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LAURA GARCÉS
Domingo, 21 de febrero 2016, 23:56
Todos los días, excepto los lunes, en el corazón de Valencia el canto gregoriano toma la palabra. Lo hace en la Iglesia del Real Colegio Seminario del Corpus Christi, el Patriarca. Acercarse hasta allí y escucharles puede para algunos suponer un lujo que ofrece la ciudad. Alguno de los cantores habla de «un viaje en el tiempo hacia un espacio místico» en el que se han embarcado y del que no están dispuestos a apearse. No son monjes -alguno es sacerdote- pero cantan como ellos.
Una docena de voces masculinas bajo la batuta de su maestro de capilla, Salvador Doménech, acompañados por el organista Vicent Ferrer, cumplen con la liturgia de las horas, con la oración de la mañana: laudes en torno a las 9,30 horas. Poco después, a las 10, llega la misa, que se celebra y canta en latín. A esa hora la luz del día ya se cuela generosa por la ventana del coro, donde los cantores ocupan la histórica sillería dispuesta en una estancia cerrada por paredes recorridas de decenas de tubos a través de los que se expanden las notas que emite el órgano.
Ante los cantores el antiguo facistol, atril de grandes dimensiones que en su día soportaba los libros de coro, es testigo de las aportaciones vocales. Los tiempos han cambiado y ahora se acompañan de un pequeño libro en el que está escrita la letra y música que entonan.
Además de poseer conocimientos y aptitudes musicales, «conocen el latín porque hay que comprender los textos», explica Salvador Doménech. No es necesario superar un examen para ingresar, pero sí se exigen unos valores mínimos entre los que la capacidad para conocer el significado de lo que se canta es determinante. El maestro de capilla, que siempre se ha dedicado a enseñar música, insiste en que debe ser así, ya que cantar en el Patriarca no supone sólo cantar: «El gregoriano es oración y la música surge del texto. Hay que entender lo que está escrito».
Los miembros del coro acuden cada mañana a esta iglesia del barrio Universitat-Sant Francesc porque les gusta. No les liga una obligación, sino una libre decisión que no parecen dispuestos a abandonar. «Lo llevamos dentro; el gregoriano es una vivencia», especifica Antonio Conejero.
Valentín Petrovici, un joven estudiante del Conservatorio, también forma parte de esa plantilla de voces que cada día se citan en el Patriarca. Y lo hace convencido de que es una «bonita forma de empezar el día». Petrovici concede mucha importancia a la posibilidad de escapar del ruido que regala el centro de la ciudad para emprender, a diario, «un viaje en el tiempo hacia a un espacio místico».
Petrovici, y también Josema Bustamente, otro joven estudiante del Conservatorio, insisten en que la oportunidad que ofrece el Patriarca, tanto a quien quiere cantar como a quien desea escuchar, «no se encuentra en muchos lugares». Casi es un lujo. Recuerda el maestro de capilla que «se mantiene en Santo Domingo de Silos, la Abadía de Montserrat, la Abadía de la Santa Cruz del valle de los Caídos y el monasterio de Leire».
El sacerdote Mariano Ruíz, rector del Real Colegio Seminario, explica que el carácter «eminentemente religioso» que posee el canto gregoriano ofrece «la capacidad de elevar el espíritu» a los cantores o a los fieles que acuden s a las misas o grandes celebraciones como el Viernes Santo o el Corpus. Cuidar de la liturgia, de cada detalle que acompaña a las celebraciones es una máxima en el Patriarca. Y lo es por fidelidad a sus constituciones, lo recuerdan el maestro de capilla y el organista.
El rector aclara que al presencia de este canto de origen antiquísimo se mantiene y cuida, como todo lo demás que atañe a la liturgia, porque esa era «la voluntad del fundador, san Juan de Ribera». Insiste en que no se debe olvidar que «la liturgia es alabanza de Dios» y que la Iglesia tiene encomendadas «la misión de evangelizar, practicar la caridad y dar culto a Dios».
Y todo ello gana relevancia los jueves. Hay exposición del Santísimo y es día grande. Las voces del coro se suman a la vistosa ceremonia de adoración que sigue a la misa. No sorprende que haya «gente que viene a escuchar al coro» o a seguir las celebraciones de un templo donde la religiosidad, la tradición y el arte se dan la mano.
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