
La aventura, para ellas, continúa, junto a otras 24 chicas que se convertirán, con el paso del tiempo, en hermanas de otra madre. Las Fallas, en tanto que reflejo de la vida, tienen muchas cosas en común con el devenir de los días. Las aventuras se suceden y depende de cada uno elegir cómo las encara. Recordarán, las mayores, aquel viaje a Ibiza en ferry y las pequeñas, los talleres de mazapán. El camino ha sido largo, claro, pero también lo han disfrutado. Porque esa es una elección personal que no depende de lo que diga el jurado, y estas 26 chicas han encarado el proceso de selección con la mejor de las predisposiciones.
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Hagamos un breve recorrido por algunos de los actos. El proceso, como decíamos, ha sido largo. Muy largo. Más que otros años, de hecho, porque normalmente se elegía a las falleras mayores los días 10 u 11 de octubre, si el calendario lo permitía, y este año se ha quedado para el 14. Más tiempo para divertirse y para demostrar al jurado por qué ellas dos, esas que aún no conocemos pero que, de alguna manera, ya respetamos, eran las mejores embajadoras de la fiesta. Las pruebas empezaron en verano, con un descanso en agosto, y luego continúan en septiembre. Antes de la elección de las cortes, las mayores fueron a la Fundación Deportiva Municipal y las infantiles, al campo de Mestalla, uno de los muchos corazones que tiene la ciudad sobre la que una de ellas reinará. Luego vivieron la gala de la Fonteta, esa donde la emoción se desborda, donde unas a las otras se tienen que decir que han sido elegidas porque en la oscuridad del 'backstage' no se oyen los gritos. Antes hubo ensayos, y ensayos, y más ensayos, porque todo tiene que salir perfecto. Sería deseable que no fuera así, que el corsé desapareciera un poco, que hubiera espacio para la improvisación, que se cuele el aire entre los aderezos y las peinetas. Pero las Fallas, como fiesta y también como 'pueblo' dentro del pueblo valenciano, son una máquina bien engrasada que funciona con la seguridad de una mascletà disparada por ordenador.
Pero si ustedes, y esa niña y esa mujer que este lunes serán coronadas y recibirán en sus salones a la alcaldesa y al presidente de Junta Central Fallera con el maquillaje perfecto y la sonrisa encaramada a lo alto del rostro, pensaban que con la gala en la Fonteta podrían relajarse estaban equivocados. Porque las pruebas han continuado. No son GEO, claro, pero ya me gustaría ver a mí a un GEO enfrentarse a un jurado que te pide que improvises el discurso de la Crida, o que estudia el saber estar en literalmente cualquier situación que se les ocurra. Un GEO se mete en un río helado, sí, y eso está muy bien si vas a combatir en zonas con ríos helados, pero las falleras mayores van a ser sometidas a un escrutinio social, público y hasta político que no soportarían los soldados más curtidos. No se engañen: no son señoritas dulces, no son complementos. Son el alma y el corazón de la fiesta. Ellas dos, junto a sus compañeras de la corte de honor, van a vivir un año repleto de retos. Díganle ustedes a un GEO que aguante una sesión de intercambio de fotos con un sector. Con uno, eh, fíjense que ya no les digo ni dos.
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En definitiva, es tiempo de heroínas. De supermujeres. De niñas fuertes y valientes. De historias de superación, de vidas puestas en pausa por un afán superior, de la decisión de un jurado que cambiará dos destinos. Y cuando se queden solas en su habitación este lunes por la noche, y les caiga encima el peso de la fiesta, o cuando crean que no pueden más, que sepan que no están solas. Sobre sus hombros recae una responsabilidad, un tesoro que guardarán con agrado, pero la fiesta las arropa, como ellas arropan la fiesta. Las Fallas no son una celebración de la individualidad, sino más bien todo lo contrario. Nuestra fiesta, la fiesta de todos, elige este lunes a sus embajadoras y la simbiosis entre ambas, falleras y Fallas, arderá durante un año. Y al siguiente, con otras dos. Y al siguiente, con otras dos. Porque las Fallas, como los valencianos, como las falleras que aún no conocemos y ya respetamos, saben que hay algo que no se puede hacer: rendirse.
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