![María José Lora, propietaria de Caballer FX.](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/28/1445360950--1200x672.jpg)
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La magia de la Nit del Foc se invoca, a fuego lento, en una colina junto al río Turia. Allí, en Vilamarxant, entre campos de naranjos, algarrobos y detrás de una alambrada, ningún cartel indica que estamos ante una pirotecnia. Es mejor la discreción cuando se trata de materiales explosivos.
En la puerta, detrás de la verja, nos recibe una mujer ajetreada. Es María José Lora y vive jornadas de presión, llamadas, últimas decisiones, papeleos… Se formó para crecer entre medicamentos, pues es farmacéutica. Pero la vida fue por otros derroteros y, desde los 25 años, está al frente de una empresa familiar que ha hecho de la pólvora y la fiesta su modo de vida. Y ya se acercan las Fallas de 2024. El tiempo apremia. Ella es la dueña de Caballer FX, la pirotecnia que disparará la mascletà del día 17 y el espectáculo de fuegos artificiales que pone el broche a las Fallas: la Nit del Foc. También es presidenta de Piroval, asociación que agrupa a empresas del sector. Son unas 25 repartidas por toda la región.
Caballer FX, como tal, funciona desde 2004. Pero los antecedentes familiares del negocio, con cinco generaciones de por medio, se remontan a 1877. Y el último en tomar el relevo es Diego, de 20 años e hijo de María José. Estudia Ingeniería Química y, pese a su juventud, ya domina con enorme maestría todas las fases del proceso creativo, productivo y de ejecución. En su cabeza y en su portátil bullen los secretos de la Nit del Foc mientras 16 trabajadores gestan con sus manos y máquinas lo que luego será luz y sonido.
El pirotécnico tiene una pizca de muchas profesiones. En cierto modo, es un cocinero, pues mezcla ingredientes siguiendo estudiadas recetas. Es un alquimista que prepara su magia en recipientes. Un pintor que maneja colores y cuyo lienzo es el cielo. Pero también tiene parte de músico porque mide tiempos, intensidades y ritmos, como quien compone una partitura.
Además, debe ser valiente y muy cauteloso, estricto en la seguridad, pues cualquier mínimo error en el manejo de los materiales puede acabar en una desgracia. Y es un profesional sacrificado. «No todos quieren trabajar en esto», destaca Lora. Se trata de una labor «que requiere currar muchos fines de semana y en verano, el periodo de más faena junto a Fallas al ser las fiestas en los pueblos».
Principio fundamental. ¿Qué es la pólvora? «Carbón, azufre y nitrato potásico», señalan madre e hijo. Desde una concepción simplista podríamos pensar que la pólvora explota y punto. Pero hay mucho más. «Se emplea para propulsar artificios o para fabricar las mechas, entre otras cosas». Convenientemente mezclada con variados productos, se obtienen los colores y efectos.
El catálogo de artificios que salen de una pirotecnia es inmenso: desde bombetas, salidas o trons de bac, propios del uso individual, a las más complejas carcasas de trueno (típicas de las mascletà) o de color (para los castillos). Éstos, entre otros, son los elementos más habituales de los grandes espectáculos como los que fabrica Caballer FX.
«En una carcasa de trueno, por ejemplo, se usa aluminio y perclorato para el estallido», explica la pirotécnica de Vilamarxant. La propulsión para el ascenso se consigue con nitrato, azufre y carbón. En la carcasa de color los componentes son los mismos, pero el cromatismo en el cielo «se consigue con las pequeñas bolas de color que salen proyectadas e inflamadas en todas direcciones. Están hechas de sales metálicas y otros productos».
Salvo los cañones y bases de disparo, los papeles de envoltura y algunos cilindros plásticos, todo se produce en la pirotecnia. Y de manera artesanal. «Ninguna máquina podrá sustituir la precisión de las manos en la elaboración de los fuegos artificiales», zanja Diego.
Aunque algunas maquinarias ayudan. Hay hormigoneras para la elaboración de la pólvora, una noria hiladora para generar metros y más metros de mecha, otra de prensado para comprimir elementos al máximo u otra giratoria que envuelve y sella con cinta las carcasas en pocos segundos. Pero para nada es un proceso fabril, robotizado y en cadena. Todo es lento, individualizado, compartimentado y extremadamente cuidadoso. «Hay mucha faena y hacen falta muchas horas», coinciden madre e hijo.
De manera muy resumida, el proceso pasa por mezclar el aluminio y el perclorato por separado, preparar las carcasas, el llenado de los elementos y, finalmente, tapar y preparar las bases con la guía y el estopín. Así se conoce la línea recta y rígida que conduce la ignición con rapidez desde la parte baja de un artificio al núcleo explosivo.
En nuestro recorrido, caseta a caseta, nos encontramos con una trabajadora que ceba las espoletas, sistemas adicionales de seguridad en la conducción del fuego. A pocos metros, José Miguel prepara 'terremotos' fijando el hilo al artefacto. Más allá, en otro recinto, una noria gira y gira como una araña inquieta que teje mechas al mezclarse pólvora, agua y otros productos. Vicente alumbra descargas de trueno. Daniel mezcla a mano los componentes de la pólvora. Diego se afana con las carcasas...
Y así, con mimo y repetición, se obtienen los artefactos que se almacenan hasta que llegue su hora de morir, ya sea en mascletà o castillo, fulminados con un seco estrépito, zumbando o chisporroteando entre luces de colores. «Los precios varían mucho, desde los 5 euros de un trueno de aviso a los más de 120 que puede valer una gran carcasa para un castillo», estiman. El producto elaborado tiene una caducidad de hasta cinco años.
El riesgo de una explosión planea en cada segundo de la producción de pirotecnia. Es así y no conviene olvidarlo. La historia ha dejado momentos muy dolorosos en la Comunitat. Como con los siete muertos y nueve heridos de 2000 en Rafelcofer. O la furgoneta de una mascletà que estalló en la calle Azcárraga en 2007 y causó lesiones a 17 personas. María José Lora lo ha sufrido en su familia. «Mi abuelo murió al cerrar una caja con material. Estaba clavando. La pieza debió entrar en contacto con la pólvora, se produjo un roce y estalló. Pero hoy todo ha cambiado mucho». Los errores y desgracias del pasado han elevado al máximo las cautelas en todo el sector.
Lo comprobamos sobre el terreno. La empresa reparte su producción y almacenaje en una veintena de casetas alejadas para que no haya efecto dominó en caso de explosión. Montículos de tierra cubren paredes de suelo a techo para contener la fuerza de un estallido. Se llaman merlones. Y se suman otros muros intercalados entre las edificaciones.
«Mejor dejad los teléfonos móviles en la entrada», nos advierten antes de internarnos en las zonas de producción. Hay que evitar cualquier impulso eléctrico durante los trabajos. Mientras, todos los empleados siguen un protocolo para liberarse de energía estática antes de manipular los materiales.
«Las mezclas de aluminio y perclorato son especialmente delicadas. Aquí cualquier roce, chispa o energía estática puede causar la ignición», señala Lora. En uno de los recintos resuena un murmullo mecánico. Es la hormigonera preparando pólvora. «En las ocho horas que dura el proceso nadie entra dentro por seguridad», detalla. Otros manejos de la pólvora se gestan con capazos y al descubierto, para que la ventilación impida concentraciones elevadas. Y algunas labores cesan en los días de fuertes rachas de viento para evitar sustos ante una ráfaga.
En una de las casetas, un cartel da fe de hasta qué punto hay que vigilar cada detalle: «limpiar dos veces el departamento, no manipular fulminantes cloratados con temperaturas de más de 25 grados, prohibido entrar con fósforo, mechero, móviles, tabaco y bebidas…».
Pero la pólvora es traicionera. A pesar de todas las medidas de seguridad y los esfuerzos por reducir riesgos, la fatalidad acecha. A mediados de febrero, un trabajador resultó herido por una deflagración en otra pirotecnia de Vilamarxant. Acabó hospitalizado con quemaduras de tercer grado.
Esquivando con profesionalidad todos los peligros y tras horas de confección, ya tenemos preparados los artificios donde elegir. Muchos. Candelas, dalias, flocadas, atómicas… Pero falta lo más importante: concebir el espectáculo. El castillo que disfrutaremos en la Nit del Foc ya se ha empezado a disparar en la cabeza de María José y Diego. «Llevo tiempo dándole vueltas, probando cosas. Pero creo que lo tengo ya bastante claro…», anuncia el joven pirotécnico. Él lo vive con la ilusión y responsabilidad de quien prepara su disco de debut. O un doctorado. Aquí, en el diseño final, entran en juego muchas variables: tiempos, calibres, altura, intensidad, ritmo, disposición de elementos, colores, duración… «Para mí lo fundamental es la seguridad, no pasar de 20 minutos, que haya ritmo, mucha intensidad y que el producto sea valenciano», describe.
La era digital ayuda en esta fase. Diego emplea dos programas informáticos que permiten planificar los conjuntos y fases de un disparo. Inserta datos de medidas, cantidades y productos y obtiene una simulación «aproximada pero no exacta» de cómo será el castillo. Ve y escucha su espectáculo virtualmente en la pantalla. Eso le permite estimar el resultado final y hacer las correcciones que se le antojen. Además, se gesta un plano en función de la superficie de terreno disponible. Tiene el aspecto de un circuito (al fin y al cabo lo es). Como un mapa de disposición de los elementos.
«Senyor pirotècnic, pot començar…». Uno, desde la ignorancia, imagina que tras la orden inicial hay una línea única de fuego que zigzaguea activando los disparos. Como cuando se empuja una ficha de dominó y caen todas en fila. Pero es más complicado, pues muchos artificios se superponen. O salen disparados al mismo tiempo desde distintos puntos. «Es, más bien, como un laberinto», un río con muchos afluentes, matizan.
Hora de llevar los fuegos al punto de disparo. «Para una mascletà en la plaza del Ayuntamiento podrían bastar dos furgonetas. Para la Nit del Foc serán necesarias tres y un camión», calcula Lora. El traslado del material pirotécnico es un momento delicado. De hecho, los vehículos necesitan el permiso especial de transporte de mercancías peligrosas y cumplir con unos límites.
Los cañones y bases de disparo los aportan otros vehículos por separado. «En un espectáculo como la Nit del Foc pueden hacer falta un millar» de tubos, según las estimaciones de Diego.
El disparo consiste, en esencia, en mover señales eléctricas hacia puntos de ignición donde esa energía se transforma en fuego y activa las detonaciones o propulsiones al cielo. Ningún elemento aéreo sería posible sin los cañones, que están hechos de «hierro, fibra y aluminio», detallan desde Caballer FX.
En la preparación, ya sobre el terreno, se colocan esos tubos cilíndricos y las bases, se llenan con el material pirotécnico y, por último, se prepara el circuito eléctrico y de fuego que trasladará las señales de activación. Como un sistema nervioso, todo confluye en la maleta de disparo, cerebro del espectáculo. Allí el archivo del programa del ordenador se combina con una serie de botones para generar órdenes de fuego independientes.
María José Lora es heredera de una larga tradición. «Mi abuela fue la primera mujer que disparó la Nit del Foc en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia», cuenta orgullosa. Fue en 1940. Se refiere a Josefina Caballer Verdeguer, conocida como la 'Tía Fina' de Moncada, pionera en la pólvora valenciana. «Fue una luchadora y apasionada» en tiempos difíciles. Creció entre cinco hermanos y dio impulso a una empresa familiar que inició su andadura mucho antes, en 1877, fundada por Antonio Caballer Llorens. Siglo y medio después, la mecha sigue prendida con María José y su hijo Diego.
«No es darle a un interruptor y esperar», señalan. Esa opción de 'piloto automático' existe en los disparos. Pero los profesionales prefieren un cierto dominio adicional, con decisiones y órdenes durante el lanzamiento de los fuegos. Tomar el timón. «En un gran espectáculo puedo llegar a pulsar botones unas 60 veces. El pirotécnico tiene un control durante el desarrollo», apunta Lora. Este es el momento de los nervios, el instante en el que todo el esfuerzo durante meses en la pirotecnia se materializa en la plaza o en el río, ante miles de miradas atentas, cuando todo se consume en menos de 20 minutos.
«Mi mayor miedo es siempre que le ocurra algo a alguien», confiesa Diego. «Lo primero son siempre las personas. Siempre», remarca convencido.
En lo técnico, la peor pesadilla en esta fase es «que se te pare el disparo». Es el silencio más incómodo para un pirotécnico. Esto puede suceder por varios imprevistos: «Si falla la máquina, por un error humano de programación o también voluntariamente, en aquellos casos en los que algún elemento empieza a arder en el área de disparo», describe el joven. Pero si todo sale como han previsto durante horas, nada de eso ocurrirá. Valencianos y visitantes de las Fallas aplaudirán entusiasmados el atronador final, Diego guardará el recuerdo de su debut con la Nit del Foc y María José respirará una vez más, con alivio, el aroma de pólvora en el aire. La esencia de cinco generaciones.
Información elaborada con la colaboración de Pirotecnia Caballer FX con textos de Juan Antonio Marrahí, fotografías de Iván Arlandis e infografías de Patricia Cabezuelo.
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