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El bandolerismo valenciano en el siglo XVII: entre el mito y la realidad

El bandolerismo valenciano en el siglo XVII: entre el mito y la realidad

Los salteadores de caminos se refugiaban en las montañas, pero delinquían en las zonas de llanura, especialmente en los cruces de caminos

DANIEL MUÑOZ

Domingo, 12 de junio 2016, 00:28

El insigne botánico valenciano Antonio José de Cavanilles recorrió la geografía valenciana entre 1791 y 1793. Fruto de este viaje, publicó poco después las conocidas 'Observaciones sobre la historia natural del Reyno de Valencia'. Sin embargo, en esta obra, que representa un referente para la historia valenciana, no todo eran loas. Su autor también deja entrever en su relato el que era el principal problema social de la época en el Reino de Valencia: el bandolerismo, un fenómeno que seguía muy vivo en el siglo XVIII, pero que hundía sus raíces en el periodo foral.

Cavanilles discurrió en su viaje por los caminos reales valencianos, y en sus observaciones apunta con frecuencia noticias relacionadas con hurtos, robos y otros actos delictivos que amenazaban a los viajeros y vecinos de las poblaciones colindantes a las principales rutas de paso. Su relato nos da una idea de la indefensión e inseguridad predominante y en él se ofrece al lector una imagen estereotipada del bandolero valenciano, el cual buscaba amparo y protección en las zonas de montaña, formando cuadrillas que aprovechaban este entorno como escenario de sus fechorías y crímenes. La descripción se asocia especialmente a zonas escasamente pobladas y, por lo general, con regiones interiores del reino, próximas a la frontera con Castilla. Destaca entre ellas la conocida como Sierra de las Cabrillas, entre Buñol y Siete Aguas, «sitio peligroso por los malhechores que abriga. Lo quebrado y desierto de aquel recinto, y el estar muy cerca del camino Real, favorece la mala inclinación de algunos forajidos que asaltan y roban a los pasajeros. Escogen los salteadores algún punto elevado, desde donde sin ser vistos descubren a los que viajan y seguros del momento en que estos deben pasar por desfiladeros, barrancos o gargantas, salen y cometen impunemente sus maldades».

Esta imagen tradicional ha sobrevivido al paso del tiempo y persiste en nuestra mentalidad colectiva, heredera de la visión romántica e idealizada del siglo XIX, pese a que a día de hoy sabemos que no se ajusta a la realidad histórica del bandolerismo valenciano. Así lo demuestra una reciente tesis doctoral llevada a cabo por el archivero Sergio Urzainqui Sánchez, quien analiza este fenómeno en su fase de mayor actividad, el siglo XVII, desmitificando ideas preconcebidas, dibujando una geografía pormenorizada de la criminalidad valenciana y aportando una visión renovada y extraordinariamente documentada del mismo. A pesar de las carencias que presentan las fuentes judiciales valencianas, las cuales no reflejan la totalidad de criminales que actuaron en el reino, sino sólo aquellos que fueron perseguidos, detenidos o sentenciados; el bandolerismo era un grave problema de orden público para las autoridades políticas valencianas, que trataron de luchar contra esta lacra con unos medios escasos, una sociedad reticente al poder real y en muchos casos en connivencia con los criminales, incluyendo en esta categoría a algunos miembros de la nobleza valenciana.

Bandosidades

En primer lugar, resulta importante diferenciar entre dos conceptos clave, aunque no siempre resulte sencillo. A pesar de las similitudes y confusiones que suscitan, no es lo mismo el bandolerismo que las bandosidades. El primer término se corresponde con la criminalidad ordinaria, mientras que el segundo término hace referencia a la lucha de facciones o bandos que representaban a las élites valencianas. Como demuestra el mencionado estudio, fueron dos fenómenos que interactuaron entre sí, pero de naturaleza radicalmente distinta. Se trata de dos realidades sociales y penales diferenciadas, que erróneamente han sido examinadas por parte de la historiografía valenciana de manera indisociable.

Superado este escollo conceptual, el estudio de Sergio Urzainqui elabora una detallada cartografía del bandidaje valenciano, determinando con claridad cuáles eran las zonas de origen de los salteadores, así como cuáles eran sus teatros de operaciones. Las conclusiones son inequívocas: el bandolerismo era una lacra social extendida por toda la geografía valenciana, de la costa al interior, desde las fronteras con los reinos vecinos hasta la misma capital, tanto en las zonas más pobres y ásperas, como en las más ricas y fecundas. No obstante, su impacto fue más intenso en los territorios económicamente más dinámicos. Aunque las montañas y lugares escarpados les sirvieran de refugio, el bandolerismo tuvo su espacio preferente de acción en los caminos, en las encrucijadas, en los pasos y quebradas, en los puentes y vados más transitados de las comarcas más densamente pobladas y desarrolladas: l'Horta de Valencia, ambas Riberas, el Camp de Túria, el Camp Morvedre, la Plana de Castelló, etc. Los delitos que cometían estos grupos de forajidos eran indiscriminados y afectaban tanto a la integridad de las personas como a sus bienes. Robos, asaltos a viajeros y mercaderes, saqueos a alquerías, monasterios, iglesias parroquiales, extorsiones, homicidios. Nadie era ajeno a esta amenaza, que dañaba gravemente la paz social y la economía del reino, generando una enorme inseguridad, que las autoridades regias, señoriales y municipales trataron de paliar por muy distintos medios, y no siempre de manera unívoca.

Conflictos

Las autoridades valencianas se vieron claramente superadas por este fenómeno y por los problemas de orden público que traía aparejado. La acción política estuvo marcada por el signo de la discontinuidad, dependiendo de la coyuntura y de la decisión con que cada virrey afrontaba el problema. La falta de medios, los conflictos entre las diferentes justicias y jurisdicciones (real, señorial, eclesiástica, inquisitorial.), la proximidad y permeabilidad de la frontera con Castilla, así como la resistencia violenta de los bandoleros a la acción de los oficiales reales lastró la efectividad de la Justicia y aumentó la impunidad criminal. El carácter ejemplarizante de las sentencias impuestas a aquellos bandoleros ajusticiados (con penas de muerte, mutilaciones y exhibición de las partes amputadas en las zonas donde se habían cometido sus fechorías) fue insuficiente y la Corona trató de buscar vías alternativas a la costosa persecución, tratando de instrumentalizar al bandolero, mediante destierros pactados, salvoconductos, comisiones o su incorporación al Ejército a cambio del perdón de los crímenes cometidos. También se trató de imponer sanciones económicas a cambio de remisiones de penas, tratando de aliviar de este modo la pesada carga que suponía para el gobierno de los Austrias la vía penal o policial. En definitiva, lo que se ponía de manifiesto con estas medidas era la incapacidad política a la hora de atajar una de los principales problemas de orden público de la Valencia del siglo XVII.

Pero, ¿quiénes eran los bandoleros valencianos del Seiscientos y cuáles eran los motivos que les arrastraban a esta vida criminal? Desde luego, la respuesta es compleja y la casuística enormemente variada, pero a tenor del trabajo de Sergio Urzainqui sabemos que no todos ellos eran hijos de la miseria y el desarraigo. Implicados en las redes criminales encontramos a propietarios agrícolas, artesanos urbanos, individuos pertenecientes al estamento eclesiástico, así como militares e incluso miembros de la nobleza. No en vano, algunas cuadrillas de bandoleros actuaban en connivencia y bajo la sombra de los poderosos, es decir, bajo el auspicio de destacados miembros de la oligarquía nobiliaria valenciana, como los Carroz, el conde de Olocau, los marqueses de Guadalest o incluso los Almirantes de Aragón.

A pesar de las visiones mitificadas y leyendas, el bandolerismo fue una lacra que afectó a todos los estratos de la sociedad valenciana durante el siglo XVII. Los asaltadores de caminos y demás criminales valencianos del siglo XVII nada tenían que ver con Robin Hood ni con Curro Jiménez, ni tampoco con la visión literaria romántica que se forjó en torno a ellos en el siglo XIX. Movidos por sus propios intereses, saqueaban tanto a los ricos como a los menesterosos, actuando con impunidad, pese a la acción de la Justicia. En cualquier caso, ahora podemos afirmar de manera fehaciente que ni su vida transcurría únicamente en escarpados lugares ni robaban a los ricos para dárselo a los pobres.

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