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ÓSCAR CALVÉ
VALENCIA.
Domingo, 21 de abril 2019, 00:32
Pocas semanas atrás, en un reportaje titulado 'La catedral viva', comencé el texto con esta sentencia: «Los edificios nacen, crecen y mueren». No es que un servidor tenga un especial don premonitorio, pero a la vista de los tristes acontecimientos parisinos, probaré suerte en otra dirección: las mujeres ocuparán el mismo espacio en los manuales de historia que los hombres. Se cumpla o no la profecía, es preciso perpetuar aquellas heroínas que antaño cambiaron el mundo y que (no se ofenda nadie), cayeron en un olvido intencionado merced a una historiografía redactada por hombres. Por otra parte, me permito reconocer públicamente la valentía y valía de todas las mujeres, -se cuentan por millones-, que en este preciso momento generan un presente y un porvenir mejor, pese a enfrentarse a menudo a mayores dificultades que si fueran hombres.
Por supuesto, como lo que nos reúne cada domingo es la historia y la cultura valenciana, hoy recordaremos una figura esencial en ambos aspectos por su carácter avanzado a su tiempo. Una señora cuyo legado tiene un precio impagable y que, gracias al esfuerzo conjunto del Senado Museo de la Imprenta y de la Sociedad Bibliográfica Valenciana Jerónima Galés, recupera una parte del increíble protagonismo que ostentó en la cultura del libro valenciano en el siglo XVI. Una mujer que, como era costumbre hasta hace cuatro días, se veía en la obligación de firmar las obras impresas en su taller con la tradicional firma 'viuda de'. Precisamente hasta hace cuatro días, ser una mujer libre era una quimera, una ilusión. ¿Se acuerdan de la serie 'La peste'? El personaje que interpretaba la actriz Patricia López era una viuda de gran erudición y capacidades artísticas que dirigía eficazmente, pero en la sombra ante las críticas de la opinión pública, una fábrica de sedas en la Sevilla del siglo XVI. Si no lo recuerdan es lógico, salía poco y casi siempre a oscuras: sus importantes decisiones tenían que gestarse y ejecutarse entre bambalinas, sin trascender su origen.
Ese personaje ficticio, Teresa de Pinelo, encerraba una profunda verdad inspirada en muchísimas mujeres que, injustamente, jamás conoceremos. Por fortuna hay alguna excepción en ese anonimato general, aunque no esperen una biografía al uso: los datos vitales conocidos de aquellas mujeres que sí pasaron a la historia son exiguos. Es el caso de Felipa Jerónima Galés. A las puertas del día del libro, qué menos que unas humildes líneas.
Antes de entrar en materia conviene señalar a la máxima autoridad académica en torno a la figura de Jerónima Galés, Rosa María Gregori Roig. Las noticias objetivas sobre la impresora de las que se nutre este reportaje beben de los fantásticos estudios de Gregori.
Aunque la tendencia es reconocer a Jerónima Galés como valenciana de facto, el origen de nuestra protagonista es ignoto, aunque tanto nombre como apellido inviten a la especulación. El hecho innegable es que su perfil público empieza a esbozarse cuando, parece que muy joven, se casa con Joan Mey, impresor flamenco asentado en Valencia cuya tarea revolucionó la actividad impresora en la capital del Turia. Fruto del matrimonio nacerían 6 hijos, algunos de los cuales continuarán en el taller familiar. Viven en la calle del Mar. En 1550, Joan Mey hace testamento y declara a Jerónima como heredera universal. Dos años más tarde, el marido de Jerónima instala una imprenta en Alcalá de Henares y se traslada allí. Jerónima Galés se convierte entre 1552 y 1555 en la cabeza visible de la imprenta valenciana Mey. En este período, la imprenta Mey, ubicada en la céntrica pero desaparecida plaza de la Hierba (junto a la actual calle homónima), no baja su ritmo. Se puede asegurar que Jerónima, además de leer y escribir, supervisa la impresión de obras. Al fallecer Joan May, Jerónima Galés asume toda la responsabilidad. A los pocos meses, Jerónima cobra la misma subvención que recibía el marido como pago por su labor impresora al servicio del municipio valenciano. De este modo, interviene activamente en la impresión de obras, en cuyos colofones sólo aparece ella, como máxima responsable del trabajo. Claro, firmando como Viuda de Joan May. Uno de los libros mejor impresos de aquella centuria, la 'Crónica o comentari del gloriosissim rey En Iacme', lleva su sello. Jerónima trabajaba para los clientes más reputados, incluidas las instituciones públicas más prestigiosas.
En 1559 se vuelve a casar, también con un impresor, Pedro Huete. Sin embargo, durante casi una década, hasta 1568, continuó empleando el sello de 'Joan Mey', 'casa de Joan Mey' o 'viuda de Joan Mey'. En ese período, en concreto en 1562, fue publicada una obra fundamental de aquel período redactada por el polifacético erudito renacentista Paolo Giovio. Aunque llevaba el sello de Casa Mey, los preliminares de la obra incluían una jugosa reivindicación de Jerónima Galés:
«La impresora al lector, puesto quel mujeril flaco bullicio, no debe entremeterse en arduas cosas, pues luego dizen lenguas maliciosas, que es sacar a las puertas de su quicio: si el voto mío vale por mi oficio, y haver sido una entre las más curiosas, que de ver, e imprimir las más famosas historias ya tengo uso, y ejercicio». El soneto compuesto por Jerónima en dirección al lector advertía de la gran capacidad basada en la experiencia. A tenor de las magníficas investigaciones de Gregori, no fue la única vez que publicó algún texto suyo, aunque lamentablemente no constara así para la posteridad.
En 1568, surge el nombre de Pedro Huete en los colofones, que pervivirá hasta 1580. La muerte del segundo esposo en esta fecha motiva que los libros impresos por Jerónima Galés a partir de entonces aparezcan como producidos por la viuda de Pedro Huete. En los últimos años de su vida, Jerónima Galés continúa con su labor, sea de forma independiente, sea con la colaboración de Pedro Patricio Mey, uno de sus hijos fruto del primer matrimonio. Jerónima Galés, muy valorada entre los eruditos de la época por su competencia y saber hacer, aunque no pudiera firmar su trabajo, falleció en Valencia entre finales de 1587 y principios de 1588. Volvamos al presente, o casi.
A finales del pasado año, dos instituciones vinculadas a la historia del libro en Valencia, el Senado Museo de la Imprenta y la Sociedad Bibliográfica Valenciana Jerónima Galés acordaron celebrar un acto especial cada 23 de abril, con motivo del día del libro. En el 25 aniversario de la citada Sociedad Bibliográfica que lleva el nombre de la protagonista de esta semana, y dada la particular relevancia que Jerónima tuvo en la historia de la impresión valenciana, se ha optado por dedicarle un espacio propio a la impresora en el maravilloso Museo de la Imprenta y las Artes Gráficas de El Puig, fundado hace más de cuatro décadas por varios eruditos, entre ellos don José Huguet. Pocos museos a nivel europeo se presentan en un enclave tan espectacular. Pocos museos son tan desconocidos. A partir del próximo martes, podrán, además de comprender la historia de la escritura y de la imprenta, acercarse a Jerónima Galés mediante una pintura de Matilde Salvador, una reproducción completa del famoso soneto realizada por uno de los últimos fotograbadores valencianos (aunque haya todavía alguno operativo en Ruzafa), dibujos, y otras sorpresas. Los finales épicos sólo son destripados por algunos seguidores de Juego de Tronos.
Por otro lado, si quieren ver algunas de las obras que editó e imprimió Jerónima Galés, tienen la ocasión de hacerlo en una interesante exposición con sede en el Centre Cultural la Nau. La muestra se llama 'Ferits pels llibres'. Además, por iniciativa de la Sociedad Bibliófila Jerónima Galés, la impresora dispondrá de un monolito en su calle y de una placa conmemorativa donde se situaba su imprenta. Algún día las mujeres ocuparán el mismo espacio en los manuales de historia que los hombres. Temo que muchos de nosotros no lo veamos, pero lo harán.
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