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Los antiguos estibadores  del puerto  de Valencia

Los antiguos estibadores del puerto de Valencia

Los trabajadores se encargaban de las tareas de carga y descarga de los buques e intervenían en caso de naufragio

DANIEL MUÑOZ

Domingo, 21 de diciembre 2014, 00:34

Toda actividad marítima, ineludiblemente, comienza y termina en tierra. Por lo tanto, la carga y descarga de las mercancías en un puerto ha sido y es una labor clave para el buen funcionamiento de cualquier infraestructura portuaria. Hace pocos días, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea rompía el monopolio de los estibadores en los puertos españoles, declarando ilegales las trabas impuestas a la contratación de personal por parte de este sector, clave en el comercio marítimo valenciano. Una polémica decisión que, sin duda, tendrá consecuencias en el futuro, aunque a nosotros nos interesa más el pasado.

Los estibadores del puerto de Valencia ejercen aún a día de hoy un control sobre esta actividad, actuando casi como un gremio. No obstante, esta corporación profesional (y los conflictos que arrastra) tienen una larga tradición en Valencia, que se remonta, al menos, hasta el siglo XVI, cuando se encuentran las primeras referencias a la creación de una cofradía de cargadores.

Valencia es una ciudad que mira al mar y que, en buena medida, siempre ha orientado su economía hacia el comercio marítimo. La actividad naval y portuaria se reactivó rápidamente tras la conquista y vivió en el siglo XV su momento de mayor esplendor. Sin embargo, a pesar de que el oficio de cargador ya existía en época medieval, no fue hasta el año 1593 cuando se creó la cofradía de cargadores del Grau de Valencia, bajo la protección de San Telmo. En origen, esta corporación, compuesta por hombres de mar cuyo único horizonte profesional era esperar a pie de arena la llegada de embarcaciones a la playa de Valencia, tuvo un marcado carácter religioso y asistencial. Sin embargo, la cofradía tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos y, progresivamente, la regulación y organización del trabajo fue ganando peso, aunque sin perder su trasfondo piadoso.

A las enormes dificultades que planteaba la playa de Valencia (de escaso calado y sin abrigo natural, expuesta a corrientes y temporales) se le unían las deficiencias técnicas que dificultaron la construcción de un puerto adecuado para el fondeado de los barcos. A pesar de los diferentes intentos que se realizaron desde el siglo XVII, no fue hasta finales del siglo XVIII cuando se puso en marcha la construcción de un puerto moderno, sirviéndose hasta ese momento de un insuficiente y quebradizo embarcadero de madera. Ante un medio físico desfavorable, unas infraestructuras inadecuadas y el peligro constante de naufragios, es perfectamente comprensible la necesidad de desarrollar una corporación especializada, que garantizase, en la medida de lo posible, la rápida y eficaz tarea de estiba.

La carga y descarga era una actividad compleja y delicada, dividida en dos fases: la que se realizaba a pie de playa (reservada para las personas más pobres del Grau) y la que se realizaba en el mar, a través de pequeñas barcas, que transportaban las mercancías desde los barcos hasta la arena. Aunque, como una imagen vale más que mil palabras, remito al lector al evocador panel cerámico, que refleja perfectamente esta tarea anfibia. Tres eran las funciones básicas de este oficio: garantizar la celeridad en las tareas de carga y descarga, asegurar la integridad de las mercancías en cuestión y, por último, aunque no menos importante, la obligación de intervenir en caso de naufragio o zozobra de un barco (algo bastante frecuente en el golfo de Valencia), sirviéndose de sus barcazas para recuperar todas las mercancías posibles, en un ámbito de intervención que se extendía desde la torre del Puig hasta la desaparecida Torre Nueva, situada en el entorno de la Albufera.

La cofradía de cargadores de San Telmo se consolidó durante el siglo XVII, pero la expansión del comercio marítimo en la Valencia dieciochesca obligó a reformar sus estatutos e incrementar la especialización de sus miembros. De este modo, a mediados del siglo XVIII surgió una nueva cofradía, la de cargadores de San Cristóbal, desgajada de la anterior y dedicada a las tareas de acarreo de las mercancías en la playa, mientras que la labor en las barcas era exclusiva de la de San Telmo. Sin embargo, las voces que clamaban contra la insuficiencia de estas corporaciones eran cada vez más fuertes y los conflictos y pleitos cada vez más frecuentes. A pesar de fusionarse a comienzos del siglo XIX, en el conocido como gremio de mareantes, la burguesía comercial valenciana clamaba contra esta corporación, señalando que «apenas hay un capitán extranjero que quiera venir dos veces a esta playa, donde no sólo han padecido mil zozobras y naufragios, por falta de abrigo, si que no se encuentra la facilidad de cargar y descargar con viveza».

En un contexto de modernización de la actividad portuaria valenciana y auge del liberalismo, las tradicionales cofradías de cargadores no tenían cabida. Sin embargo, su supresión definitiva en 1864 no significó el final de los problemas, sino todo lo contrario. La huelga de los estibadores del Grau de 1842 abría el camino para el inicio del movimiento obrero en Valencia, un conflicto social acorde a los nuevos tiempos, que se arrastra hasta nuestros días, enfrentando nuevamente a comerciantes y cargadores. En definitiva, nada nuevo bajo el sol.

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