F. P. PUCHE
Sábado, 13 de enero 2024
Abre un nuevo año y empieza a rodar el calendario de las tradiciones. Pasada la fiesta de los Reyes, Sant Antoni, el del Porquet, llama ... a la puerta y convoca a todos los amigos de los animales; a todos los que, por trabajo y por puro afecto, viven por y para un animal doméstico. La bendición del «bestiar de casa», y ahora también la de la enorme gama de animales de compañía, anima muchos pueblos y ciudades. Y viene acompañada de leyendas y realidades: la primera y principal, el «porrat», la feria de los frutos secos, que es la primera de una ronda que se mueve por plazas y parroquias acompañando a la fiesta.
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Desde 1333, y ya ha llovido, hay fiesta dedicada a los animales en la calle Sagunto de Valencia, donde una Hermandad -la contemporánea nació en 1953-se ocupa de prepararlo todo delante de lo que hoy es colegio salesiano. La fiesta es tan variopinta y curiosa, tan popular, que fue declarada de Interés Turístico Provincial. En 1964, Rafael Ferrando Sales, el gran animador de la celebración y presidente muchos años de la Junta, ya destacaba que el «porrat» era casi más motivo de animación que el desfile de los animales y su bendición. En esa ocasión citó a dos benefactores de la jornada: el alcalde Rincón de Arellano y el señor Roig, ganadero, carnicero y padre de la saga de los Roig que hoy conocemos.
Els porrats del nòstre reyne/
Teníen un fí piadós;
Pero la gent de huí'n día
L'ha tornat prou bullicios.
«Tipos, modismes y coses rares y curioses de la tèrra del Gè», es un libro de 1908, cuando aún no teníamos normas ortográficas fijas y los autores valencianos escribían animados por la mejor buena voluntad. En este caso se desconoce quién fue el autor; pero sí sabemos que dedicó buen espacio a estas fiestas de enero, a los «porrats», de los que hizo una sonora cuarteta. Ya va dicho que el de San Antonio Abad es el primero del año, seguidos de los de Sant Blai y San Valero, en Ruzafa. Luego venía el de «Sant Vicent de la Ròda» (el mártir Vicente), que en 1908 se hacía en la plaza de l'Almoina y «en lo carrer de Sent Vicènt de fòra, front a la capella de la Roqueta, que ans de tirar el convent del carrer de la Mar se feha davant del convent de Santa Catalina». De Siena, añadimos: o sea donde ahora tenemos El Corte Inglés de pintor Sorolla.
El libro cita el calendario de «porrats» de Valencia y añade no pocos del Reino, montados a propósito de sus fiestas: desde Lliria a Pego, desde Xalò a Mislata. Y reconoce que tal vez se hicieran otros de los que él no tenía noticia, incluyendo en la lista la provincia de Castellón. También indica que las paradas de frutos secos, turrones, castañas, almendras y, sobre todo «torrats» -garbanzos tostados-iban acompañadas de puestos donde también se vendían estampas y exvotos de los santos festejados. En realidad, allí había a la venta lo propio de una feria: menaje de casa, «botijes, peròls, caçoles, plats, jocolateres, giulits, porronets y escuraetes de giquetes», sin descartar que los novios, «feren el mocador» a las novies, es decir les regalaran detalles envueltos en pañuelos. ¿Qué le sobraba a la fiesta según nuestro anónimo autor? Pues lo que les sobra a todas, en cualquier tiempo: «la gent de trò» que iba «a emborrajarse si a mà vé, y a fer l'ase tot lo que pòt».
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San Antonio Abad, y su amigo el cerdo, remiten a una vida antigua y rural, donde el gorrino, más que animal de compañía, era el sustento anual de la familia. No está demás, pues, evocarlo con ferias medievales como se hace en algunos lugares. Y es que, en el lejano siglo XIV, los monjes antonianos fundador allí mismo, en el «Plà de Sant Bernat» un hospital, que se llamó de los Cruzados, pero que en realidad era un punto de control sanitario en la entrada a la ciudad desde Barcelona. Se buscaba examinar y atender a las víctimas de una enfermedad muy mala, el ergotismo, que afectó en aquel tiempo a los cruzados y a cualquier hijo de vecino que comiera pan de centeno, pan de los pobres, y acabara en manos de la «claviceps purpúrea», el cornezuelo, el hongo que parasita la harina de esa gramínea. El enfermo sentía arder las extremidades, sobre todo las piernas, que a veces había que cortar por lo sano porque se gangrenaban.
Una labor humilde y resignada, de gran mérito. Por eso se cita que San Vicente Ferrer visitó el hospital; que tuvo la presencia del papa Luna Benedicto XIII, que seguramente durmió en el convento antes de entrar en Valencia, procedente de Peñíscola. En todo caso, es necesario anotar que desde 1791 el convento estuvo confiado a los dominicos y que los salesianos se hicieron cargo de él en 1898, inclinándose hacia su labor docente, pero sin desatender, faltaría más, a la tradición de San Antón.
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En los tiempos clásicos de una Valencia perdida, era corriente que a uno lo enviaran con desdén a «rodar l'Olivera». Era una forma elegante de llamarte burro, ignorante o torpe. ¿Y eso por qué? Pues porque lo primero que hacían los arrieros y los labradores al llegar con sus bestias a la bendición de Sant Antoni era meterlos en el patio del convento y hacerles dar unas vueltas, de sosiego, pero también de ritual, en torno al gran olivo que creció durante siglos en el centro.
«Rodar l'Olivera», pues, era propio de animales, de burros en los modales o asnos sin entendimiento. Y tan famoso llegó a ser el dicho que Cervantes lo mencionó en el Quijote, como signo de aprendizaje para los que no daban más de sí. La tradición del olivo iba acompañada de otro ritual: se tomaba una ramita del frondoso árbol y se ponía sobre la frente de la jaca o el jumento, como adorno y señal de protección.
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