
LAURA GARCÉS
Lunes, 26 de octubre 2015, 00:22
La vida retirada, alejada del mundo, recogida entre los muros de un convento de clausura o integrada en otro tipo de vida religiosa en comunidad, no es una tendencia que triunfe en estos tiempos. Más bien lo contrario. Es cierto que surgen nuevas congregaciones u órdenes religiosas que estrenan comunidades, pero no es menos cierto, incluso más evidente, que el cierre de conventos en los últimos años se ha convertido en un hecho que ya poco sorprende y que se mantiene.
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En los últimos meses dos comunidades religiosas -ninguna de vida contemplativa- se han despedido de territorio valenciano tras permanecer más de un siglo en la Diócesis de Valencia.
Hasta que se conocieron estos casos al menos cinco comunidades de vida contemplativa se habían visto empujadas a unirse con otras de su misma congregación en un contexto marcado por el envejecimiento de las religiosas y la caída de vocaciones. Son los dos factores que han descrito una realidad que obliga a las comunidades de vida religiosa a vivir sostenidas en la cuerda floja en la que se apoya la supervivencia de estas comunidades.
El pasado verano, en agosto, la noticia llegó cuando las Siervas de María, tras haber mantenido durante 150 años casa abierta en Valencia, anunciaron que se disponían a abandonar la diócesis.
Dejaban atrás siglo y medio de entrega a un carisma definido por la asistencia a enfermos en sus propios domicilios. Fueron 12 las religiosas Siervas de María que dejaron la ciudad para integrarse en otras comunidades de su misma congregación en Barcelona, Mataró y Sabadell, así como en la localidad navarra de Tudela.
La despedida de estas monjas no llegó sola. Pocas semanas después otra congregación religiosa, Sagrada Familia de Burdeos, dejaba la casa que durante 120 años ocuparon en Buñol. A lo largo de todo ese tiempo en esta localidad desarrollaron su labor educativa, sanitaria y social.
Concentración
Pero llegó un momento en el que la avanzada edad de las religiosas que formaban la comunidad, en un momento de escasez de vocaciones, aconsejó que las últimas siete monjas que vivían en la casa se trasladaran a otras sedes de su misma congregación. Así, el pasado septiembre emprendieron viaje hacia Paterna, Aranjuez (Madrid), Melgar de Fernamental (Burgos) y Navalmoral de la Mata (Cáceres). En todas estas localidades contaban con casas que las acogieron en sus respectivas comunidades.
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Con anterioridad a las dos comunidades mencionadas, el último monasterio -en este caso de vida contemplativa- que cerró sus puertas y las religiosas que lo habitaban se trasladaron a otro fue La Trinidad, en la calle Alboraya de Valencia, cuyas monjas clarisas se mudaron a la Puridad hace ya cerca de dos años, en enero de 2014.
Ante este caso, uno de los más llamativos que han acompañado a la realidad que ha rodeado a la vida de los conventos valencianos, en un primer momento el Arzobispado destacó que se estaba buscando alguna congregación dispuesta a instalarse en el monasterio de la calle Alboraya.
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Este objetivo no se ha cumplido y, según destacan desde el arzobispado, se sigue trabajando en la línea que permita encontrar una congregación dispuesta a instalarse en el espacio que dejaron libre las clarisas. La Trinidad ha sido uno de los casos que en mayor medida ha despertado la atención de la opinión pública, dada la condición de Bien de Interés Cultural del edificio.
Precedentes
Cuando estas monjas clarisas cambiaron de casa ya las habían precedido otras congregaciones y conventos. Un año antes, en 2013, habían abandonado su edificio las Agustinas Descalzas del convento del Santo Sepulcro de Alcoy. Esta comunidad se trasladó a la casa que la misma congregación tiene en Benigànim, el monasterio de la Purísima Concepción y Beata Inés. Con este cambio, el convento alicantino afrontó la crisis de vocaciones.
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Incluso con anterioridad a 2013 ya habían emprendido el camino de la unificación otras comunidades de vida contemplativa como los cartujos de Porta Coeli. A esta comunidad se sumaron religiosos llegados desde la cartuja Aula Dei de Zaragoza. El resto de fusiones afectaron a religiosas dominicas de clausura. Los conventos que esta congregación tiene en Torrent y Paterna acogieron a religiosas llegadas de otras localizaciones.
Los vaivenes que han sufrido los distintos modelos de vida en comunidad religiosa, pero sobre todo los de vida contemplativa, muestran también el fenómeno de al venta de monasterios.
El primer convento que se vio inmerso en un proceso de compraventa fue el convento de Santa Clara de Xàtiva. La casa que durante un largo periodo de la historia ocuparon las monjas, la adquirió una empresa constructora de Zaragoza. Otro ejemplo de esta forma de proceder fue el del caso del monasterio de San José. Este edificio, propiedad de la orden carmelita desde el siglo XVII, se vendió.
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