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El desaparecido Palacio de Ripalda. :: lp

El palacio desvanecido de Valencia

El castillo de Ripalda fue la morada de María Josefa Paulín de la Peña, la condesa viuda

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 20 de marzo 2016, 00:04

La madrugada del pasado día de San José miles de personas disfrutaron del castillo pirotécnico en la Alameda de Valencia. Precisamente en las inmediaciones de este espacio, entre los jardines de Monforte, la propia Alameda (entonces llamada Camino de la Soledad) y la avenida Blasco Ibáñez (en la época el incipiente Paseo de Valencia al Mar) se alzó, desde 1891 hasta 1967, el Palacio de los Condes de Ripalda. El particular perfil neogótico de esta construcción que evocaba los castillos medievales apenas sobrevivió 76 años. Su promotora, María Josefa Paulín de la Peña, vivió a la sombra de su marido José Joaquín de Agulló, VI Conde de Ripalda. Tras enviudar en 1876, la condesa se erigió en una de las personalidades más influyentes de Valencia. No en vano, su memoria trasciende -por increíble que parezca- la vistosa y malograda construcción. El pasaje Ripalda, en la antigua plaza Cajeros, fue uno de los espacios más suntuosos de la Valencia de finales del siglo XIX, promocionado también por María Josefa Paulín de la Peña. Hoy integrado en las posteriores transformaciones urbanísticas del siglo XX, pasa prácticamente inadvertido, pero los escasos 50 metros de longitud que proyecta bajo el notable edificio que cubre el pasaje no impidieron que se convirtiera entonces en lo que actualmente denominaríamos la milla de oro. Así se explica que en ese reducido espacio se concentraran algunos de los encargos más valiosos de Valencia, entre ellos, la única obra documentada en nuestra ciudad del universal Antonio Gaudí, quien paralelamente a la construcción de la Sagrada Familia en Barcelona, diseñó unas vidrieras que formarían parte de la decoración de 'Textiles Oltra', comercio instalado en el pasaje Ripalda. Los estímulos para profundizar en esta historia no están exentos de tintes rosas, puesto que las dos principales comisiones de la condesa viuda (el palacio y el pasaje) fueron elaboradas por el arquitecto valenciano Joaquín Mª Arnau Miramón, con quien mantuvo una prolífica relación que tal vez superó el carácter profesional.

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Murallas de Valencia

La construcción del Palacio de Ripalda debe circunscribirse a una de las consecuencias del derribo de las murallas de Valencia en 1865: la construcción de casas de recreo particulares en aquellos huertos que poseían en las afueras de la ciudad las familias mejor posicionadas de Valencia. Por esa época José Joaquín de Agulló y María Josefa Paulín de la Peña sufrieron el fallecimiento de dos de sus tres hijas. En 1876 la muerte del conde de Ripalda convirtió a su viuda en la principal heredera de la hacienda familiar. Lejos de asumir el entonces habitual rol de la viuda discreta, cogió las riendas de algunos negocios de su marido -quien había conquistado una posición privilegiada en el entramado de poder a nivel nacional- e impulsó dos admirables empresas constructivas. Una de ellas fue edificarse una nueva residencia caprichosa, término que en este caso alude a la obra donde el ingenio y la fantasía rompen la observancia de las reglas tradicionales. Fue proyectado como un 'chateau' francés, según las directrices de María Josefa Paulín de la Peña, que pese haber nacido en Valencia, procedía de un notable linaje francés. Quizá este aspecto motivó esa particular elección para su nueva morada, que incluía una soberbia torre redonda rematada con un chapitel cónico que hoy asociaríamos a un cuento de hadas. Sin duda era un edificio especial en la producción arquitectónica del momento y como tal, su silueta causó la admiración de los valencianos de entre siglos. Para su elaboración, la condesa contrató el tándem formado por Vicente Monmeneu -que diseñó los planos- y Joaquín Mª Arnau Miramón, que ejecutó el proyecto. El proceso constructivo se desarrolló entre 1889 y 1891, año en el que se inauguró. La rumorología señalaba a la condesa viuda y a Joaquín Mª Arnau Miramón por la dudosa naturaleza de su relación iniciada hacia 1887, máxime cuando el arquitecto era considerado un ferviente católico que se había casado con Elisa Moles, su prima, previa dispensa papal. Si fue así, jamás quedaron pruebas concluyentes, en todo caso, Arnau Miramón era ya un reputado arquitecto, formado también en el extranjero y maestro del romanticismo ecléctico valenciano. El Palacio de Ripalda se convertiría en una de sus obras más excelsas, en buena medida por la continua y activa participación de la condesa, que ya había mostrado su sensibilidad al ejercer de mecenas de varios artistas. Algunas de las nuevas residencias de la oligarquía valenciana se concibieron como ejercicios de ostentación donde predominaban el lujo y la decoración. Rivalizaban entre ellas, en una práctica que, salvando las distancias, recuerda a la denominada 'Manzana de la discordia' del Paseo de Gracia de Barcelona. La evocadora apariencia del palacete solariego valenciano fue directamente proporcional a su infortunio. La condesa sólo pudo disfrutar 4 años de su castillo, pues falleció en 1895. Allí residió algunas décadas su única hija superviviente, Dolores de Agulló, quien tras la proclamación de la Segunda República Española (1931) huyó de la ciudad y murió en 1942, sin descendencia alguna.

El abandono del palacio por parte de Dolores de Agulló supuso el principio del fin del Palacio de Ripalda. Tras un lustro desamparado, se convierte en efímera sede del Ministerio de Comercio del gobierno republicano trasladado a Valencia (1936). La llegada de la avanzadilla nacional lo sumerge de nuevo en el olvido hasta que pasa, junto a otras propiedades, a los sobrinos de Dolores de Agulló, los condes de Berbedel, ligados a las familias Trenor y Marichalar. Pero el palacio siguió sin habitarse y algunas voces advirtieron del posible riesgo de derrumbe a principios de los 60 del pasado siglo. Para colmo de desgracias la construcción se hallaba en los aledaños de la antigua Feria de Muestras de Valencia, construida en los años 30 y que por aquel entonces ya daba signos de obsolescencia.

El Ayuntamiento de la ciudad había comprado terrenos en Paterna para la creación de la nueva Feria de Muestras y subastaron la antigua, incluyendo en la subasta(previo acuerdo con los propietarios) el atractivo palacio. Todo el suelo se recalificó. Sorprende el escaso eco que dispuso la noticia y el posterior derribo. Tal vez porque, aunque legal, no fue un acuerdo ético desde el punto de vista patrimonial. Los propietarios obtuvieron al menos una de las casas de lujo que conformarían el actual edificio de La Pagoda. Del antiguo palacio no queda nada significativo, salvo un ficus centenario que se integraba en su jardín y que en la actualidad se halla en la plaza de la Legión Española. Nadie puso el grito en el cielo. Ni tan siquiera se hicieron fotos, alimentando más si cabe el carácter legendario de la construcción y su veloz desaparición. Algunos dicen que se desmontó piedra a piedra y que se reconstruyó en Estados Unidos, algo que parece improbable: la mayoría de la obra se realizó en mampostería. Poco más se puede hacer por aquel edificio salvo recordarlo e intentar aprender de la experiencia. Por fortuna, y parece que en proceso de revitalización, seguimos contando con el otro empeño de la condesa viuda construido por Joaquín Mª Arnau Miramón, el conjunto arquitectónico que alberga el Pasaje Ripalda. Es un testimonio de excepción de la llegada de la modernidad a Valencia elaborado en 1889. Con dos imponentes fachadas de corte neoclásico, en el centro del pasaje comercial público se creó un deslunado cubierto con una armadura abovedada metálica y de cristal por la que pasa la luz natural. Allí se emuló, a pequeña escala, la Galería Vittorio Emmanuele II de Milán, uno de los espacios predilectos de la nobleza y la alta burguesía europea. El edificio albergó el Grand Hotel, para el que se construyó hacia 1897 uno de los primeros ascensores de la ciudad. En el mismo pasaje, Álvaro Oltra encargó en 1905 un trabajo decorativo a Gaudí para el escaparate de su tienda de confección. El castillo de la condesa desapareció con la misma celeridad que si se hubiera construido con naipes, pero su recuerdo sigue vivo en la memoria colectiva de los valencianos.

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