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Hace 75 años, en 1950, España empezaba a salir del primer túnel de la posguerra para enfrentarse a una década que tenía que ser de mucho sacrificio, largo silencio y trabajo duro. Así, en un ambiente de más ilusión que realidades materiales, la fiesta fallera vivió un año en el que José Iturbi fue protagonista, tras el éxito de su gira europea al frente de la Orquesta Municipal. Con él, cuatro artistas falleros triunfaron: los hermanos Antonio y Juan Fontelles, Modesto González y Regino Más. El gran maestro alcanzó el éxito en dos fallas; pero en la de la plaza del Caudillo fue autor de un 'reciclado' histórico que solo con el tiempo se ha podido conocer.
En su libro 'Plaza Mayor', nuestro compañero Manuel Andrés Ferreira, experto investigador de las fallas, cuenta la extraña aventura de la falla del So Quelo de 1950 en la plaza del Caudillo. Que no fue otra cosa que un 'refrito' o mejor la reconstrucción de una falla, nacida en el verano de 1949 para ser quemada en Madrid durante los actos sindicales del 18 de Julio. Según Andrés Ferreira señala, la falla tenía que criticar a Estados Unidos, por tener a España en cruel aislamiento diplomático, sin dejarle ser miembro de la ONU: Porque en 1946 la Resolución 39 había condenado al régimen de Franco como una dictadura no presentable en una asamblea de democracias.
Pero lo que el sindicalismo falangista de Sanz Orrio preparó con vehemencia fue rechazado por el cauteloso equipo diplomático de Martín Artajo en Asuntos Exteriores, dedicado a reconstruir la posición española en un mundo donde el Telón de Acero se estaba configurando cada vez con claridad mayor. Así las cosas, Franco, en julio de 1949, inauguró dos bloques de viviendas y un grupo escolar, pero no vio falla alguna. Y Regino Más se quedó con un taller lleno de 'ninots' sin mucho sentido, que decidió reutilizar.
Como Andrés Ferreira constató, la falla de la plaza de marzo de 1950 dio salida al material almacenado. El So Quelo, el personaje central durante esos años, era un plutócrata yanqui transfigurado: una venda en los ojos aludía a la inseguridad de la vida, pero también al arte de 'no querer ver' lo que todos vieron en las escenas: los altos precios de los alimentos, la falta de viviendas, la carestía de los alquileres... las cosas reales de una vida muy dura. Cambiado el muñeco central, la bola del mundo sirvió para el nuevo proyecto, al igual que la arquitectura de las escenas, de calle o de interior. No fue difícil para el maestro fallero cambiar las caras y los trajes: a fin de cuentas, un preboste de la política internacional no era muy diferente de un estraperlista del aceite bajando de su 'haiga'.
La falla de la plaza del Caudillo, ya se sabe, no entraba en concurso. Pero la de la plaza del Mercado sí. Y ahí es donde Regino Más encontró, un año más, el primer premio, con un monumento donde una novia buscaba marido candil en mano. Pero en ese ejercicio, el artista tuvo un fuerte competidor en su colega Modesto González, que alcanzó el segundo premio con la falla levantada en la calle Grabador Esteve. Fue la del Gas Lebón, plantada frente a la sede de la empresa en un año especial, de aniversario de la compañía, donde se reunió un presupuesto respetable. Aquella mano que sostenía una primorosa bandeja aún está en el recuerdo de los buenos aficionados. Y la prueba de la difícil decisión de los jurados es que el veredicto final no se tomó por unanimidad sino por mayoría.
La interpretación de 'El Fallero' en la plaza, por todas las bandas presentes en la Valencia festera, fue, seguramente, el momento de mayor intensidad de un año en que el alcalde Manglano y la fallera mayor, Mavy Noguera, rindieron homenaje al maestro José Iturbi después de su gira con la Orquesta por Francia y Gran Bretaña. Se dice que Iturbi, con grandes relaciones en la Casa Blanca, hizo mucho por el deshielo de las tensas relaciones entre Estados Unidos y España.
En todo caso, en enero de 1950, el diplomático Dean Acheson escribió en el 'New York Times' que el bloqueo a España no tenía ya mucho sentido. En efecto, a lo largo de 1950, con el inicio de la guerra de Corea en junio, el papel estratégico de España se empezó a considerar clave en la lucha contra el comunismo. Franco ofreció enviar soldados españoles a Corea y, en noviembre, la resolución 386 de la ONU abrió brecha en las relaciones diplomáticas bloqueadas; en 1952 se inauguró la Casa Americana en Valencia y en 1953, con el convenio de construcción de las bases americanas en Morón, Zaragoza, Rota y Torrejón, España estuvo lista para entrar en la ONU en 1955.
En los primeros meses del año 1950, era el tema del momento, la última moda en la tertulia del bar, el material de cuchicheo en el autobús… La gente hablaba de los platillos volantes y los periódicos se referían a misteriosos avistamientos. Sin que hubiera explicaciones oficiales y sin que las fuerzas aéreas del mundo, singularmente las de Estados Unidos, fueran capaces de confirmar ni denegar nada, lo cierto es que el mundo –no solo España– estaba siendo sacudido por la sensación de que había objetos voladores no identificados y que en ellos viajaban seres extraños –¿marcianos?– que seguían nuestros pasos y nos observaban. Todo eso vino a coincidir con la aparición en el cielo de llamativas estelas blancas, que en realidad fruto de los chorros de condensación de calor de los nuevos motores a reacción, que por aquellos años comenzaron a usarse. Hay que recordar que el famoso Incidente Roswell, de Nuevo México, tuvo lugar en 1947 y que de él emana una honda de películas de ciencia ficción que se apoya, de algún modo, en los temores por la creciente serie de pruebas nucleares y en la Guerra Fría.
Como ocurrió otros años, el teatro Principal acogió, en marzo de 1950, la presencia de doña Concha Piquer, que hacía un hueco en sus actuaciones para volver a su querida Valencia. No es raro que tan gran estrella destacara entre una programación teatral limitada a la revista de segunda división o al teatro de mero entretenimiento. Eslava programó 'Los mejores años de nuestra tía', con Guadalupe Muñoz Sampedro, y Ruzafa 'Los babilonios', con Raquel Daina y Antonio Garisa. En el Alkazar se podía ver a Mercedes Vecino y Antonio Amaya y en Apolo se ponía en cartel 'Los haigas'. En una Valencia donde, más incluso que los toros, gustaba, en las noches falleras, el boxeo y el catch, la publicidad de Concha Piquer decía: «La única y primera tonadillera del mundo, en su despedida de España. Marcha para América donde permanecerá cuatro años. ¿Volverá a trabajar cuando vuelva?». En una entrevista que nuestro periódico le hizo durante esos días se le preguntó a la gran estrella que le había gustado más de las fiestas y respondió que le agradaban «hasta los defectos, si es que los tienen».
En la foto podemos ver a dos estrellas entre giradiscos. Son Isabel Tortajada y Eduardo Sancho, voces inolvidables de Radio Nacional de España en Valencia, una emisora, recién desembarcada en el edificio Balkis de la avenida del Oeste, que en las Fallas de 1950 llamó poderosamente la atención por su presencia en los festejos. Radio Nacional empezó sus emisiones durante el sorteo de Lotería de Navidad de diciembre de 1949. El periódico comenzó a dar noticia de su programación el 21 de enero de 1950, cuando dirigió un saludo a la nueva emisora al tiempo que recordaba el quehacer de las dos ya existentes, Radio Valencia y Radio Mediterráneo. En ese caso, mencionamos a los pioneros de la radio valenciana, Valeriano Gómez Torre y Enrique Valor, alma de la SER en Valencia, pero dimos la bienvenida a los que llegaban con medios y brío periodístico nuevo. Y es que Radio Nacional contaba con excelentes voces, bajo la dirección de Andrés Moret, con Dimas Bonmatí al frente de la programación y José María Cruz Román como redactor jefe. (Foto del libro '50 años de RNE en Valencia', de Ricardo Dasí).
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Josemi Benítez
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