ÓSCAR CALVÉ
VALENCIA.
Sábado, 23 de marzo 2019
Los edificios tienen vida propia. Nacen, crecen y mueren. Es una sentencia amarga, pero la experiencia evidencia que toda construcción tiene el tiempo contado. Sean décadas, siglos o milenios. En otras ocasiones hemos analizado ejemplos. Como cantaba la Voz, 'That's life'. En un tono más bíblico, ahora que estamos en Cuaresma, me viene a la cabeza aquello del polvo vienes y en polvo te convertirás. Ni ustedes ni un servidor somos eternos. Tampoco un edificio.
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Hasta aquí las malas nuevas. Hablemos de una vida. La de la Catedral de Valencia. Siempre noticia, es tema recurrente desde hace algún tiempo. ¿La causa? El proyecto de obra de parte de su fachada recayente a la actual plaza de Décimo Junio Bruto, última vicisitud de este colosal ser que es la Iglesia Catedral-Basílica Metropolitana de la Asunción de Nuestra Señora de Valencia.
Como toda construcción simbólica, la Catedral de Valencia fue creada por unas causas específicas, y, permítanme continuar con el paralelismo, dispuso de sus propios padres intelectuales. Tomada la ciudad por las huestes cristianas de Jaime I, resultó indispensable articular el territorio con una serie de elementos -las parroquias-, que hicieran visible la estrenada coyuntura.
Los nuevos pobladores, cuyo verdadero nexo común era la cruz, precisaban de espacios sagrados donde asistir a la liturgia cristiana. Al respecto resultaba vital la transformación de la mezquita mayor de Valencia en catedral, espacio santificado donde se ubica la sede (de ahí el nombre de 'Seu'), o cátedra del obispo, quien guía la comunidad cristiana de una diócesis. Dicho y hecho. El mismo día de la entrada triunfal de 'El Conquistador', monarca y autoridades religiosas convertían la antigua mezquita en la Catedral de Santa María. La obra aún tardaría en nacer.
Con patrocinio monárquico, el 22 de junio de 1262 el obispo Andreu Albalat colocaba la primera piedra del edificio que hoy contemplamos. Viajemos a ese período. El edificio original fue concebido y construido con formas que hoy, simplificando mucho, llamaríamos tardo-románicas. Presentaba tres naves, más cortas que las actuales, y una girola (el espacio que rodea por la parte posterior el altar mayor), rematada por ocho capillas radiales que configuraban la cabecera de la catedral.
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Precisamente algunas de esas capillas son las que ahora se quieren poner en valor. Si se alejan del edificio unos 20 o 30 metros por la plaza del citado cónsul romano y dirigen su mirada hacia la 'Seu', observarán un magnífico juego de alturas descendentes desde el cimborio. Esos cuerpos a distintos niveles con lenguaje arquitectónico medieval se cortan abruptamente en el nivel inferior por un muro decimonónico que oculta tres de las mencionadas capillas radiales. Es más, si se fijan, podrán ver el remate de un arco apuntado que asoma en cada uno de los lados de las capillas.
En la segunda mitad del siglo XIV las obras afectarían al menos a tres partes, en el periodo groseramente resumido como gótico. Por una parte, frente a la antigua Casa de la Ciudad, se esculpía la espectacular portada de los Apóstoles. En el lado opuesto al altar mayor eran levantados el Miguelete y el aula capitular. Estas dos construcciones, como muchos sabrán, se alzaron exentas respecto a la catedral. Ya iniciada la siguiente centuria, la Seo se amplió un tramo mediante 'l'arcada nova': junto a los pasos de unión necesarios, las tres construcciones quedaban conectadas. Muy cerca del corazón, en el centro del crucero y junto al altar mayor, se reelaboraría el cimborio.
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La evolución de los gustos continuó manifestándose en la catedral. En la segunda mitad del siglo XVI fueron ocultadas al exterior algunas de las capillas radiales para crear un nuevo semiábside. En este nuevo espacio se impuso estéticamente una tribuna con formas renacentistas. Un lugar privilegiado desde donde disfrutar de los espectáculos desarrollados en la plaza, cual palco vip. En esa zona podrán distinguir tres pisos, cada uno de ellos con una particular distribución de arcos, evocando formas clásicas muy familiares para los apasionados al arte. Tras esa tribuna del cuerpo superior que combina arcos de medio punto con vanos adintelados existía un conjunto de dependencias que pasaron a mejor vida. No era un mero escenario como parece hoy.
La catedral envejecía, y puesto que los criterios estéticos de cada época evolucionaban, las reformas y/o ampliaciones cambiaban el estilo. A finales del siglo XVII y principios del XVIII se producen reformas de carácter barroco. Descuella la fachada de los Hierros, que tenía la labor de dar un aspecto monumental a un espacio ciertamente complejo. Recordemos que ese lado era un cúmulo de estructuras góticas unidas a posteriori que ofrecían un aspecto retranqueado en el exterior. Por si fuera poco el desafío, el trazado urbano nada tenía que ver con el actual, pues el espacio circundante era muy pequeño. El autor del diseño lo expresó a las mil maravillas al relatar en el proyecto que adoptaría una solución por él vista para los casos «cuando no da de sí el lugar para la fábrica todo el terreno que deseare». Dicho, y casi hecho. Más de cuatro décadas y una guerra sucesoria después, la angosta calle Zaragoza daba al nuevo y colosal ingreso catedralicio.
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A mediados del XVIII entra en liza el estilo neoclásico, empleado en una renovación interna del edificio principal. El arte medieval se enmascaraba. Por supuesto, en paralelo a todas estas transformaciones primordiales del conjunto, se elaboraron obras menores por causas heterogéneas. Sirva de ejemplo la Casa del 'Magistre', conocida tradicionalmente como Casa de los Canónigos: este espacio iba adosado exteriormente a las capillas laterales que daban a la calle del Miguelete, ocultando la traza original de la obra. Muchos de ustedes fueron testigos de su derribo en 1970. El problema es que se puso un jardincillo en la superficie resultante, ergo junto a los muros medievales. Una idea, que, con toda humildad, resulta desastrosa para las citadas paredes.
El siglo XIX nos aproxima al debate. A principios de esa centuria (1827) se elaboraron una serie de dependencias, quizá con doble propósito: proteger aquellas capillas entonces aún visibles al exterior de la cabecera y servir temporalmente como mini-sacristías cuando todavía existía el culto en los espacios absidales. ¿El 'quid' de la cuestión? Esos apéndices con sus respectivas cubriciones ya no sólo representan una distorsión del edificio original, sino que también podrían generar daños a áreas cercanas dentro de la catedral, caso de la sacristía actual. No en vano, la actuación solicitada por la Seo sería el último capítulo de una serie de reformas ya hechas que, amén del valor estético, han puesto en valor la funcionalidad del sistema de evacuación de agua de lluvias, de origen medieval.
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Por eso se respetaría el muro exterior en su zona inferior, compuesta por sillares a modo de zócalo. La parte superior se suprimiría y se pondría una reja, privilegiando la transparencia. La lógica y los principales documentos vinculantes de restauración, indican que los añadidos que desvirtúan la visión de algo original y que además carecen de función alguna, pueden ser, por su carácter residual, prescindibles. Y ahora, recatadamente, haré de abogado del diablo. ¿Qué pasaría si en esas dependencias hubiera acontecido un episodio capital para nuestra historia? Pues que el asunto debería replantearse... Por fortuna, no es el caso.
La Conselleria de Cultura no da su consentimiento porque en la Catedral, Monumento Histórico Artístico desde 1932, no puede derribarse aquello que enriquezca el edificio. Cabría preguntarse hasta qué punto es enriquecedora esa estructura, al menos a tenor de los informes proporcionados diligentemente por la Catedral, la que, por cierto, corre con los gastos. La casa del 'Magistre' o el muro -ya derribado- que ocultaba la irregular transición desde la catedral hasta la antigua aula capitular, son precedentes a considerar. Hay más, pero no queda espacio para el desarrollo.
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¿Imaginan ver un lado de la cabecera de la catedral como la vio San Vicent Ferrer? Los edificios nacen, crecen y mueren. Incluso resucitan.
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