Directo Sigue el minuto a minuto del superdomingo fallero
La falla. En Barraca-Espadán dedican gran parte de su presupuesto al monumento. Animación. En la barra del parador se preparan para el festejo de la noche. Transporte. Los falleros de la comisión infantil van en autobús a recoger un premio. Paella. Un grupo de falleros descansa después de comerse una paella a las cuatro.

Los únicos ninots que ven el mar

Una de las fallas más canónicas de Valencia está en el corazón del Cabanyal. Muchos son portuarios y descendientes de pescadores. Son 300 tan fieles a su comisión como los guerreros de Esparta

Martes, 19 de marzo 2019, 00:50

Ya no quedan barracas en la calle de la Barraca. Y casi que no quedan ni casas. Al menos en el tramo de la vecina Barraca-Columbretes, donde parece que acabe de terminar la Guerra Civil. Las fachadas pregonan la ruina del tramo más deprimido del Cabanyal, el que vive ajeno a los nuevos bares de moda, donde no se ha rehabilitado ni un metro cuadrado a pesar de las promesas. Miseria hecha ladrillo.

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Un poco más allá, casi en la calle de la Reina, está la falla plantada más cerca del mar, la de Barraca-Espadán. Ahí no hay carestía de nada. Muchos son portuarios y, como todo el mundo sabe, sus sueldos son la envidia de media Valencia. «Aquí hay pasta», reconoce Gabi, un puntal en la comisión y en Junta Central Fallera. Gabi fue uno de esos niños, nieto de pescadores, que jugaba en la calle y que, ya de adulto, regresa puntualmente al barrio del 15 al 19 de marzo.

Cuatro chicas extranjeras se paran a hacer una foto a los ninots. Son los únicos de toda Valencia que pueden atisbar el mar. Y de allí parecen venir tres falleros que, nada más verlas, se ponen a cantarles una cancioncilla que acaba con un «María, qué buena estás...». Las guiris se ríen y, haciéndose las despistadas, se largan por la esquina donde antiguamente estaba el Marcial, el bar donde un grupo de amigos, descendientes de pescadores, se juntaron un día y decidieron que allí, en la confluencia de las calles, iban a plantar una falla.

«El que es de Barraca es de Barraca», apunta Gabi para reflejar la fidelidad de sus falleros Conservan los ninots del 74, modelados con escayola y de poco más de un palmo

Son las cuatro y media y empieza a girar el aire. «¿Ves esas nubes bajas?», le pregunta un hombre al de al lado mientras tira de la cremallera de la parca. «Pues eso es que viene el frío». La conversación es del presente pero también podría serlo del pasado, del barrio marinero que popularizó Sorolla, a quien rinden homenaje en la falla de Columbretes. Por delante de ellos pasan dos jóvenes. Cada uno de ellos sujeta un asa de la paella que acaban de hacer en la calle. La han hecho, cerveza va, cerveza viene, con producto fresco que han ido a comprar por la mañana. Cangrejos, rape, sepia, gambas y unas cigalitas pequeñas que llaman mosquitos. Viven sin prisas. A velocidad fallera.

Se les ve frescos y con la última cucharada ya empiezan a trasegar los primeros chupitos. Es el día 16 y, como es tradición, en Barraca-Espadán la jarana no empieza hasta que el monumento está acabado. Y aquí, en una falla tan canónica como ésta, la plantà se hace cuando procede, el 15 de marzo por la noche.

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Menos convencional es que una comisión, como sucede esa tarde, vaya a recoger un premio en autobús. Es lo que tiene estar en la periferia, casi casi en la playa. La estampa es chocante: autobuses de línea amarillos repletos de falleritas y falleritos. «El día de la Ofrenda alquilamos ocho o nueve autobuses y el problema no es ir, sino volver, salir del centro de Valencia en vehículos tan grandes un día 17 de marzo a las diez o las once de la noche. Muchas veces te quedas atrapado», revela Gabi.

Un teatro por casal

Aunque para pintoresco, el casal. Está en la planta baja donde había una sala de baile ochentera y tiene un escenario que han conservado. Está intacto, con el hueco para el apuntador, una cuerda con un peso para subir y bajar el telón, y la tramoya, de donde cuelgan un montón de paellas de todos los tamaños y que usan como almacén.

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El casal es también un museo. De las paredes cuelgan retratos amarillentos de antiguas falleras mayores y sus nueve presidentes. O los premios de su historia, con un lugar de privilegio para el que les coronó como la mejor falla infantil de 1974. Algunos de aquellos ninots se llenan de polvo en una vitrina y sorprende que no tienen nada que ver que con los de ahora. Los del 74 están modelados con escayola y miden poco más de un palmo.

El escenario representa una cocina valenciana de época y allí iban las compañías a hacer sus funciones a peseta la entrada. La coincidencia ha propiciado también que esta falla haya sido un referente por sus representaciones teatrales.

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Pero la prioridad de siempre en Barraca-Espadán es el monumento. La falla le pega un buen mordisco al presupuesto porque es lo que quiere la gente. «Llevamos ya unos años sin premio y los falleros ya empiezan a protestar», comenta Gabi.

Él es uno de los 300 falleros con una fidelidad que sería la envidia de Romeo y Julieta. Jamás cambian de bando y casi ninguno se dio de baja ni en los peores años de la crisis. «El que es de Barraca es de Barraca». Y solo unos pocos, sobre un 10 por ciento, son de lo que podría denominarse el comando itinerante. Personas que van pasando de una falla a otra porque se han enfadado o porque están buscando su sitio. Pero los 300 de Barraca-Espadán son como los 300 espartanos de la batalla de las Termópilas

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Al lado de la plaza acaba de aparcar un camión y unos trabajadores descargan un montón de tubos y altavoces. En un pispás montan el escenario donde la orquesta Valencia hará temblar los cristales de medio barrio.

Pero eso será por la noche. Ahora reina la calma. Los niños se han ido a por el premio y los adultos duermen la siesta. El contrapunto, unas calles más allá, en la 'zona cero' del Cabanyal, lo ponen unos chavales con pinta de okupas. Las litronas van pasando de mano en mano. Huele a hachís humeante. Las botas negras y las zapatillas de trekking se deslizan al ritmo de la música. Ya hace años que dejó de bailarse agarrado en el casal para que suene la música de grupos herederos de Eskorbuto y La Polla Records. El anarquismo vive su utopía donde antes se arrastraban las redes de los marineros. Ya cayeron las barracas donde ahora penan edificios ruinosos. La falla, en cambio, se mantiene firme. Mirando al mar.

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