
ÓSCAR CALVÉ
Domingo, 26 de marzo 2017, 00:09
El maestro afrontaba su postrera hora de vida en la lluviosa madrugada del 25 de marzo de 1909. Eran la cinco de la mañana. Yacía en el lecho de su domicilio madrileño cuando, súbitamente, empezó a tararear Margarita la Tornera en un delirio agonizante. Era su nueva ópera, basada en un texto de José Zorrilla y estrenada en el Teatro Real de Madrid un mes atrás. Una hora después exhaló el último suspiro. Su cuerpo abandonaba este mundo. No así su obra. Ni su legado intelectual. El maestro Chapí comenzaba su nueva existencia como mito para la eternidad. No es una hipérbole. Su funeral fue uno de los más multitudinarios de la capital de España. Escritores como Blasco Ibáñez o Pérez Galdós, cantantes, actores, políticos. También el pueblo que había soñado gracias a la imaginación musical de Chapí. La profusa comitiva mortuoria se detenía en los principales teatros madrileños donde diversas orquestas ejecutaban las piezas más representativas del músico nacido en Villena. Melodías que artistas de la talla de Carmen Sevilla o Plácido Domingo transmitieron a otra generación y que, lejos de fenecer, renacen cual ave fénix. Sirva de ejemplo 'La Revoltosa', representada hace un par de semanas en el Teatro de la Zarzuela en una nueva adaptación que transforma todos los aspectos salvo uno: La música de Chapí. Si los espectadores estamos en deuda con su capacidad artística, escritores, músicos, pintores y creadores en general pueden dar gracias al carácter reivindicativo del maestro. Harto de los abusos del editor más conocido del momento, Chapí fue uno de los impulsores de la actual Sociedad General de Autores y Editores. Pero los hitos señalados no los logró sólo por su brillantez. También por su tenacidad inquebrantable. Chapí fue un hombre hecho a sí mismo y forjado por los envites de la vida: sabedor de su potencial, llegó a coquetear con la indigencia a la espera de una oportunidad. Le llegó. Y vaya si la aprovechó. Mañana se celebra el natalicio de este genio cuya biografía no les dejará indiferente.
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Ruperto Chapí nace el 27 de marzo (día de San Ruperto) de 1851 en Villena. Se crió en la plaza del Mercado, en el seno de una familia humilde. Su padre José Chapí era barbero. Antaño costumbre, desempeñaba su oficio en la planta inferior de la construcción donde habitaba. Hombre culto, disfrutaba su tiempo libre enseñando a sus hijos, entre ellos Ruperto, a tocar la guitarra y a solfear. Por las noches la familia se reunía al calor de la lumbre para leer novelas de varios géneros. Una estampa que pertenecería a la ciencia-ficción en la actualidad. Por desgracia, la imagen idílica fue efímera. La madre falleció cuando el futuro maestro contaba con seis años de edad. Eso no impidió que Ruperto, como tantos miles de niños de la Comunitat, ingresara en una banda de su pueblo natal, la entonces recién creada Banda Música Nueva. Muy temprano descuella su innato don. Tocaba la guitarra, el flautín y el cornetín. A los nueve años ya escribió sus primeras obras para la banda de la que formaba parte, impresionando a propios y extraños. Entre los primeros, Ruperto sentía predilección por su amiga madrileña Vicenta. Con 15 primaveras ya dirigió la Agrupación Musical de Villena, alcanzando gran fama en toda la comarca, donde era conocido como el 'Chiquet de Villena'. Apremiaba potenciar tan excepcional talento, así que el padre ahorró todo lo que pudo (30 duros y una onza de oro) y lo envió a Madrid. El adolescente escribió durante el trayecto: «Volveré vencedor o no regresaré».
Trabajos esporádicos
En 1867 Ruperto ingresaba en el Conservatorio Superior de música de la capital, donde captó rápidamente la atención del maestro Emilio Arrieta, quien además de ser su profesor, ejerció como tutor-protector. Aún así, la vida del joven Chapí no estuvo exenta de dificultades. Las más acuciantes, las económicas. Malvivía con trabajos esporádicos como músico en orquestas. La exigua remuneración no daba abasto. Sus compañeros le regalaban sus calzados usados para sustituir los irrisorios zapatos que empleaba. También le daban monedas a modo de limosna. Pero los gestos de solidaridad eran insuficientes. Ruperto Chapí acudía a la beneficencia para poder comer. También durmió en la calle más de una noche. En 1872, tras cinco años luchando con el hambre, finalizó los estudios oficiales y obtuvo el premio de composición del conservatorio junto a otro gran músico llamado Tomás Bretón. Al igual que otros grandes talentos de la música, Ruperto Chapí buscó estabilidad en las Fuerzas Armadas y aprobó la plaza de músico mayor del Regimiento de Artillería. En esos días esposó a Vicenta Selva, su amiga de la infancia, con la que tendría once hijos. Su destreza musical le proporcionó una beca en Roma, donde vivió durante cuatro años con Vicenta y su primera hija. Chapí apostó por su mejor formación en detrimento de la estabilidad económica; obviamente, la beca no contemplaba la manutención de los tres. No obstante, no era desdichado, tal vez porque como decía Sófocles, el amor libra de todo el peso y el dolor de la vida. Chapí estaba enamorado de su mujer y de su profesión. A continuación ganó otra bolsa de estudio en París. En total, seis años en el extranjero en los que se nutrió de los grandes compositores europeos y en los que compuso obras sinfónicas y óperas. De regreso a España, su amigo y dramaturgo Miguel Ramos Carrión le aconsejó dedicarse al género que hacía las delicias en nuestro país, la zarzuela. Este estilo abordaba temas ligeros, de carácter popular. Además, presentaba una duración mucho menor que la de la ópera, aspecto que abarataba el coste de la entrada. Aunque Chapí sentía predilección por la ópera aceptó la recomendación. Tal vez el creciente número de bocas que alimentar no le dio otra opción.
Llegan los éxitos
El mundo cambió para Chapí. Sus zarzuelas recorrían el país causando la admiración entre los espectadores. El mayor especialista de Chapí, el malogrado catedrático Iberni, aseveraba que el estreno de algunas de sus obras supuso «una auténtica conmoción cultural en Madrid». Los libretistas (los autores de los textos que Chapí musicalizaba) se desvivían por conseguir sus servicios. Autor prolífico, por primera vez abandonó la pobreza, y hasta el año 1894 no dejó de cosechar éxitos. Es entonces cuando se enfrentaría al libretista de 'La Verbena de la Paloma', quien inicialmente le había encomendado la música. Finalmente la musicalizó su amigo y colega Bretón. Mayor trascendencia tuvo su disputa con Florencio Fiscowich. Este último era un reconocido y abusivo editor. Fiscowich había firmado con los compositores del momento un pacto mediante el cual los autores vendían, cedían y traspasaban para siempre casi todos los derechos de reproducción, copia e impresión de sus obras. Con tal procedimiento, el editor se convirtió en el principal propietario de la música española. Un aspecto vital si consideramos que los compositores sólo cobraban por el precio obtenido de la venta de su obra a Fiscowich. Sin embargo, el escritor Sinesio Delgado y el propio Chapí idearon una institución que protegería la creatividad, la Sociedad de Autores. A ella se adscribieron en principio apenas una docena de autores, entre los que estaba el alicantino Carlos Arniches. El veto de Fiscowich a Chapí fue de tal envergadura que este se vio constreñido a ejercer como empresario y a dirigir un modesto teatro, el Eslava. Sin embargo, su irrefrenable éxito le llevó a nuevos estrenos en los grandes teatros del momento. David, el maestro Chapí, vencía a Goliat, Fiscowich.
El 25 de noviembre de 1897 estrenaba 'la Revoltosa' en el teatro Apolo de Madrid, obra cumbre, junto a la Verbena de la Paloma, del género chico, llamado así por su menor duración. El inicio del siglo XX supuso para Chapí el regreso a su meta musical más alta, la ópera, abandonada durante años para procurar el sustento familiar. Aunque realizó varias, la de mayor suceso fue Margarita la Tornera, aquella estrenada en 1909, un mes antes de su muerte. Aquella que le acompañó en su último trance. Alfonso XIII mandó un telegrama mostrando su pena por el fallecimiento del genial compositor, 'gloria del Arte y gloria de la Patria'. El 'chiquet de Villena', el joven necesitado cuyos restos descansan desde el año 2003 en el Panteón de Ilustres del cementerio de Villena pasaba a la posteridad. Aunque un servidor rara vez se muestra beligerante, cuídense de colgar este texto en alguna red social sin citar al autor. El alma de Chapí vigila.
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