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Ramon Boïl  i Dies, el inmortal Gobernador Viejo

Ramon Boïl i Dies, el inmortal Gobernador Viejo

La céntrica calle de la capital, en el barrio de la Xerea, evoca a un célebre personaje asesinado 610 años atrás

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 11 de marzo 2017, 23:59

En el centro histórico de Gandia se encuentra una calle cuyo nombre evoca uno de los dichos más populares de toda la provincia: 'la delicada de Gandia'. Seguro que muchos de ustedes conocen y han empleado esta conocida expresión que desde tiempo atrás se usa con tono socarrón para criticar los excesivos remilgos de una persona. Cuenta la leyenda que una hermosa mujer falleció a causa del impacto de una flor de jazmín en su cabeza. Un accidente que le valió el sobrenombre póstumo de delicada, aunque quizá se omitiera, siempre según el mito, una cuestión crucial: no le cayó una flor natural y sí un ornamento pétreo con forma vegetal de una de las fachadas de la Colegiata de Gandia. En todo caso, mientras nadie aporte documentación al respecto, duden mucho de cualquier supuesta identificación histórica de la 'delicada de Gandia'. Sigue siendo una leyenda.

El amable tono del relato expuesto poco tiene que ver con el asunto de esta semana, una de las muertes más impactantes de la Valencia bajomedieval, el asesinato del gobernador real Ramon Boïl i Dies en marzo de 1407. Un personaje inmortalizado -y esta es la principal concomitancia con la 'delicada de Gandia'- en la toponimia urbana. En este caso en Valencia, ciudad donde ejerció durante más de una década su cargo. La calle Gobernador Viejo, en el barrio de La Xerea, recuerda el domicilio donde vivió este personaje que tanto por méritos propios como por linaje gozó de gran fama. Muy cerca de su residencia, en la actual plaza de San Vicente Ferrer, hoy más conocida como plaza de Los Patos, Ramon Boïl i Dies sufrió un ataque que le costaría la vida. No era otro asesinato cualquiera en nuestra ciudad, entonces terriblemente acostumbrada a crímenes atroces a causa de las 'bandositas'. Ramon Boïl i Dies era, más menos, lo que en la ficción Juego de Tronos se denomina 'la mano del rey'. Obviamente en Valencia, y al servicio de Martín I 'El Humano'. Con plena autoridad, Boïl juzgaba los excesos de los oficiales municipales, disfrutaba de potestad para reunir tropas en el Reino de Valencia, y, no menos importante, era el responsable de administrar justicia en las causas entre las diversas facciones nobiliarias enfrentadas. Con esta carta de servicios, es obvio que su muerte requiriese justicia ejemplar. Al parecer se hizo. Obviamente según las costumbres de la época. Las calles que hoy recorremos apaciblemente fueron testigo de hechos que superan con creces los actos de cualquier ficción: recompensas para cazar a los perpetradores, penas capitales (decapitaciones y ahorcamientos), etc. Les adelanto ya que el propio hermano de la víctima, Felipe Boïl, sufrió uno de los castigos más llamativos por haber sido considerado el detonante de todo el conflicto de fatal desenlace. A día de hoy, no está del todo claro a qué respondió el crimen, aunque la mayoría de los especialistas se decantan por una refriega en venganza de un ataque previo liderado por Felipe Boïl, el hermano del gobernador. Con cierto romanticismo, algunos autores han novelado el asesinato del gobernador como si se hubiera tratado de un crimen pasional. En realidad, se trata de un hecho turbio, y como tal, no están claros sus detonantes, a diferencia de las consecuencias, rastreables en diversos manuscritos de nuestros archivos.

De estirpe caballeresca

El linaje Boïl, originario de Aragón y que se remonta al siglo XII, tuvo un papel relevante en la Conquista del reino de Valencia. Diversos miembros fueron recompensados por ello con tierras. Ya establecidos en Valencia, surgieron cuatro líneas. La de nuestro protagonista era la estirpe de Bétera y Boïl. Mientras que Ramón Boïl i Dies heredó el señorío de Bétera, algunos de sus hermanos actuaron como caballeros al servicio de los mejores postores, siendo Benedicto XIII uno de ellos. Ramon Boïl i Dies ostentó el cargo de gobernador real desde el año 1393. A tenor de los hechos no cumplió su principal desafío, acabar con las bandosidades, lo que no es óbice para que su fama fuera en aumento paulatinamente. Sobre todo a raíz del liderazgo que ejerció en una mini cruzada en respuesta al saqueo de Torreblanca. Los corsarios que atacaron la población castellonense se llevaron un botín que, además de un centenar de presos, incluía la Sagrada Forma, sabedores del impacto emocional que suponía para los fieles la profanación del cuerpo de Cristo. Boïl los persiguió al mando de una numerosa flota, hasta que finalmente dio con ellos en la ciudad de Tedeliz en el reino de Tremecén, la actual Dellys (Argelia). Asedió y quemó la ciudad. Su pericia en las armas no iba en detrimento de su amor por las letras. Antoni Canals le dedica en 1401 la traducción de una obra del filósofo clásico Séneca, circunstancia que apuntala a su fama y erudición.

Un cargo en tela de juicio

Su talón de Aquiles como gobernador fue un mal endémico valenciano, la lucha de bandos, irresoluble incluso para Sant Vicent Ferrer. Existe una razón de peso que podría explicar el fracaso de Ramon Boïl en el control de estas hostilidades urbanas que, lejos de afectar únicamente a los linajes nobiliarios, también implicaban a sus correspondientes secuaces y servidores. El caso es que los Boïl estaban estrechamente ligados a uno de esos bandos, el de los Vilaragut, con unos lazos que se habían reforzado incluso mediante política matrimonial. De este modo, la imparcialidad del gobernador podía estar -y estuvo- bajo sospecha, acrecentando el clima de por sí ya hostil. Valencia fue en un verdadero campo de batalla durante su gobierno, y el propio monarca se vio obligado a desplazarse a Valencia en 1406 para tomar cartas -esencialmente coercitivas- en el asunto. La tregua alcanzada gracias a Martín I el Humano apenas duró unos meses. El homicidio del gobernador supuso un duro golpe para las aspiraciones reconciliadoras, y las autoridades municipales se reunieron urgentemente el 22 de marzo para tomar medidas «per causa de la mort perpetrada de mossén Ramon Boïl governador de Regne de València», acaecida la «vesprada pasada» . Una de ellas especificaba que «ab crida pública, fossen presents pagadors de la pecunia de la ciutat mil florins d'or a aquell o aquells qui descobriren los dits malfeytors, e donaren manera a que lo senyor Rey los haguts presoners». Una recompensa al más puro estilo de los clásicos westerns, pero en valenciano, y que, al igual que ocurre en aquellas cintas de blanco y negro, obtuvo los frutos apetecidos. El rey, según cuentan las crónicas, «féu escapçar (decapitar) a en Johan de Pertusa e a en Gilabert de Rexach, per la mort del gobernador». Poco más tarde, un hermano de Pertusa correría idéntica suerte, pero a través de un método diverso, la horca. Si el crimen fue pasional o relacionado con las luchas urbanas no se sabe, pero es llamativo que los Pertusa fueron caballeros afines a los Centelles, los grandes rivales de los Vilaragut, quienes como se ha dicho formaban familia con los Boïl. Por cierto, uno de los Boïl no se fue de rositas, probablemente por ser el incitador de la fatal refriega. El propio monarca «féu talar lo puny a en Felip Boyll -hermano del difunto gobernador-, en la rambla de València». La rambla de Predicadores donde perdió su mano Felip Boïl estaba en las inmediaciones del lugar donde supuestamente se conservan los restos del gobernador.

En el antiguo convento de Santo Domingo, actual Capitanía general, se halla un doble sepulcro gótico de hermosa factura que, según algunos autores, alberga los despojos de Ramon Boïl y de su hijo. Este realizó una brillante carrera militar al servicio de Alfonso el Magnánimo. Si los archivos nos cuentan cómo fue el castigo perpetrado contra los culpables, uno de los bajorrelieves del sepulcro narra visualmente una de las prácticas habituales en los funerales de notables caballeros. En este caso, muy posiblemente realizada en honor al gobernador asesinado. Se trata de «el córrer les armes». Un duelo ritual que acompañaba al traslado del cadáver, y donde un jinete a lomos de un caballo finamente enjaezado arrastraba los escudos con los emblemas del fallecido. Todo eso, y algún secreto más, se ocultan bajo el nombre de la calle Gobernador Viejo.

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