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ÓSCAR CALVÉ
Domingo, 14 de febrero 2016, 03:04
El mundo está loco, loco, loco. La expresión, además de dar título a una conocida película protagonizada por Spencer Tracy, es una verdad indiscutible. Una muestra amable de esa locura se constata en la transformación de las tradiciones. El día de San Valentín es un caso paradigmático. No hace falta ser un lince para saber que la actual celebración es fruto de una moderna estrategia comercial con ciertas similitudes a la de Papá Noel. Sin embargo, basta escarbar un poco para comprobar que ambas campañas publicitarias entroncaban con tradiciones muy arraigadas en el pasado, independientemente de su veracidad histórica. Es cierto que San Valentín entró definitivamente en nuestra sociedad el pasado siglo. Quizá en febrero de 1948, de la mano del fundador de Galerías Preciados José Fernández, quien importó esa maniobra de marketing desde el continente americano, aunque los españoles ya regalasen tarjetas de enamorados. Mucho antes, cuando los europeos no tenían ni idea de la existencia de América, San Valentín gozaba entre nuestros antepasados de una gran devoción. Desde Alemania a Castilla, pasando, cómo no, por territorio valenciano. Valencia o Alzira son sólo algunos ejemplos. De hecho, libros litúrgicos procedentes de la Cartuja de Vall de Christ y de Morella incluyen en su correspondiente calendario la festividad del santo: eso implicaba su recuerdo anual al menos en esa fecha. Como a continuación tratamos, algunos autores han ubicado el origen de la festividad de San Valentín en la Antigüedad Tardía, como reacción a unas desenfrenadas fiestas paganas. Tras muchos siglos de pertenencia al ámbito cristiano, su actual celebración se ha instalado en un renovado laicismo al servicio del consumidor. Eso a pesar de los esfuerzos en los últimos dos años del papa Francisco I, que ha intentado relanzar la causa católica de esta fiesta, desaparecida en 1969 durante la necesaria purga de santos indocumentados que realizó la Iglesia. Quién sabe en qué se convertirá San Valentín en unos siglos. El mundo está loco, loco, loco.
Al igual que otros héroes de la primitiva cristiandad, las noticias de Valentín son difusas y nada resolutivas. Para colmo de dificultades, constan referencias de al menos once mártires homónimos, tres del mismo período, la Antigüedad Tardía. Si atendemos a las reliquias dispersas supuestamente pertenecientes al actual patrón de los enamorados, podríamos hablar de hasta 5 ó 6 personas distintas. Cráneos de varios 'Valentinos' mártires se hallan en Navarclés (Cataluña), Madrid, Roma, etc. Que no cunda el desánimo. La tradición ha intentado enderezar el entuerto. Si no puede, lo adereza. Por otro lado, ese afán nuestro por desentrañar la realidad histórica del personaje santo nada importó durante siglos. Bastaba con tener fe en su previa existencia y su posterior capacidad de mediación con la divinidad. Así se explica el éxito de un santo legendario e importante durante más de un milenio, reconvertido hoy en 'souvenir' con forma de corazón.
Según la Iglesia, San Valentín, el que en principio se convertiría en patrón de los enamorados, fue conocido como Valentín de Terni por su población de origen situada en el centro de Italia. Nació a finales del siglo II. Alcanzó el obispado de Terni a los 21 años y tras ser reprendido por varios emperadores a causa de sus prácticas cristianas fue decapitado en Roma el 14 de febrero del año 273 por un soldado romano al servicio del emperador Aureliano. Ahora bien, la primera noticia real que se tiene de San Valentín se remonta a finales del siglo quinto, principios del sexto, donde aparece su nombre junto al aniversario de su muerte. Su fama se agrandó paulatinamente por toda Europa y ya en el siglo VIII circulaba la narración de su vida en diversos reinos. A mediados del siglo X, unos nobles catalanes promocionaron la construcción del monasterio de San Benito de Bages (provincia de Barcelona), y como motor económico contaron con las reliquias de otro mártir de la Antigüedad llamado Valentín. Paralelamente, en regiones germanas y británicas surgió la devoción a otro San Valentín también muerto un 14 de febrero, este procedente de Recia (cuya capital actual sería Ausburgo), y al que se le atribuían poderes sobrenaturales frente a la epilepsia. Algunos siglos más tarde emergió la leyenda de un nuevo San Valentín, nacido en Roma, también martirizado a finales del siglo III por su negativa a acatar las órdenes del emperador referentes a la prohibición de celebrar matrimonios con el entonces nuevo rito cristiano, un episodio que conectaría presuntamente con el patronazgo de los enamorados. Muchos especialistas indican que en realidad estos dos últimos 'Valentinos' referían al mismo obispo de Terni, cuya historia habría sufrido varios desdoblamientos. Repleto de contaminaciones -aquí sólo hemos dado cuenta de algunas- San Valentín se convirtió en un trascendental santo cuyo reflejo alumbraba toda Europa. Calendarios litúrgicos, libros de horas, cuadros. Su imagen en centenares de obras no deja lugar a duda. En Morella, Altura, Valencia, Alzira y otros lugares hay constancia de una gran devoción que no se vio menoscabada por el incierto origen de tantas historias solapadas no exentas de confusión. De este modo, se explica, además de la inclusión del santo en libros litúrgicos valencianos, el auge que tuvo el empleo del nombre en nuestro territorio durante toda la Edad Media o la advocación bajo su patronazgo de algunas capillas. De todo esto apenas queda rastro en la Comunitat Valenciana, algo que difiere ostensiblemente de lo que ocurre en Italia, donde el santo, pese a ser cancelado de la plantilla oficial de beatos en 1969, continúa ejerciendo como patrón en decenas de localidades, además de seguir siendo uno de los nombres más empleados durante las últimas décadas. El del 'dottore', el motociclista Rossi, es solo un ejemplo. ¿Pero qué camino emprendió la festividad?
Una de las respuestas más manidas para solventar esta cuestión se ampara en la inclusión de nuevas celebraciones que finiquitaran las fiestas paganas. En el año 496, el Papa Gelasio optó por poner fin a la fiesta de Lupercalia (vinculada a la exaltación del amor en su versión más carnal), y declaró que el 14 de febrero se celebraría el Día de San Valentín. Sin embargo, no existía entonces ninguna relación entre el santo y el patronazgo de los enamorados. Aquellas historias sobre el rol desarrollado de San Valentín como organizador de matrimonios a espaldas de las prohibiciones romanas aún no habían surgido.
Es comúnmente aceptado que la asociación de San Valentín con los enamorados responde a una obra del poeta inglés más relevante de la Edad Media, Geoffrey Chaucer (1343-1400). En su obra 'El parlamento de las aves', obra que homenajeaba el aniversario de un enlace real en Inglaterra, escribió el deseo de los pájaros de aparearse el día de San Valentín, que como ya se ha dicho, se celebraba en casi toda Europa el 14 de febrero. El agudo lector habrá detectado que no resulta creíble que el apareamiento de las aves se produjera en el frío febrero inglés. De hecho, Chaucer aludía a otro San Valentín, muy venerado en Génova, cuya onomástica se celebraba el dos de mayo, precisamente el día del matrimonio real. Esta información que podemos obtener sencillamente en la red no estaba al alcance de la gran mayoría de los lectores de aquella obra que gozó de gran difusión, y pronto corrió la errónea opinión de vincular al San Valentín más famoso, el del 14 de febrero, con la protección de los enamorados. Y así, a partir de un error y a caballo entre los siglos XIV y XV, proliferaron los escritos en Inglaterra que situaban a San Valentín como defensor de los matrimonios cristianos, de los noviazgos, del amor.
Más tarde, la Iglesia Anglicana acogió y relanzó esta leyenda de escaso fundamento sobre San Valentín, que exportó a sus colonias en Norteamérica. A mediados del siglo XIX, Esther Allen Howland, artista de gran perspectiva empresarial nacida en Massachussets (Estados Unidos), se encargó de popularizar el regalo de tarjetas entre las parejas. La génesis del moderno día de los enamorados. Lejos, en el olvido, queda el legendario santo. Un servidor confiesa que es más de Sant Dionís, aunque cada 14 de febrero tararee la canción de Monna Bell.
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