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Llegada de 'ganxers' a Mislata en un grabado de finales del siglo XIX. :: lp

La memoria de los 'ganxers' valencianos, un extraordinario oficio

Su principal y arriesgada misión consistía en transportar madera a través de los ríos

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 10 de abril 2016, 00:28

Son muchos los oficios que, víctimas del progreso, fueron condenados a la desaparición. El sereno, el pregonero, el recadero, el afilador o el colchonero, entre muchos otros, han sucumbido prácticamente en su totalidad. Los más jóvenes sólo los conocen de oídas o por fotos. La lluvia auxiliadora caída la pasada semana sirve de excusa para refrescar la memoria sobre el probablemente más espectacular de estos oficios extintos: los 'ganxers' o madereros.

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Muchos desconocerán esta actividad, aunque si son cinéfilos basta recordar aquella cinta protagonizada por el desaparecido Alfredo Landa que lleva por título 'El río que nos lleva'. La película, inspirada en una novela de José Luis Sampedro, narra la última maderada del Tajo acaecida a mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado. ¿Qué es una maderada? Se trata de un modo de transporte fluvial para la conducción de troncos de madera a los lugares que precisaran ese material. Los troncos procedían de las talas de bosques y pinares y eran transportados por flotación, conducidos por cuadrillas de gancheros o 'ganxers' en valenciano.

Este método de transporte se empleó en España fundamentalmente en cinco ríos: el Ebro, el Tajo, el Júcar, el Turia y el Segura. Antes de profundizar en las valerosas y olvidadas tareas de los gancheros es preciso comprender el origen del nombre, pues alude a la principal herramienta de estos intrépidos hombres. El gancho era una pértiga de madera de hasta tres metros de largo y de distinto grosor en sus extremos. En uno de los cantos de la citada barra se incorporaba un gancho -simple o doble- y una punta de hierro con la que los 'ganxers' cogían u orientaban los troncos que amenazaban con dispersarse. No en vano también eran conocidos como 'pastores de palos', pues su trabajo evocaba la trashumancia. No por tierra, sino por agua. Tampoco dirigían rebaños, sino troncos.

Nuestro territorio ha contado con numerosos linajes que desempeñaron aquel oficio tan arriesgado como duro en el que podía perderse la vida y en el que el domicilio familiar era abandonado varios meses al año. Ademuz, Cofrentes o Chelva cuentan en su padrón con nietos de 'ganxers' cuya pericia proporcionó grandes cantidades de madera tanto para la construcción como para la realización de muebles, barcos, carros, herramientas, puentes, retablos y cajas de órganos allá donde fuera necesaria, caso de Valencia, sin ir más lejos.

La profesión de 'ganxer' dispone de gran arraigo histórico en las cuencas valencianas. Mohamed al-Idrisi, geógrafo musulmán del siglo XII, ya aludía a la navegabilidad de los ríos valencianos, así cómo a su uso para hacer descender la madera desde Cuenca. A finales del siglo XIV, el franciscano Francesc Eiximenis advertía como nobleza del reino de Valencia la existencia de «quatre flums navals por los quals devalla fusta de Castella, bella ab gran còpia».

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Enorme tradición dispuso esta tarea en la comarca de Los Serranos, de donde eran originarios los gancheros encargados de transportar la madera desde Teruel hasta la capital valenciana a través del río Turia. Para una descripción precisa sobre las labores y la propia figura del ganchero valenciano, nada mejor que dar voz a un célebre testimonio coetáneo a aquellas prácticas.

Teodoro Llorente escribía en 1889 sobre los gancheros de Chelva: «Gente sobria y valiente, de tostado cutis y músculos de acero, de aspecto semiarábigo y semieuropeo, vistiendo tosco y acampanado sombrero de negruzco fieltro, fuerte chaquetón de paño pardo, voluminosa faja y cortos zaragüelles de lienzo blanco, y empuñando el gancho de su oficio, fuerte alabarda con la cual guían los maderos, los separan, los recogen y dan curso habilísimamente a ese montón enorme de troncos, que el río lleva, y que a cada instante amenaza con un peligroso embarrancamiento. Por un mísero estipendio de tres reales y medio de jornal en dinero, cuarenta onzas de pan negro, una de aceite y media azumbre de vino, pasa tres o cuatro meses aquella pobre gente viviendo como anfibios, a la orilla del río o dentro de él, encontrando pasos dificilísimos».

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Si la figura del ganchero rezumaba grandes dosis de romanticismo, no era menos llamativa la configuración de la flota que conformaban estos madereros: una especie de ejército marino que dividía las embarcaciones construidas con el núcleo de los troncos que transportaban en tres secciones; vanguardia, centro y retaguardia. Lideraba esta comitiva fluvial el gran ganchero, máximo responsable de los hasta cincuenta mil troncos que podían transportarse, cuyo recorrido estaba supeditado a lo que permitía la corriente y a la dificultad de los escollos que debían salvarse.

Además del evidente riesgo físico que comportaba este oficio, uno de los principales temores de los gancheros valencianos eran las frecuentes pero imprevistas crecidas de los ríos a causa de las inundaciones, sobre todo en el Júcar. Los troncos eran arrastrados inevitablemente hasta el mar. Este y otro tipo de inconvenientes eran minimizados merced a las diversas habilidades de los gancheros, quienes no sólo guiaban los troncos sino que también modificaban las corrientes, elaboraban saltos artificiales, construían en pocos minutos puentes artificiales, etc...

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Hoy puede parecer increíble que grandes cantidades de madera llegaran flotando a sus destinos, especialmente a la capital del Turia. Aunque el río Turia no pueda considerarse como navegable, sí permitía el transporte de madera arrastrada por la corriente natural en períodos concretos, ayudada por la corriente artificial creada mediante la confección de represas, azudes y otros mecanismos.

De hecho, el transporte fluvial de aquella madera de los bosques de Castilla, en especial del marquesado de Moya, se presentaba como el medio logístico más adecuado. El río era el atajo ideal para evitar los bosques escarpados y las tierras farragosas de aquel enclave donde los carruajes apenas podían circular si llevaban cargas notables.

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La llegada a Valencia de aquella impresionante flota generaba un espectáculo de gran atracción tanto para las autoridades como para la muchedumbre. En 1785 se construyó, a la altura del actual Paseo de la Pechina un canapé -banco acolchado para sentarse o recostarse- con forma de popa de un barco o galeón, con mascarón de rostro femenino, y bocas de cañones, desde el cual los vocales de la Junta de Murs i Valls observaban el paso por el azud de las maderadas que llegaban desde la serranía. No es preciso remontarse tanto para documentar la admiración por este oficio. Apenas hace un siglo muchos vecinos de Valencia se reunían en el Puente Nuevo, a la altura del actual Puente de San José, para contemplar el arribo de los pastores de palos.

Este modo de vida siguió vigente hasta mediados del siglo XX, cuando una concatenación de circunstancias insalvables para los 'ganxers' provocó su desaparición. La anterior llegada del ferrocarril ya hizo mella, pero la Guerra Civil, el desarrollo del camión y la construcción de embalses escribieron el epitafio de esta sorprendente profesión tanto en tierras valencianas como en el resto del territorio nacional.

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En la actualidad diversas asociaciones valencianas tratan de poner en valor el prestigio de esta milenaria tradición histórica. Unidas a otros organismos extranjeros, trabajan conjuntamente para solicitar a la Unesco que declare el transporte fluvial de troncos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El tiempo transcurre a una velocidad de vértigo y muchos abuelos no comprenden algunos trabajos que desarrollan sus nietos, como el community manager o el arquitecto web. ¿Pero cuántos nietos conocen las funciones que desempeñaban los 'ganxers'? La tertulia está servida para la sobremesa dominical.

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