Cuesta de Enero, esfuerzo y rebajas
Tras los excesos de la Navidad, la ausencia de espectadores después de Reyes creó ese término entre las gentes del teatro
F. P. PUCHE
Domingo, 10 de enero 2021, 00:42
valencia. A la gente del teatro, a los empresarios del espectáculo y los cómicos de la lengua, debemos un término arraigado en el alma española, «La Cuesta de Enero», que define un periodo áspero del año, acompañado de esfuerzo y sólo endulzado por los precios baratos de las rebajas. «El público que real y verdaderamente sostiene los espectáculos (...) se ha gastado el dinero en Pascuas, y las familias de posición modesta, esas en que el padre lleva a divertirse a toda su gente cuando hay algo que ver, se han gastado ya la paga de Navidad...», escribió la 'Revista contemporánea', en el lejano año 1884, para enfocar un tiempo de penuria en los teatros.
La gente corriente, la más abundante, dejaba de ir a los teatros y de consumir con alegría. Al menos hasta la siguiente paga. Los recortes se reflejaban incluso en la mesa. Y a veces llevaban a empeñar el mantón de Manila en el Monte de Piedad para poder alcanzar el mes de febrero. Esa falta de alegría de los teatro vacíos terminó por transmitirse a todos los que vivían del consumo ajeno. Precisamente por eso, los comercios quisieron eludir su propia «cuesta de enero» empresarial con una temporada de rebajas. El balance de fin de año era un momento adecuado para poner verdadero precio a lo que no se había vendido y se estaba quedando fuera de moda. De ahí que nacieran las rebajas, los saldos, los retales y oportunidades; esa actitud comercial de «tirar la casa por la ventana» -verdadera, pero siempre dramatizada por la publicidad- consistía en ofrecer precios de locura para volver a empezar una nueva temporada.
El Barato Liberal
Los comercios cerraban el año con inventario: los productos pasados de moda se vendían a precios mucho menores
En Valencia, en 1856, ya se puede encontrar un «Barato Liberal» que se anunciaba en los periódicos con versos ripiosos: «Después de las fiestas de Navidad / gran barato sin igual / Quiero perder mi dinero / por ser un buen liberal». El comercio estaba en el 26 de la calle de la Tapinería, «a espaldas del café del Siglo», donde «se ha abierto un nuevo y grandioso establecimiento de quincalla». De tal modo que «siendo la época mala y necesitando el dueño realizar su capital, hace un pasmoso barato». El hombre tenía en su planta baja cuarenta mil bandejas, «sin exageración alguna», y las ofrecía desde 12 cuartos a 44 reales. Y a partir de ahí, todo lo que hiciera falta: paraguas, cuchillos, alfileteros, botellas, tijeras... docenas y docenas de objetos a precios regalados; hasta «trescientos artículos más, que no se anuncian por la brevedad, a precios más módicos».
La tendencia a la hipérbole publicitaria, y a los pareados, era inevitable. En 1879 encontramos en nuestras páginas a un comerciante situado en la Plaza de la Pelota (Mariano Benlliure), «donde estuvo el Correo», que decía en gruesos titulares ser una tienda «Sin competencia». «Soy el más barato de Valencia», afirmaba rotundo. «Acudid, acudid compradores, y veréis foguear riquísimos géneros para la presente temporada y verano, todo de las últimas novedades acabadas de recibir». Y es que tenía «lanas meltons desde 11 reales de vellón en adelante, lanas para trajes de caballero tipo inglés desde 22 reales a 88» y además «elasticotines negros superiores en toda su escala desde 26 a 100 reales», más «gergas y tricots para trajes de caballero», así como otros varios tipos de tejido que en este siglo ya no sabemos qué pueden ser.
Tiempo de esfuerzo
El mes de enero se hacía muy largo y solo lo alegraban los primeros compases del Carnaval. Era momento de renunciar a las tardes de café y a los caprichos de la repostería del domingo; incluso podía ser momento de buscar un pluriempleo para remontar la maldita cuesta. Mientras tanto, los comercios pugnaban por ofrecer saldos, oportunidades y, sobre todo, ser los dueños de la verdad. «Liquidación verdad del comercio de tejidos y novedades de Ángel Tarragó, hoy Eduardo Esteve». El comercio estaba en el cogollo de la ciudad, en el 70 de la plaza de Cajeros, al lado de la calle de San Vicente y de la Bajada de San Francisco. Lo que ocurría es que «el nuevo dueño de esta casa realizará las antiguas existencias a mitad de su valor». Solo por ocho días. Porque después, se ofrecerían al público «las grandes compras que ha hecho en las mejores fábricas del país y extranjeras, en artículos de primavera y verano».
El año 1898, cuando se publicó ese anuncio, fue de lo malo, lo peor. Pero siempre había una crisis -económica, política, social- que complicaba la vida del comercio y lo ponía en apuros. Siempre había pues, margen, y necesidad, para abrir un periodo de rebajas que dieran algo de alegría a las cajas desangeladas y los balances enrojecidos. Por otra parte, el comercio de la ciudad, aún contando con las crisis, se regía por ciclos que empezaban tristes en enero, se animaban en Carnaval, crecían en Fallas y se solían mostrar brillantes en las fiestas de mayo, cuando era costumbre estrenar prendas de primavera. Después, en la Feria de Julio -que para eso fue inventada- el comercio y la hostelería volvían a tener un punto de gran animación cuando la ciudad atraía miles de forasteros llegados para ver los toros, las verbenas y los espectáculos folklóricos.
Cierres traumáticos
Muchas veces, las liquidaciones de existencias obedecían a verdaderas situaciones dramáticas de los comercios. Si se entraba en crisis, si había que cerrar o ir a la suspensión de pagos, el saldo del almacén era un camino. Hace un siglo, en enero de 1921, lo siguió Casa Torró, que en un anuncio en nuestra portada decía: «A la venta: Gran stock de pañería. Los precios de esta casa no tienen competencia. Atención: Dejamos el negocio. Gran liquidación. Gran oportunidad para comprar baratos todos nuestros artículos existentes».
Más que un anuncio, el texto encierra un SOS, la llamada final de un barco que se hunde. Que más o menos se repitió unos años después cuando el marqués de Sotelo impulsó el ensanche de la Bajada de San Francisco, con el traslado de docenas de establecimientos y el posterior derribo de tiendas que durante años habían llenada la actividad de la ciudad. Casi todas siguieron una nueva vida en emplazamientos distintos; pero siempre pasaron por un trauma acompañado de saldos, rebajas y liquidaciones.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.