José Ignacio Galcerá
Viernes, 6 de septiembre 2024, 00:47
Cuando el 22 de marzo de 1982, con tan solo seis años, se subió a un poste de alta tensión y sufrió una descarga eléctrica ... por la que perdió el brazo izquierdo y la mitad del derecho, la vida de Daniel Vidal Fuster (Burriana, 30 de diciembre de 1975) cambió radicalmente. Aquel accidente le curtió tanto o más que su infancia en el humilde barrio de La Bosca de esta localidad castellonense. Esos orígenes y aquella maldita imprudencia forjaron su fuerte carácter y lejos de afligirlo, le rearmaron para afrontar una vida de superación diaria. En el deporte logró éxitos y encontró reconocimientos, pero antes de convertirse en uno de los nadadores paralímpicos españoles con mejor palmarés de la historia, nueve medallas le contemplan -tres de oro y una plata en Sídney 2000, una plata y dos bronces en Atenas 2004, y una plata y un bronce en Pekín 2008-, además de una veintena de récords del mundo y de otras tantas preseas en campeonatos de España e internacionales, Daniel daba rienda suelta en la calle a su gran afición: los toros.
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«Desde muy pequeño me han gustado, recuerdo que los amigos hacíamos autostop para ir a todos los pueblos de la provincia que podíamos y allí nos plantábamos; íbamos a Onda, Xilxes, La Llosa, Nules, La Vilavella, Vila-Real…», rememora. Luego, en su juventud, entabló amistad con David Sánchez «El Rata», una de las leyendas del bou al carrer y campeón de España de recortes. «Con él recorrí todo el país, le acompañaba a Madrid, Zaragoza, Navarra, Castilla-La Mancha». Su nexo con el toro no queda ahí, puesto que es familia política de dos matadores de toros castellonenses: Vicente Soler padre e hijo. «Ahora no puedo asistir tanto como querría por cuestiones de tiempo, pero me sigue apasionando igual que me apasionaban de niño».
Su afición la llevó más allá de ser un mero espectador. Daniel fue rodaor ocasional, uno de esos locos cuerdos que tanto abundan en nuestras calles. Cuando el corazón le pedía quebrar las embestidas de los toros, no dudaba en hacerlo. «Me gustaba salir de vez en cuando aunque eso me ocasionara alguna reprimenda porque me decían que sin brazos no podría resguardarme ni subir a las barreras. Una vez, de hecho, un hombre me lo recriminó y justo en ese momento se arrancó el toro, y resulta que cuando yo subí a la barrera, él todavía estaba por hacerlo. Yo, pese a mis limitaciones, confiaba mucho en mis condiciones, aunque eso no significaba que estuviera exento del riesgo de sufrir una cogida, que alguna llegué a sufrir, pero sabía lo que hacía, siempre he creído mucho en mí mismo», afirma. Su época de rodaor fue breve, desde los catorce o quince años que hizo sus primeros recortes y emboladas hasta la veintena de edad cuando se dedicó de lleno a la natación, disciplina en la que fue todo un campeón.
Valor ante el toro y valor ante la vida. Esa es la filosofía de Daniel, que durante toda su carrera ha competido con la cabeza de un toro tatuada en su hombro derecho. «Soy un discapacitado atípico, no he sido una persona que ha estado en una burbuja por su discapacidad. Donde nací hacíamos mucha vida en la calle y eso marcaba mucho, aprendías enseguida. Quizá esos orígenes duros me han ayudado a afrontar los obstáculos y los retos que me ha ido poniendo la vida», reconoce. ¿La presión de competir en unos Juegos Paralímpicos con los mejores del mundo o la adrenalina de enfrentarte a un toro?, preguntamos.
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«Son sensaciones diferentes, aunque el miedo diría que está en las dos situaciones. Cuando competía, veinte minutos antes nos metían en un cuarto y ahí se concentraba toda la tensión, te venían las preguntas de siempre: cómo me va a salir la prueba, seré o no capaz de nadar bien; el miedo no es malo, es una alerta de que te pueden salir mal las cosas. Frente al toro es igual, es una advertencia que te dice: cuidado, que te puede coger; te mantiene concentrado y alerta. Luego, claro está, hay que saber gestionarlo. Eso es lo realmente complicado».
Además de su ejemplo, capacidad de sacrificio y superación, su amor propio, el gran triunfo de Daniel, por encima incluso de las medallas olímpicas, es haber sido el primer nadador sin brazos en cruzar el Estrecho de Gibraltar. La hazaña la firmó en agosto de 2007. «Aquello fue como ver venir de cara a un toro de Miura o Victorino Martín. Para mí es lo más grande que he hecho; las medallas las ganas y las metes en una caja; lo del Estrecho fue distinto, fue para demostrar que las personas con discapacidad podemos hacer cosas extraordinarias».
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Actualmente trabaja en una multinacional y sigue a diario a sus compañeros en París, a los que anima desde la distancia cuando los Juegos Paralímpicos encaran su recta final: «Todavía siguen compitiendo compañeros de mi época como Ricardo Ten, que ha vuelto a demostrar que es un grandioso deportista».
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