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ÓSCAR CALVÉ
Domingo, 3 de marzo 2019, 00:27
«Es inmoral sentirse mal por haber querido tanto. Debería estar prohibido haber vivido y no haber amado». La cita pertenece a un magnífico tango de Andrés Calamaro. El protagonista de esta semana hubiera sentido fascinación por 'Jugar con fuego', nombre de la pieza del argentino. Caballero experto en armas, cetrería y volatería, su verdadera pasión fue la poesía. A ella dedicó su inspiración y en ella dejó huellas imborrables, tratando, como el tango, del amor y de la muerte. Por supuesto nuestro personaje es valenciano. Abandonó nuestro mundo tal día como hoy, un 3 de marzo, pero de 1459. Justo 560 años atrás, moría Ausiàs March. Para muchos, el poeta más brillante del Siglo de Oro de las letras valencianas.
Para hacerse una idea de la importancia de su poesía, basta señalar que a menudo se le comparaba con Petrarca. La obra de March fue repetidamente traducida al castellano en el siglo XVI. Esto fue posible mediante un complejísimo proceso donde las líneas entre imitación, interpretación y traducción eran, al menos desde una perspectiva actual, ciertamente difusas. Piensen en la naturaleza de la poesía, en la extensión de los versos y las rimas. Y ahora imaginen traducirlas.
La fascinación que suscitaron sus 128 poemas posibilitó que, con diversa fortuna, la obra valenciana de Ausiàs fuera disfrutada por público castellano, influyendo poderosamente en la obra de los grandes literatos españoles: Garcilaso, Diego Hurtado de Mendoza, Fray Luis de León (sí, el de «como decíamos ayer»), Fernando de Herrera o Lope de Vega, son algunos ejemplos.
Por otro lado, la poesía de March puede leerse hoy en más de 20 idiomas. Los poco duchos o desinteresados en literatura no tienen excusa, a menos que elijan no acercarse, siquiera un poco, a nuestros antepasados. Hablaremos de Gandia, Beniarjó y Valencia en el siglo XV. De manera implícita, también lo haremos de infinidad de poblaciones ¿Cuántas calles, escuelas, plazas o institutos llevan su nombre?
El abuelo de Ausiàs (Jaume), el tío (también llamado Jaume) y el padre (Pere) ya pertenecían a un tipo de personaje de gran arraigo en el ocaso de la Edad Media entre el sector más bajo de la nobleza, el de los caballeros. Ausiàs se incorporará a esa categoría. Hablamos del 'cavaller lletraferit'. Una figura que seguía el modelo caballeresco imperante del momento, definido por la habilidad en la batalla, el amor a una dama -aunque a menudo tuvieran varias amantes- y la profunda religiosidad. Pero, además, era un personaje que sentía especial afección por el ejercicio de la literatura.
Disfrutemos de hilar fino y vayamos a la etimología de 'lletraferit'. Cualquier valenciano parlante habrá intuido que es una palabra compuesta por los términos 'lletra' (letra) y 'ferit' (herido). En conjunto, la traduciríamos a algo así como 'herido por las letras', en alusión al impacto que la literatura generaba en su personalidad, en su alma. Casi nada.
Dada la naturaleza de los antepasados directos de Ausiàs March, es fácil imaginar su intensa formación caballeresca desde la infancia. Desde muy joven entró al servicio de una de las casas con más poder de la Corona, la de los duques de Gandía. En 1415, dos años después de la muerte en batalla de su padre (Pere) en la defensa de los intereses de Fernando I de Aragón frente a los de Jaume d'Urgell, Ausiàs participa en las cortes celebradas en Valencia. Todavía como doncel. Para recibir las armaduras esperaría hasta 1419. Se deduce de un documento por el cual Ausiàs nombraba a su madre heredera universal. Su vida tenía un nuevo objetivo, y era la conquista de territorio italiano, nada más y nada menos que junto al rey Alfonso el Magnánimo. Fracasaron en su propósito. En esa campaña. En 1424 Ausiàs está en Sicilia y se dedica a luchar contra los piratas procedentes del norte de África de los que hablamos la pasada semana. No lo tuvo que hacer mal.
Un año más tarde es recompensado por el monarca. Es nombrado halconero real, responsable de la halconería establecida por el soberano en un lugar que les sonará, la Albufera de Valencia. Además, se le conceden ciertos derechos sobre los terrenos que había heredado de su padre en Beniarjó, Pardines i Vernissa. Hombre emprendedor, introdujo el cultivo de la caña de azúcar, producto que le generó extraordinarios beneficios económicos. Tantos, que pronto entraría en litigio con el que desde 1433 era el nuevo duque de Gandía y lugarteniente de la Corona, el infante Juan, futuro Juan II de Aragón. Aquel suculento pastel (la alta rentabilidad obtenida) no podía ser degustado sólo por Ausiàs March, quien por cierto tuvo varios y graves desencuentros sociales.
Los caballeros también tenían sus cositas. Como señor feudal, March cometió ciertos excesos con sus vasallos. Además, cuando en 1437 se compromete con Isabel Martorell, la hermana de Joanot, autor del 'Tirant', dejó patente que la guita a todos excita. Tardó dos años en casarse porque la prometida no entregaba la dote. Galcerán, el hermano mayor de los Martorell, pudo inventarse siglos atrás el término 'cuñadismo'. Fuera de bromas, llegaron a juicio. Y sólo la generosidad de Joanot, que cedió a Isabel algunas propiedades, permitió el enlace.
Todo lo que empieza mal acaba peor. Bueno, a lo mejor todo no, pero Isabel murió a los pocos meses. Ausiàs se volvió a casar en 1443, y tras vender la dote heredada de su primera esposa, trasladó su domicilio a Valencia, a la calle Avellanas, como demostró Chiner. Con Joana Escorna, su segunda esposa, tampoco tuvo descendencia. Ausiàs sí tuvo cinco hijos bastardos.
El dato puede asombrar después de tanto romance y tanta caballerosidad, pero en la época era tan normal como el comer. Y no será un servidor quien se ponga a juzgar. Precisamente al tratar de defender a uno de sus hijos se metió en un lío de dos narices, del que salió de forma airosa por la mediación de la reina María en su favor.
En Valencia, un día como hoy, moría Ausiàs March. Según el prestigioso hispanista Robert Archer: «Su poesía se encuentra entre lo mejor que ofrece la historia de la literatura española en cualquiera de sus lenguas, y March se nos perfila hoy como el poeta hispano más destacado y conocido antes de Garcilaso de la Vega».
Hace algo más de un siglo, Sanchis Sivera y Elías Tormo señalaban que la primera capilla dedicada a San Vicente Ferrer en la catedral de Valencia se erigió en la misma donde Ausiàs March estaba enterrado. Como refuerzo de esa conexión, muchos estudiosos aseguran que la tabla atribuida a Reixach figurando al santo valenciano que conserva la Seo fue encargada por Ausiàs March. Sólo falta hallar un documento que lo demuestre, ya me entienden.
Por cierto, los dos eruditos situaban la capilla March en las proximidades del Aula capitular, la actual Capilla del Santo Cáliz. No andaba desencaminado a tenor del testamento de Ausiàs. Sin embargo, como muchos sabrán, el homenaje en forma de aparente lápida del poeta se ubicó a mediados del siglo XX en un espacio distinto, justo tras el ingreso por la puerta románica. No caigan en el error en el que quien suscribe estuvo sumido durante años.
En cualquier caso, la vida está repleta de desafíos. Incluso para los historiadores. De hallarse el supuesto contrato por el que March encargaba a Reixach la imagen de Sant Vicent, dispondríamos de uno de los documentos más suculentos del arte valenciano. Suerte a todos.
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