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ÓSCAR CALVÉ
Sábado, 4 de junio 2016, 23:58
El Apocalipsis, con mayúscula, es el texto bíblico que cierra la perspectiva histórica de la humanidad. El término, de origen griego, sería traducible como 'revelación'. En la Sagrada Escritura se vincula a las revelaciones atribuidas tradicionalmente a San Juan el Evangelista en la isla de Patmos, en el mar Egeo, tristemente de actualidad. Precisamente el contenido argumental del Apocalipsis, el fin de los tiempos, dotó de nuevos significados a la palabra. Con minúscula, el apocalipsis puede referir tanto al fin del mundo como al escenario fatal -producido por agentes naturales o humanos-, que incita la imagen de destrucción total. Así que, al menos esta vez, el titular no es un simple reclamo al lector. Lo que aconteció en el mes de junio de 1707 en Xàtiva fue un auténtico apocalipsis cuya magnitud, a tenor de lo que señalan los estudiosos, no tuvo parangón. En pocas semanas la población pasó de 12.000 a 400 habitantes. Aquel junio de 1707 las tropas borbónicas al servicio de Felipe V finiquitaban un cruel asedio a Xàtiva, cuyo trágico broche fue el incendio de toda la ciudad. El fuego tuvo inicio el 19 de junio y se prolongó durante más de una semana. Por si fuera poco, las tropas borbónicas sembraron con sal las tierras a fin de convertirlas en improductivas. Xàtiva, considerada pocos meses atrás la segunda ciudad del reino de Valencia, se convirtió a finales de tan aciago 1707 en un amasijo de ruinas sin existencia jurisdiccional.
La muerte sin descendencia de un monarca fue en otra época sinónimo de conflicto sucesorio y por extensión de guerra. En este caso, el fallecimiento de Carlos II el Día de Todos los Santos de 1700 contaba con el aval testamentario del difunto soberano. Carlos II había elegido 'in extremis' a Felipe de Borbón, Duque de Anjou, para ocupar el trono de España. Felipe era nieto del monarca francés Luis XIV, el Rey Sol, quien estaba casado con la hermana mayor de Carlos II. Para la obtención del trono español Felipe debía cumplir dos normas: renunciar a sus derechos sucesorios sobre la corona francesa y preservar las leyes, fueros y costumbres de cada uno de los reinos heredados. La decisión póstuma de Carlos II anulaba las pretensiones sobre España de Carlos Francisco de Habsburgo, hijo del emperador Leopoldo I, este último primo hermano de Carlos II.
La situación fue especialmente hiriente para Carlos Francisco de Habsburgo, el Archiduque Carlos: si en marzo de 1700 había conseguido mediante el juego político su nombramiento como heredero del Reino de España, los Países Bajos españoles, Cerdeña y las Indias americanas, la ulterior e inesperada noticia testamentaria suprimía de un plumazo sus aspiraciones reales. Sin embargo, se autoproclamó rey de España. Pronto daría inicio la Guerra de Sucesión, un conflicto de dimensión internacional en el que combatirían las tropas borbónicas contra una gran alianza formada por el Sacro Imperio, Inglaterra, Países Bajos, Prusia y la mayoría de los estados alemanes, el reino de Portugal y el Ducado de Saboya. Esta gran coalición temía una irrefrenable superpotencia producto de la suma de poderes franceses a causa del nuevo imperio que heredaba el Borbón.
Todas las instituciones del Reino de Valencia aceptaron de buen grado el nombramiento de Felipe, aunque algunas fuentes indican que este visto bueno estuvo supeditado a la imposibilidad real de plantear oposición en un período breve. Lo cierto es que varias medidas de Felipe V granjearon la animadversión de varias capas sociales. Por otro lado, no parece que estuviera en sus planes la abolición de los tradicionales fueros de cada territorio. Algunos autores sostienen que el nuevo apoyo a las fuerzas del Archiduque se sustentó en el constante aplazamiento de la convocatoria de Cortes por parte de Felipe V, otros indican que el Borbón estaba convirtiendo España en una colonia francesa. Los más numerosos coinciden en que uno de los aspectos principales que derivaron el giro de tornas fue la exhibición de poder militar que mostró la gran coalición en las costas valencianas en 1703 y 1705.
Precisamente en agosto de este año las fuerzas a favor del Archiduque, con el apoyo de los campesinos alzados contra los Borbones, tomaron Dénia. Similares actos acontecieron en otras poblaciones valencianas como Altea, Gandía, Xàtiva, Valencia.. Ya saben que el punto casi final fue la batalla de Almansa en abril de 1707, donde las tropas franco-españolas derrotaron al ejército aliado. Quedaban reductos en manos de las tropas del Archiduque. Xátiva era uno de ellos, además, en su castillo permanecía una guarnición inglesa de 800 hombres. Recibida la noticia del campo de batalla, la capital de la Costera dispuso de pocas semanas para organizar su defensa, puesto que a finales de mayo un contingente borbónico de 9000 hombres dirigido por Claude François Bidal, marqués de Asfeld, cercaba la ciudad. Lo que no sabían los setabenses es que su suerte ya estaba echada. El 18 de mayo, el capitán que venció en Almansa llamado Berwick y algunos consejeros de Felipe V habían ordenado al marqués de Asfeld quemar y borrar del mapa Xàtiva. Su escarnio serviría de modelo para el resto de ciudades rebeldes. Una de ellas era Valencia, que en otro tiempo se había ganado el apelativo de doblemente leal, pero que el 8 de mayo, mostró una actitud muy distinta a la que haría gala Xàtiva: entregó sus armas sin ofrecer resistencia alguna. Una medida que, a toro pasado, algunos puedan calificar más como sabia que como cobarde. Xàtiva fue tomada en pocos días, entre el 25 de mayo y principios de junio. Tristemente habitual en las guerras, la brutalidad de los vencedores, en este caso los franceses, fue recogida por diversas crónicas. En todo caso, no menos triste es que el registro de las víctimas 'justificaría' esta violencia. Si el bando inglés contó con cerca de 300 bajas, fueron más de 500 las borbónicas. El castillo se rindió entre el 6 y el 10 de junio y los supervivientes de la tropa inglesa partieron hacia Cataluña. Faltaba el apocalipsis setabense.
El marqués de Asfeld ordenó el destierro de la ciudad y del reino de todas y cada una de las familias que vivían en Xàtiva, unas 2000 según las noticias proporcionadas por los Jurados de la ciudad. De tal humillación sólo se libraron los clérigos. Muy ilustrativas son las palabras anotadas el 18 de junio por Isidro Planes, cronista de la época de corte claramente proborbónico: «corrió válido que había orden del rey de que se demoliesse toda la ciudad de Xátiva, sin dexar edificios, ni aun las iglesias». Parece que el fuego empezó el 19 de junio. Aquél incendio acabaría por generar el gentilicio folclórico de 'socarrat'. El 28 de junio, el propio Planes califica lo que queda de Xàtiva como «una representación del Juicio Final» advirtiendo asimismo el modo en que los soldados expoliaron y saquearon cuanto quisieron antes de quemar y derribar la ciudad. Sólo algunas iglesias se salvaron parcialmente. Las tierras de cultivo fueron cubiertas de sal, para recalcar la condena al campesinado, estrato social que lideró el apoyo a las fuerzas del Archiduque. Xàtiva desaparecía y su refundación, bajo el nombre de Colonia Nueva de San Felipe evidenciaba el deseo de borrar el recuerdo de tan histórica urbe, según aclaraba un decreto real de noviembre de 1707. La nueva Casa de la Ciudad de San Felipe ostentó desde 1720 el famoso retrato de Felipe V que el pintor Josep Amorós tomó de un grabado previo incluido en un calendario de 1708. Esta obra, poco significativa artísticamente, sólo iniciaría su celebridad a mediados del siglo XX, en un contexto diametralmente opuesto al de su producción. La obra se hallaba en el Museu de l'Almodí desde 1919 y fue a finales de la década de los cincuenta cuando su conservador, Carles Sarthou, incitado por algunos estudiantes y un sacerdote, consideró oportuno girar el cuadro como alegórica penitencia al Borbón por el castigo que este infligió a la ciudad. Aquel simple gesto se convirtió probablemente en el recordatorio más efectivo del apocalipsis de Xàtiva.
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